La madre de la concepción actual del capitalismo (ver http://ladiaria.com.uy/ACGa y http://ladiaria.com.uy/ACGb) falleció ayer, generando reacciones de insólita alegría ante la muerte de alguien que muchos consideran una figura clave (en el sentido positivo) de la historia del siglo XX. Entre sus panegíricos, una columna de David Mathieson en El País de Madrid de ayer, titulada “La dama y los Sex Pistols”, sostiene: “La exprimera ministra supo conectar con una generación que estaba harta de una élite política que parecía incapaz de entender un mundo nuevo”. Una opinión un tanto polémica si se tiene en cuenta el material lírico que inspiró en los músicos de dicha generación de ingleses, y que casi constituiría un subgénero caracterizado por la violencia casi brutal del rechazo producido por su figura. Ya en 1980, a sólo un año de haber asumido como primera ministra, el grupo new wave The Beat (en absoluto una banda particularmente politizada) estaba cantando su hit “Stand Down Margaret” (bajate, Margaret) y dejando en claro la poca gracia que les hacía la filosofía que la líder conservadora estaba promulgando.
Posiblemente las quejas más conocidas -y de las más tempranas del rock británico con respecto a Maggie en el Río de la Plata fueron las de Roger Waters en el disco de Pink Floyd The Final Cut (1983), un disco que se puede considerar una extensa protesta pacifista en relación a la Guerra de Malvinas, que Waters definió como “el réquiem del sueño de posguerra”, imaginándose un asilo (“The Fletcher Memorial Home”) en el que se internara a Thatcher junto a demás “tiranos y reyes” contemporáneos como Leonid Brezhnev, Menachem Begin, Leopoldo Galtieri y Ronald Reagan. Pero en las Islas Británicas las reacciones líricas eran aún más furiosas.
Como era de esperar, los punks ingleses (y ni hablar de los irlandeses) la convirtieron en el símbolo de todo mal, utilizándola como figura automática contra la que despotricar. Si la primera generación de punks había más bien ignorado en los 70 a la figura del anterior primer ministro, el laborista James Callaghan, sus epígonos arremetieron con saña contra su sucesora, algunos en forma primaria -los Exploited y su “Maggie (You Cunt)”- y otros desde una óptica de militancia política más orgánica -Crass y su “How does it feel to be the mother of a thousand dead?” (¿cómo se siente ser la madre de 1.000 muertos?). Durante el primer lustro de los 80 era rara la banda de punk inglés que no tuviera a Thatcher en alguna de sus portadas, e incluso los apolíticos metaleros de Iron Maiden la dibujaron (vestida de militar y a punto de robar a la mascota de la banda, Eddie) en la tapa de su simple “Women in Uniform”. Pero si las reacciones de los punks ante Margaret Thatcher eran tan brutales como su música, éstas se quedarían cortas en relación a la virulencia lírica que le dedicarían músicos en apariencia más serenos.
Viva la muerte
No fueron los politizados The Clash quienes retomarían la ofensiva lírica contra Thatcher -aunque muchos interpretaron los versos en castellano de “Should I Stay or Should I Go” como una alusión a la Guerra de Malvinas-, sino el apasionado pero delicado Morrissey, ex cantante de The Smiths, quien le dedicó la primera de las varias canciones en las que no sólo rechazaban la figura de Thatcher, sino que le deseaban la muerte en forma explícita y violenta. “Margaret on the Guillotine”, un tema breve y etéreo de su primer disco, Viva Hate (1988), resumía sus sentimientos de la siguiente manera: “La gente amable / tiene un sueño maravilloso: / Margaret en la guillotina./ Porque la gente como vos / me hace sentir tan cansado. / ¿Cuándo vas a morirte? / Y la gente como vos me hace sentir tan viejo por dentro. / Por favor, morite. / Y, gente amable, / no se guarden ese sueño. / Háganlo real. / Hagan el sueño real”.
No fue el único en sentirse así; Elvis Costello, quien ya era uno de los compositores más populares de Reino Unido, escribió, imaginándose un día como el de ayer, la poderosa “Tramp the Dirt Down” (1989), en la que le dedicaba algunos de los versos más furiosos y directos de toda su obra: “Bueno, espero no morir muy pronto. / Le rezo al Señor que salve mi alma. / Oh, seré un buen chico, / estoy tratando con todas mis fuerzas portarme bien / porque sé que hay una cosa para la que quiero vivir / lo bastante como para poder saborearla, / y es que cuando finalmente te entierren / voy a pararme sobre tu tumba y apisonar la tierra”. Costello ya había compuesto otra canción -tal vez la mejor de toda su carrera- indirectamente dirigida a Thatcher, “Shipbuilding” (1983), que fue compuesta para que la cantara el furibundo Robert Wyatt, uno de los músicos ingleses más identificados (hasta el día de hoy) con la izquierda, quien realizó una versión ante la cual es imposible no estremecerse.
