-Considerando que viviste gran parte de tu vida en Bahía Blanca, ¿cómo fue que conociste la murga?

-Tengo unos amigos en Bahía Blanca que son fanáticos de Uruguay. Por medio de ellos empecé a conocer la música uruguaya, y entre ella, la murga, más que nada la murga de cantautor, como Jaime Roos, no de grupos murguistas. Después, lo primero que recuerdo fue Falta y Resto, la primera murga que llegó a Argentina y se hizo muy conocida. No tenía idea de cuánta gente actuaba ni de cómo eran los trajes y los maquillajes. Había visto fotos, pero para mí la murga era únicamente música. Después sí, recuerdo la primera vez que vi murga en un televisor, que fue en Noruega, en 2004. Ahí fue que conocí a Alejandro Seijas, el productor de esta película que presento, y él se había llevado unos videos de Diablos Verdes y no me acuerdo qué otra murga. Me cambió completamente la noción que tenía de lo que la murga era para mí... de repente supe que no eran canciones, que era parte de un espectáculo que se unía y que tenía un principio y tenía cosas entremedio que estaban conectadas y un desenlace. Ahí fue que me picó el bichito de la murga, y pasé años viendo videos por mi cuenta.

-Youtube mediante…

-Claro. Después en 2007 volvió a aparecer la murga en mi vida. Yo estaba en Estados Unidos (siempre en lugares que no tienen nada que ver con Uruguay) y me interesaba mucho la literatura clásica. Fue todo muy de casualidad; el primer semestre iba a estudiar cine, pero un profesor de poesía me dijo: “A vos te va a gustar este curso de comedia griega y romana”. No me conocía el tipo, pero yo lo hice, aun cuando no tenía nada que ver con el cine. Lo hice y quedé fascinada. Leímos ocho obras de Aristófanes y un par de Plauto y me encantó. Nosotros leíamos las notas del traductor y decían: “Con esta obra Aristófanes salió segundo ese año y la gente se quejó…”. O, por ejemplo, había una nota que decía: “Acá señalan al público porque entre la gente ese año había un dirigente”, que no se qué había pasado. Hablando de eso, de qué sano para un pueblo poder actuar entre tanta gente, poder decir lo que le sucede, yo dije: “No, pero miren que eso de lo que hablan existe hoy en día y es la murga uruguaya”. Pasó el tiempo, volví a olvidar a la murga uruguaya y después, estando en España, ya haciendo el magíster de cine documental, sabía que no iba a quedarme ahí, que no me iba a contratar nadie por la situación en España, y entonces pensé: “Tengo que hacer un proyecto yo”, y salió solo. Un día estaba escuchando música y salió una canción de murga y dije: “Ya está, quiero hacer una película sobre la murga”. Me puse en contacto con Alejandro de vuelta -prácticamente no tenía contacto con él desde Noruega, desde 2005- y a él le encantó la idea.

-En una entrevista contaste que la murga tiene un tema con los timbres que le cuesta mucho a la gente. ¿Cómo se dio con los que trabajaron contigo en sus comienzos?

-A cualquiera le cuesta un poco, y ése fue el razonamiento que tuve cuando empecé a hacer la película. Estaba escuchando murga en el metro y pensé: “Qué lástima que toda esta gente no puede escuchar esto”, pero después me acordé que yo había intentado varias veces hacer escuchar murga a gente de otros países y había fracasado rotundamente. Escuchaban 15 segundos y decían: “¿Qué es esto? No entiendo nada, es un coro que no termina nunca”. Entonces pensé que tiene que haber algo que le pueda llegar a la gente para que entienda todo lo que hay atrás y alrededor de la murga y por qué cantan así, por qué dura tal tiempo y por qué hablan de estos temas. La primera vez que les mostré la murga a los españoles no les gustó demasiado. Pero una vez que les empecé a contar “esto fue en tal año y por tal motivo”, ahí ya la empezaron a mirar por otro lado y empezaron ellos a buscar sus propias cosas y a ver y escuchar mucha, mucha murga y a tener sus favoritos y mandarme cosas. Cuando llegaron acá les gustaba mucho y después de verla en vivo les encantó.

