-El Bella Vista cuenta con la particularidad de estar coproducida por Thomas Mauch [legendario trotamundos, conocido por haber sido el camarógrafo de Fitzcarraldo, de Werner Herzog]. ¿Cómo se dio su apadrinamiento?

-Nos conocimos en el BAFICI, en el Talent Campus. Ya tenía escrito El Bella Vista, pero recién lo había presentado por primera vez al ICAU [Instituto del Cine y Audiovisual del Uruguay] y todavía no estaban los fallos (después finalmente los ganamos) y en realidad nos hicimos amigos porque él ama Italia y yo recién había vuelto de vivir allí tres años y empezamos a conversar. Thomas es un tipo muy ameno y me preguntó si tenía un proyecto. Le conté en qué estaba y estuvimos rato conversando, filosofando sobre el amor, los transexuales y todo eso, y bueno, nada, nunca más, hasta que un día, por fines de julio del mismo año me escribe un mail muy loco que se titulaba “transex”. Yo creía que era spam, porque además era de un apellido raro y él ni mail tenía, pero viste que en Gmail podés leer parte del cuerpo y decía “querida Alicia”, y yo me dije “¿qué es eso?”. Ahí abro y es el mail de Thomas, que me escribe en un perfecto español desde la casilla de una amiga suya y decía: “Me prometiste mandar información de ese proyecto tan lindo que queríamos hacer juntos”. Le escribí inmediatamente, le mandé el proyecto y me dijo: “Bueno, me gusta, me estoy yendo al Himalaya a filmar una película, vuelvo en setiembre”. En setiembre volvió, reapareció, yo me tenía que pellizcar, estaba totalmente incrédula. Y bueno, ahí vino a conocer la historia y cuando conoció a los personajes firmamos el contrato de coproducción. Él puso dinero y ahí nació.

-¿Cómo diste con el proyecto? ¿Cómo conociste a los personajes de El Bella Vista?

-Fue leyendo el diario, en una nota del El País, totalmente tendenciosa, que decía “Un prostíbulo es ahora lugar de rezos. Vecinos estaban hartos de tantos gritos y decidieron hacer de la casa de citas la casa de Dios”. Obviamente, la noticia desarrollaba cómo la comunidad se había organizado para finalmente emanciparse del pasado pecaminoso. Entonces me fui a Durazno, para ver si las fuentes eran verdaderas y ahí me enteré de que no sólo había sido un prostíbulo de travestis, sino también un club de fútbol. Para mí ésas son las tres grandes instituciones del interior de Uruguay, que componen nuestra sociedad. Somos documentalistas y lo real es nuestra materia, vamos como escultores y yo decidí esculpir esas tres instituciones.

-¿Cómo se manejaba la comunidad con respecto a estas tres encarnaciones de un mismo lugar cuando recién llegaste?

-Era iglesia nomás, ya estaba la iglesia y ahí me planteé: ¿cómo cuento lo que no está? Y bueno, en realidad este híbrido entre documental y ficción (que para mí es documental, pero que toma elementos propios del lenguaje de la ficción para desarrollarse) surge a partir de entrar en profundidad con los personajes y notar que se expresan mucho más desde lo físico que desde la palabra. No son personajes con los que te pongas a hablar y se queden horas conversando.

-No era un formato para un documental de “cabezas parlantes”, por ejemplo...

-No, no. Me daba cuenta de que haciendo las clásicas entrevistas se iba a perder mucho de la esencia de los personajes, de la historia, de la idiosincrasia. A partir de ahí les hice esa propuesta y se re prendieron. Aparte, no hay nada más mentiroso que la memoria, ¿no? Lo que recordamos es lo que elegimos también recordar en un punto. Entonces ¿qué es hacer una entrevista?, ¿qué es lo que realmente pasó?

-¿Qué repercusión tuvo la película en Durazno?

