A fines de los años 60, dos jóvenes amigos en Delaware, Thomas Miller y Richard Lester Meyers, decidieron mudarse a Nueva York para realizar sus sueños artísticos de música y poesía. En el camino fueron detenidos por la Policía, acusados de haber incendiado un campo. Interrogados acerca de los motivos de este vandalismo, y en lo que se puede considerar un buen indicador de las diferencias entre las personalidades de ambos chicos, Miller dijo que quería calentarse, mientras que Meyers confesó que “sólo quería verlo arder”.

Miller y Meyers se instalaron en la Gran Manzana, donde en 1970 formaron, junto con el baterista Billy Ficca, la banda Neon Boys, con la que editarían apenas un simple. Para entonces Meyers había cambiado su apellido por Hell (infierno) en homenaje al libro Una temporada en el infierno, de Jean Arthur Rimbaud. Casi de inmediato, Miller cambió su apellido por el de Verlaine, en homenaje al poeta simbolista francés, aunque luego confesaría que no había leído a Verlaine, pero le pareció que el cambio estaba en armonía con el de su amigo.

Los Neon Boys cambiaron su nombre por el de Television en 1973, cuando ingresó a la banda Richard Lloyd como segunda guitarra. En un principio Richard Hell era la figura central del grupo gracias a su particular apariencia personal (Malcolm McLaren se inspiraría en el peinado de Hell y sus desastradas ropas para diseñar la estética del punk británico), sus llamativas letras sobre vacío generacional y su despliegue escénico. Fueron los Television los que convencieron al dueño de un pub más bien decadente del Bowery neoyorquino, llamado CBGB, de que los dejara tocar tres veces por semana, prometiendo crear una por entonces inexistente concurrencia. La promesa no quedó en palabras y algunas decenas de jóvenes comenzaron a asistir al CBGB para ver a esa banda de aspecto y sonido extravagantes. No sólo asistían espectadores, sino también músicos de orientación similarmente novedosa, entre los que se contaban los integrantes de The Ramones, Blondie y el Patti Smith Group. Cuando quisieron acordarse, el CBGB era el centro del rock más interesante del momento y el punk neoyorquino -un movimiento mucho más variado e indefinido ideológicamente que su posterior equivalente londinense- había nacido.

Pero la banda que lo había generado estaba quemándose por dentro; la amistad entre Richard Hell y Tom Verlaine se había agriado, tanto por un conflicto de egos entre ambos compositores como por el hecho de que Verlaine, Lloyd y Ficca se habían concentrado en el perfeccionamiento de su técnica instrumental, mientras que el más bohemio Hell continuaba siendo un principiante. El gran inspirador punk fue echado y sustituido por el excelente Fred Smith, a quien birlaron de la banda Blondie, que en aquel entonces era considerada la peor de las habituales en el CBGB (irónicamente, terminaría siendo la más exitosa, vendería millones de discos en el mundo entero y se convirtiría en la banda más popular de la new wave). Hell formaría, junto al virtuoso guitarrista Robert Quine, la banda The Voidoids, que realizaría una exploración musical no muy distinta de la seguida por sus ex compañeros de banda.

Con su formación definitiva, Television se dedicó a pulir y perfeccionar sus canciones, haciendo su debut discográfico con una decisión cuestionable: sacar un simple que contenía el extenso tema “Little Johnny Jewel” (dividido en dos partes en las dos caras del disco), una jugada artísticamente arriesgada pero con poco olfato comercial. Su disco debut se demoraba mientras Patti Smith,
The Ramones y The Dictators editaban sus respectivos debuts, pero cuando Marquee Moon se editó en 1977, quedó claro que la espera había valido la pena.

Bajo la luna de marquesina

A fines de los 80 circulaban por Montevideo algunas (escasas) copias españolas del clásico disco debut de Television, Marquee Moon, que llevaba en su portada un sticker -indudablemente pegado por sus editores españoles- que lo catalogaba lapidariamente como “punk rock”. Sin embargo, se trata de un disco de rock relativamente apacible, con escasas distorsiones e interpretado con cierto virtuosismo. La duración de los temas es superior a las breves ráfagas de energía del punk y uno de los temas, “Marquee Moon”, supera los diez minutos; son habituales los desarrollos instrumentales y los solos de guitarra, y las herméticas letras de Verlaine (quien cuando salió el disco tenía 29 años, una edad avanzada para un debut en el mundo del rock y definitivamente excesiva para el ambiente casi adolescente del punk) guardan poca relación con lo que se considera punk. Sin embargo, no es incorrecto relacionarlos con esta corriente, no sólo por su emergencia en el legendario club CBGB, sino por su aproximación minimalista al rock de guitarras, diametralmente opuesta al barroco sonoro que en aquel entonces era habitual, y por un aire de extrañeza urbana, intermitentemente cálida y cerebral, que indicaba que los tiempos habían cambiado.

