Ni un elenco teatral ni un colectivo, Clowns Sin Fronteras es una organización internacional sin fines de lucro nacida en Francia a principios de los años 90. El objetivo del proyecto es montar espectáculos sin costo, a cargo de artistas profesionales voluntarios, en poblaciones afectadas, cantegriles, prisiones, campos de refugiados, etcétera. El eje temático, como lo indica su nombre, es el trabajo del clown o payaso, utilizando el humor como lenguaje esencial. Han realizado expediciones -así es como les llaman- a más de 30 países en los cinco continentes, siendo uno de sus primeros destinos Serbia, durante la guerra que desangró a la antigua Yugoslavia. Es en la crisis de 2002 cuando al director artístico, Pascal Wyrobnik, se le ocurre hacer el vínculo con esta ONG gala, tras haber vivido diez años en Montevideo: “Vinimos en un barco francés llamado Cargo 92 con Mano Negra, la compañía Royal de Luxe y Philippe Découflé”, dijo Wyrobnik en diálogo con la diaria.
Cargo 92 es un recordado proyecto que planeaba recorrer los puertos sudamericanos siguiendo el viaje de Cristóbal Colón, 500 años después de su llegada; fue, además, la primera gran gira de Mano Negra, que tuvo como compañera a Royal de Luxe, una compañía francesa de teatro callejero caracterizada por su estrepitoso uso de la pirotecnia. El pasaje de Cargo 92 por Montevideo fue una de las experiencias artísticas más removedoras de su década, revolucionando tanto el mundo de la música como el del teatro local.
En noviembre de 2005 llega la primera expedición de Clowns Sin Fronteras a Uruguay, ya con Pascal Wyrobnik como director artístico. En esa instancia recorrieron escuelas rurales de distintas localidades de San José, Paysandú, Artigas y barrios periféricos montevideanos, mientras acampaban en los lugares y compartían con los pobladores distintos momentos de convivencia, entre el intercambio y la diversión. Según Wyrobnik, el objetivo es volver cada dos años a las mismas comunidades para generar un verdadero vínculo. Se busca que el pasaje no sea momentáneo, como “una semilla que uno planta en el desierto y después se va esperando que algún día la flor nazca”, dice, sino generar el comienzo de una relación estable, de algún modo, que aporte a los niños la renovación de la risa. “Lo repito siempre, yo hago todo esto por egoísmo, lo hago porque es lo que me gusta ante todo. Esto es lo que vengo a regalar, o tratar de compartir sin nada a cambio. Se debe entender que la revolución comienza por uno mismo, no podemos esperar que los demás hagan las cosas por nosotros. Cuando llegamos a Montevideo los artistas se acercan. Les cuento a todos, más que nada a los que vinieron por primera vez, cuál es nuestro objetivo, por qué estamos acá, qué es lo que buscamos y toda nuestra historia. Algunos se quedan y otros se van por motivos laborales y demás”.
El proceso de selección es simple. Una vez que saben con quiénes se cuenta comienza el proceso creativo del espectáculo y se conforma el elenco, que esta vez cuenta con 40 artistas uruguayos que, de manera honoraria, se suman a los franceses que arriban al país. “Nuestra donación es nuestro tiempo, el de los artistas”, dijo Wyrobnik. “Lo que tiene de fuerte este proyecto es que la gente lo hace por motivación. Y no es fácil, hay artistas a los que se ve a la noche en el escenario y de tarde están actuando en los semáforos para poder comer”, agregó. Aclara que no lo hacen porque su dinero lo posibilite, sino porque realmente hay algo mágico que permite que se logre. Para el director y los suyos el teatro Solís no es el objetivo de la ONG, sino la posibilidad de sobrevivencia que les permita contar con recursos y lograr una semiindependencia -tienen un poco de ayuda del Ministerio de Educación y Cultura, de ANCAP para el combustible y de las intendencias locales- en las expediciones por el interior del país. Pero para Clowns Sin Fronteras se trata de que los espectáculos sean de primer nivel tanto en la periferia de Montevideo como en cualquier barrio del interior, y también en el Solís. “Nuestra idea es que si podemos llevar el Solís por los cantegriles estamos de fiesta”, resumió. El trabajo es honorario tanto en esta instancia de las galas en el Solís como en las expediciones por el interior.
Consultado sobre cómo ve el ambiente circense actual en la capital, Wyrobnik aclara que, ante todo, el problema es que en Uruguay no hay mucho público. El volumen de público que puede acceder al consumo de espectáculos es poco, por lo que a los artistas les cuesta vivir de esto. “Para que sea redituable uno tiene que armar varios espectáculos, con otras personas, y eso genera un encierro en una misma burbuja; todos hacen un poco más de lo mismo”, dijo. “Lo que intento decir es que, más allá de que se sepa manejar tres pelotas para hacer malabaers, la gran diferencia es la personalidad que se le dé”, apuntó. Cree que la caricatura que se tiene del malabarista y del payaso, por ejemplo, para el 80% de la población es la del que actúa en el semáforo. El director francés relaciona esto con cierta falta de personalidad. “Lo veía cuando llegué a Uruguay en 1992. Cuando me quedé a vivir la gente me empezó a gritar cosas por la calle por cómo me vestía o me peinaba. Creo que algo de eso queda, está el miedo de salirse de la norma”.
Da el ejemplo de Dani Umpi como excepción, un personaje que demuestra, al menos, no tener miedo de hacer el ridículo, de arriesgarse: “Ahora lo que sí hay es más tribus, más bandas para identificarse y nuclearse. Me pregunto si en el trabajo artístico no existen también esas ganas de nuclearse en un grupo y evitar ese riesgo. Por eso me pregunto por qué no vemos más personas como Dani y su personaje”.
Las expediciones que se realizarán a fin de año se caracterizan por la horizontalidad, ya que ubican a los niños y los artistas (muchos de larga trayectoria) en un mismo nivel. Al espectáculo multidisciplinario Flak, que se presenta en el Solís por estos días, y que alterna el teatro, la música en vivo, las artes circenses, la danza y más, se le suma una muestra en la Fotogalería Ciudad Vieja, Payasos Sin Fronteras, de expedición, de Gabriel Rousserie. El fotógrafo los acompañó a lo largo de las expediciones anteriores entre 2009 y 2010, por Montevideo, San José, Paysandú, Treinta y Tres, Rocha y Artigas, con lo que generó una obra fotográfica en la que se puede apreciar la intensidad con que los niños viven el gran trabajo que desempeña el grupo.
Existen principios básicos que todos los integrantes de la organización deben cumplir, como el humanismo, el voluntarismo, la imparcialidad, el no adoctrinamiento, el respeto cultural, una financiación ética (las marcas dispuestas a financiar los espectáculos no deben contradecir sus principios ni tener una imagen negativa, como pueden tener las empresas de cigarrillos, por ejemplo), etcétera. Según los miembros de la ONG, los espectáculos colaboran con el desbloqueo psicológico de los espectadores mediante la risa, y se adaptan al contexto específico que puedan estar padeciendo los beneficiarios. Mediante esta dinámica, entonces, y técnicas de terapia ocupacional, se permite la posibilidad del reequilibrio psicológico colectivo de estos grupos excluidos, retornados o desplazados.
De este modo Clowns Sin Fronteras se presenta y asume como un trabajo constante en el que la risa se convierte en el valor fundamental para la calidad de vida de las personas, alcanzando locaciones que no figuran en circuitos comerciales y brindando a los niños un espectáculo entretenido y de alto nivel artístico, planteado como una alternativa a las distintas problemáticas que se viven día a día.