The Master es una película que ha dividido aguas en relación a sus virtudes y defectos; sin embargo, hasta sus más ásperos detractores han reconocido algo: que se está frente a una película importante, a algo que es mucho más que un simple producto orientado a arrastrar multitudes a las salas y que, al contrario, parece desafiarlas, pero sin abandonar por eso una calidad cinematográfica indiscutible. Que una mediocridad llena de trampas narrativas y anacronismos como Argo vaya, posiblemente, a quedarse con el Oscar a Mejor Película mientras que The Master ni siquiera haya sido nominada para dicho premio es suficiente para hacer el peor diagnóstico sobre éste, uno de los peores momentos históricos de la cinematografía estadounidense, pero al mismo tiempo que haya llegado a existir puede considerarse un signo auspicioso.

A priori se sabía que Anderson quería narrar la historia de un líder religioso, inspirada en la polémica Iglesia de la Cienciología, fundada por el escritor L Ron Hubbard en los años 50 y popularizada por algunos de sus adherentes hollywoodenses como los actores John Travolta y Tom Cruise. Esto podía hacer pensar que se trataba de una suerte de denuncia o exposición de las misteriosas prácticas de esta secta-religión- filosofía, pero quienes vayan a ver The Master esperando encontrar algo así van a sentirse más bien defraudados. Si bien “La Causa” -el nombre con que se habla de la organización en la película- tiene similitudes evidentes con la Cienciología en su combinación de técnicas psicológicas, pseudociencia y misticismo (y posiblemente el personaje de Philip Seymour Hoffman tenga mucho que ver con Hubbard), el tema de la película no son los posibles peligros del lavado de cerebro o las religiones carismáticas (apenas un entorno extraño en el que se mueve la trama), sino la imprecisa relación entre un líder egomaníaco (Seymour Hoffman) y un ex marino con evidentes problemas psíquicos y emocionales (Phoenix). Una relación ambigua que oscila entre la amistad, lo jerárquico, lo pseudofilial e incluso lo homoerótico, y que jamás devela su naturaleza interior sino simplemente sus efectos.

Esta relación está apoyada en los desempeños deslumbrantes de sus dos protagonistas masculinos, que llegan a su ápice en una escena en la que ambos son encarcelados y la cámara recoge sus reacciones (de extrema violencia en el caso de Phoenix y de serena arrogancia en el de Seymour Hoffman) con la pantalla dividida en dos por la separación entre las celdas. Dos actuaciones que se mueven en opuestos histriónicos y de las cuales es difícil elegir cuál es la más impactante, pero, de cualquier forma, lo de Joaquin Phoenix es simplemente magnífico: sin caracterizarse en lo más mínimo (más allá de una permanente y visualmente incómoda postura corporal que lo hace caminar encorvado), por momentos es difícil reconocer al actor, completamente disuelto en un personaje misterioso, traumatizado, por momentos repulsivo y siempre a punto de explotar físicamente hasta el punto de hacer que verlo sea algo casi doloroso. La elipsis absoluta que el guion hace de la experiencia bélica del personaje provoca que nunca sepamos exactamente si es ésta el origen de su personalidad turbulenta, pero esa experiencia bélica siempre está allí latente en la mirada quebrada de Phoenix.

Claro que no es sólo lo interpretativo lo que hace de The Master una película que irradia importancia; fotografiada por el virtuoso rumano Mihai Malaimare, la película abunda en planos majestuosos y mucho más prolongados de lo habitual en el cine estadounidense actual, dejando a las imágenes hablar entre los numerosos diálogos. Asimismo, la banda de sonido, que tiene el lugar preponderante habitual en las películas de Anderson, combina canciones de época que comentan las escenas -como la poderosísima “Get Thee Behind Me Satan”, de Ella Fitzgerald- con una serie de composiciones mínimas de Johnny Greenwood (Radiohead) que subrayan la extrañeza general del clima.

Pero todo esto es en cierta forma accesorio a lo que es una historia tan sólida como difícil. No hay nada particularmente complicado de entender en The Master, pero es una película que reclama más de una visión por la multitud de lecturas que propone y por su negativa a dar una respuesta única a la multitud de preguntas que plantea. Que tal vez sean menos de las que se puede creer y se resuman simplemente en un retrato de la soledad masculina, intentando solucionarse mediante los recursos menos tradicionales.

Tal vez el principal problema de la película sea su tono excesivamente distanciado de unos personajes con los que es casi imposible identificarse. Un distanciamiento que no es despreciativo pero que termina enfriando las posibilidades dramáticas del film a pesar de la intensidad de las interpretaciones. La impresión general que deja The Master es algo insatisfactoria, como si le faltara una de esas inflexiones catárticas y dolorosamente humanas que incluso parecían sobrar en películas anteriores de Anderson como Magnolia, pero es uno de esos defectos que tal vez sea una de sus mayores virtudes. Esta incompletud, que puede dar la sensación de estar frente a una obra fallida, no puede hacer olvidar que se estuvo frente a más de dos horas de cine en estado puro, sin concesiones. The Master no es una bestia domesticada que uno quiera llevarse a casa e integrar a su vida. Es tal vez, sí, una bestia enjaulada, pero que sigue gruñendo siniestramente detrás de los barrotes. No es lo mismo.