El gobierno de Thatcher duró casi exactamente una década, y pocos artistas musicales se lamentaron de su fin (sólo algunos outsiders como Phil Collins y Steve Strange se declararon sus seguidores). Incluso el habitualmente tibio en términos políticos Paul McCartney celebró el fin del mandato de Thatcher, en 1990, con una versión de una canción clásica de protesta de los años 60, “All My Trials”, cuyo mensaje antimonetario y esperanzado fue interpretado en forma inequívoca como un festejo de la conclusión de la era Thatcher, algo que el ex beatle no desmintió. Pero la partida de Thatcher del gobierno no terminó con un odio que parecía haberse hecho carne en las letras de los músicos británicos.
Mirando hacia atrás con furia
Ya hacía una década que Thatcher había abandonado las oficinas cuando Hefner -una de las bandas más interesantes, y menos conocidas, del britpop- incluyó en su disco We Love The City (2000) la canción “The Day That Thatcher Dies” en la que prometía: “Vamos a reírnos el día que Thatcher se muera, / aunque sabemos que no está bien. / Vamos a bailar / y cantar toda la noche”. El mismo concepto fue retomado en 2008 por el musicalmente inquietísimo Pete Wyle (uno de los secretos mejor guardados de la música disidente británica), quien luego de que se conociera el endeble estado de salud de la ex primera ministra editó un tema extremadamente jovial (y casi homónimo del de Hefner) llamado “The Day That Margaret Thatcher Dies”, en el que sobre los acordes de “Wild Thing” cantaba: “¿Quieren darle un funeral estatal? / Bueno, eso es genial. / Es irónico, porque ella nos dejó en un estado lamentable. / ¡Yo protesto! / Es dinero desperdiciado. / En vez de eso construyan una escuela. / El único motivo por el que voy a asistir es para asegurarme de que está muerta / [...] / Díganle a todo el mundo que lo sabemos. / ¡Ella se fue! / Coloréenme de amor, / pinten el cielo. / Vamos, voy a decirles por qué. / ¡Ella se fue! / Y nadie llora”.
Pero tal vez uno de los análisis en forma de canción más lúcidos que se han hecho sobre el período de Thatcher provenga de alguien que, curiosamente, ni siquiera había nacido cuando la Dama de Hierro asumió por primera vez. El compositor folk Frank Turner (1981) incluyó una canción en su primer EP, Campfire Punkrock (2006), llamada “Thatcher Fucked the Kids”. En ella Turner, luego de describir el pánico que le producen unos delincuentes callejeros adolescentes, procede a diseccionar ese miedo de la siguiente manera: “Todos nos preguntamos cómo terminamos tan asustados. / Pasamos diez años enseñándoles a nuestros hijos que no les importe nada / y que, de cualquier forma, ‘no existe algo llamado sociedad’. / Y todos los ricos actúan como sorprendidos / cuando todo el concepto de comunidad se muere. / Pero ustedes cerraron sus ojos al otro lado; / de todas las cosas que ella hizo / Thatcher se cogió a los niños / […] / Por cada chorro adolescente con una campera deportiva / hay un tipo de traje que no movería un dedo por nadie. / Ustedes tienen a una generación educada en el Estado de Bienestar. / que disfrutó de todos sus beneficios y le fue bárbaro, / pero apenas se asentaron como los más ricos de los ricos / patearon la escalera, / le dijeron al resto de nosotros que la vida era cruel. / Y no es ninguna sorpresa que todas las cagadas / no se notaran hasta que los niños habían crecido. / Pero cuando nadie jamás sonríe o ayuda a un extraño, / ¿qué mierda tiene de extraño que nuestra sociedad esté en peligro de colapsar? / Así que todos los chicos son unos bastardos, / pero no los culpes, sí, ellos aprenden por el ejemplo. / Culpen a los que vendieron el futuro al mejor postor. / Es eso, Thatcher se cogió a los niños”. Una reflexión que, mutatis mutandis, bien podría adaptarse a la realidad actual de otras latitudes.
Los biógrafos de Thatcher sostienen que no era una mujer a la que le disgustara la música pop, y que su tema favorito era “Telstar”, una composición del excéntrico Joe Meek, pero evidentemente no hay nada en el tema que pueda identificarse positivamente con la filosofía de la Dama de Hierro. Como se sabe, se trata de una composición instrumental.