-Viendo la película me pasaba por un momento que podía imaginarme que era muy interesante para alguien extranjero, pero que acá algunas nociones pueden ser ya muy manejadas...

-Fue muy difícil lograr un equilibrio. La idea mía desde el principio era hacer una película para que cualquier persona que no tenga idea alguna sobre la murga pueda decir: “Entiendo de qué me están hablando”, pero tampoco mandar mucha información teórica del tipo: “La murga empezó en tal año…”. Quería obviar esa información, pero que de alguna forma se dijera. Entonces al editar con uno de los camarógrafos, que era español, estaba bueno, porque había cosas que él no sabía y yo sí. Es difícil editar algo haciendo como que uno no conoce ciertas cosas, es imposible. Entonces era muy difícil mantener ese equilibrio, agarrar un testimonio y decir: “Esto lo dejamos lo suficiente para que una persona entienda, pero no tanto para que un uruguayo se levante y se vaya”.

-¿Cuánto pasará antes de que los argentinos empiecen a decir que la murga no es uruguaya, sino rioplatense?

-Yo creo que es uruguaya. No, sería muy de hijos de puta robarles también la murga.

-Hubo un tema en particular que partió la murga cuando de golpe se empezó a definir un oficialismo y no oficialismo en la murga.

-Sí, eso lo tratamos un poco en la película. Está bueno ver el rol de la murga con los cambios políticos y sociales, es un reflejo de lo que pasa en la sociedad. Está bueno que haya diferentes tipos de murgas: murgas que dicen “las cosas están mejor, entonces vamos a hacer un show para que se rían y se olviden del mundo” y otras que dicen “no, nuestra misión es que todo siga mejorando siempre”. Ayer estaba hablando con un amigo y me decía: “A mí Contrafarsa no me gusta, porque yo no tengo esas cosas tipo emotivas, para mí la murga me tiene que divertir” y yo ahí le explicaba que hay tres grupitos de espectadores de murga: están los que van porque quieren reírse sin parar, entonces la presentación y la retirada no les importa, porque no hace reír en general; después están los que van a emocionarse, que esperan un coro muy fuerte, con muchas voces juntas que les peguen en el corazón y se pongan a llorar; y finalmente están los que esperan encontrar crítica y palo para todos lados. Eso me parece interesante: que un mismo género pueda producir esas tres cosas, que son muy válidas y muy fuertes: reírte, emocionarte o enojarte. No hay ninguna más válida que la otra. Si juntás las tres cosas sos la murga.

-¿Qué tipo de espectadora sos vos?

-A mí reírme no me interesa mucho. Obviamente me río, pero no me parece fundamental. Yo soy más de las otras dos: la parte de crítica y una buena retirada me parecen fundamentales. Lo que también me pasa es que en ciertas murgas hay cupleteros que hacen reír porque aparecen, por eso que te decía de la predisposición. Son muy conocidos. El tipo dice una frase y la gente estalla de risa y yo quedo medio descolocada. Pero claro, la gente se ríe porque es un personaje que conocen de hace mucho más tiempo. Son tipos que tienen una trayectoria que con su cara ya está. Ahí es que me doy cuenta de que no pertenezco, de que no soy uruguaya y no crecí acá.

-Igual, después de tantas vueltas terminaste viniéndote a vivir acá…

-Bueno, creo que fue la consecuencia inevitable. Fue algo gracioso porque sabía mucho sobre Uruguay y me enteraba de muchas cosas, pero nunca había estado en el país. La primera vez fue el año pasado para filmar la película. Era gracioso porque me hicieron algunas entrevistas en radio antes de venir y yo hablaba del Teatro de Verano, del Velódromo, y una vez un periodista me preguntó: “¿Y vos en qué años estuviste?”. Y al responderle que nunca había estado me preguntó: “¿Cómo hacés para hablar de todo esto?”. Y nada, vine y me encantó, me gustó todo lo que tiene que ver con Montevideo. Volví a Madrid luego de haber filmado ya con la idea de quedarme a vivir acá. En enero de este año volví y me instalé.