-En Durazno fue increíble. Ni bien estuvo pronta, lo primero que hice fue ir a Durazno, con la pantalla de Efecto Cine, y fueron más de 3.000 personas. Se llenó la plaza principal, la gente quedó hipnotizada hasta el final. No hubo ningún grito desubicado hacia las mujeres trans, ellas llegaron con sus mejores ropas, sus mejores lentejuelas. Ellas, que de día se esconden, esa noche fueron figura. Después al final vino, por ejemplo, la mujer de la iglesia, La pichonga, la viejita, y me dijo: “Para mí la película es muy linda, pero la historia es muy triste, yo no conocía la realidad de ellos” y se acercó a Agustina y le dijo: “Yo no quería que quedaran en la calle”. Se generaron ese tipo de cosas, de gente que vive hasta en el mismo barrio y nunca se comunicó. De repente, no tienen más remedio que una escuchar a la otra.

-La película empieza con el armado del material para el ladrillo y cómo ese proceso es algo que atraviesa a toda la película...

-Sí, como esa dureza y la fragilidad que hay detrás, como ir a lo profundo. También esa idea de que todo fue cambiando, de club de fútbol a prostíbulo y a iglesia, pero que en el fondo nada cambió, porque los travestis están en la calle, la iglesia está ahí… es como el restablecimiento de un orden, pero que en el fondo todo cambia, pero nada cambia. Eso es mucho de la idiosincrasia del interior, del conservadurismo.

-Hoy en día están cambiando muchas cosas con respecto al reconocimiento de distintos géneros.

-Creo que a nivel de sociedad sí hay grandes plazos, e incluso Agustina me decía que ella pasó de ser “el putón del barrio” a ser Agustina. Como que hubo una reivindicación, pero son procesos mucho más lentos y cuestan trabajo. El año pasado, ¿a cuántos travestis mataron? Trece en un año.

-¿Ese reconocimiento a Agustina fue a partir de la película?

-Lo de ella fue a partir de la película, pero también ella empezó a trabajar para el Ministerio de Desarrollo Social y empezó a militar en Ovejas Negras y ahora es re militante y es una de las líderes, siendo Durazno una de las ciudades que presentaron el número mayor para cambio de nombres después de Montevideo. Igual, en lo que te digo, la gente todo bien con Agustina, pero no ha podido conseguir trabajo. Y eso es fatal, porque no pueden salir de la situación de trabajar en la calle. Fabiana lo logró, es la única, pero el hecho de tener un hijo la obligó de entrada a romper un montón de barreras sociales con eso de tener que inscribir el hijo en la escuela, además de ser la presidenta de una cooperativa de limpieza y trabajar en liceos, hospitales, etcétera. Pero Agustina nada, no ha podido acceder a ningún tipo de trabajo.

-Me llamó la atención cómo en un formato que parece apuntar a lo documental introducís una historia de amor, que es la parte donde se nota más la cuota ficcional del film. ¿Qué motivó esa decisión?

-Ahí el objetivo era mostrar la hipocresía de la sociedad, porque los mismos que van de noche a esos lugares son los que las desconocen, y también cuando Agustina plantea que el amor no se hizo para ellas, es muy duro.

-Todos los actores son de Durazno ¿cómo conseguiste que se prestaran para actuar en un film en el que ellos aparecen dentro del prostíbulo?

-Mirá: fue Lisa, la madama del prostíbulo, que se llevó a sus parroquianos. Eso en definitiva tiene algo muy del interior, que tiene eso de que, a pesar de que manejen otros valores, están libres de cierta pacatería que tenemos los de Montevideo. Me parece que en definitiva a esa gente no le importa. Es más, disfrutaron de la película y en la familia se sabe, las mujeres lo saben, y de última, en el interior el bufarrón está bien visto, es el macho alfa. Creo que eso fue gracias a Lisa. Andá a saber lo que les habrá dicho a sus parroquianos: “O me apoyan en ésta o se terminó”.

-Creo que en el interior, por un lado, los valores son mucho más tradicionales, como vos decís, pero a su vez generan puntos de fuga mucho más evidentes que los de acá.

-Totalmente, mirá qué bien que lo dijiste. Es como los locos, en el pueblo están mucho más protegidos, tienen el fulano que les da de comer. Acá en Montevideo terminan en el Vilardebó. En mi barrio, en Salto, está el famoso Juanito, que no habla pero come en el club del barrio y todo el mundo lo conoce y es un personaje. La gente le lleva ropa... Es una solidaridad en menor escala.