Marquee Moon es, lisa y llanamente, uno de los mejores discos de rock, pop o lo que sea del siglo XX; una colección de ocho canciones perfectas que apenas remiten a algunos artistas del rock previo a su irrupción (Velvet Underground, Love, Red Krayola, Eno) y que por momentos parece una deconstrucción del sonido de los grupos de garage, con riffs inspirados en los fraseos del jazz de vanguardia y un juego de guitarras en el que las funciones de solista y rítmica desaparecían para dar lugar a un intrincado juego de arpegios y notas sueltas, que por momentos recordaban a los ejercicios de digitación de las clases de guitarra (un ejemplo, mucho más famoso, de esta clase de riffs es “Sweet Child of Mine”, de Guns’N’Roses, que partió, justamente, de un ejercicio de digitación). A todo esto se sumaban unos textos oblicuos, de una extraña abstracción entrelazada con referencias ciudadanas y de una extrema calidad literaria, que Verlaine entonaba con una voz nasal tan distintiva como sus palabras. Marquee Moon era, en letras y sonido, un clásico instantáneo, pero, por supuesto, el mundo no se dio cuenta.

Envejeciendo sin herrumbrarse

Aunque la discografía de Television consta de tres discos, casi puede reducirse a ese inaugural y magnífico Marquee Moon, y no son raros los casos de admiradores -e incluso auténticos fans- que desconocen sus dos discos posteriores, lo cual es una injusticia, ya que se trata de discos excelentes cuyo único defecto es carecer del impacto cultural y creativo de su disco debut. Adventure (1978) es la continuación lógica de Marquee Moon y, como suele suceder en los segundos discos de las bandas que demoraron mucho tiempo en grabar, está compuesto en buena parte por una segunda selección dentro del repertorio que Television tocaba desde sus comienzos en el CBGB, cuatro años antes.

Pero la aproximación general es bastante más serena y los intrincados juegos de guitarras son más sutiles que los de su predecesor; de cualquier forma, el disco contiene algunas de las mejores canciones de la banda, como la infecciosa “Glory”, “Days” y “Carried Away”, dos baladas perfectas (la segunda de las cuales está llevada, extrañamente, por un órgano).

1978 no era época para sutilezas, y el disco no sólo falló también en alcanzar el éxito popular que se esperaba, sino que incluso vendió menos que el anterior. Television no había conseguido insertarse en el entonces triunfal punk-rock (de hecho, la banda The Damned dedicó un tema entero de su segundo disco, “Idiot Box”, a insultar al altivo Verlaine y sus compañeros), el sello Elektra había abandonado sus esperanzas de que se volviera la nueva sensación de su tiempo y la adicción a la heroína de Richard Lloyd convirtió a la banda en un proyecto inviable que se disolvió a fines de aquel año sin un gran estrépito y sin grandes lamentos por parte de la escena musical.

Tanto Verlaine como Lloyd se dedicaron a sus carreras solistas con aun menos éxito comercial que el de su antigua banda. Verlaine continuó lo desarrollado en los discos de Television en obras fascinantes y cada vez más focalizadas en las variaciones del sonido de su guitarra, como Tom Verlaine (1979) y Dreamtime (1981), pero sin lograr nunca salir del gueto de los melómanos más exquisitos y de inclinación hacia lo experimental.

Pero aunque el trabajo de Verlaine y los suyos sólo fuera apreciado por unos pocos, como suele suceder con las bandas de culto, esos pocos formaron a su vez bandas, y la influencia de Television comenzó a hacerse notoria en la música de una nueva generación de rockeros con intenciones artísticas y espíritu punk, inspirando a artistas y formaciones como Lloyd Cole, Sonic Youth, Matthew Sweet, The Feelies y Pavement. El panorama resultó lo bastante estimulante como para que Verlaine y compañía decidieran reformar la banda y reclamar su espacio- en esa escena que los tenía como precursores.

Esta primera reunión tuvo como resultado el disco Television (1992), que los presentó rejuvenecidos, con un álbum ligeramente más convencional que los anteriores y un tema de difusión que tuvo (un relativo) éxito, “Call Mr Lee”, que era un homenaje a uno de los pocos guitarristas que Verlaine ha reconocido como influencia directa, el colosal Arthur Lee de la banda californiana Love. El disco no los puso al frente de la vanguardia rockera, pero fue recibido con alegría y excelentes críticas.

Desde entonces Television se mantuvo tocando con cierta frecuencia y sin mayores cambios hasta que en 2007, tras haber tenido algunos problemas de salud, Richard Lloyd renunció (o fue sustituido, según cuál sea la fuente), disolviendo así uno de los más formidables tándems de guitarras que se hayan conocido. Sin embargo, el sustituto, Jimmy Rip, con el que la banda se presentará en Montevideo, es no sólo un virtuoso sesionista, sino también un colaborador de Verlaine en sus discos solistas desde hace años, por lo que se supone que habrá una química similar entre ambos.

En todo caso, el arribo de Television a Uruguay significa la llegada de una leyenda de la disciplina musical y del espíritu de renovación, además de una formación musical formidable que, en otro mundo más atento, estaría tocando en estadios. No es algo que parezca importarles a Verlaine y a los suyos, tampoco a sus fans, para quienes el lunes será un día histórico.