El argumento más recurrente en relación a las nuevas regulaciones de seguridad para prevenir incendios en los locales con música en vivo y lo estricto de su exigencia es el de no querer encontrarse el día de mañana con “un nuevo Cromañón”, en referencia a lo acontecido en la discoteca República Cromañón, en Buenos Aires, cuando en 2004, durante un recital del grupo Callejeros, un elemento de pirotecnia provocó un incendio que costó la vida de 194 personas. Sin embargo los problemas entre los dueños de boliches y el entramado de requerimientos impuestos por la IM y la DNB no comenzaron luego de esta tragedia, sino que tienen precedentes similares a lo acontecido en Cromañón y en Kiss, de Santa María (Brasil).

Un caso singular, especialmente porque se trató de un emprendimiento sugerido por funcionarios de la propia IM, fue el de la discoteca-centro cultural Pachamama, ubicada en un antiguo cine del subsuelo de uno de los edificios que rodean la plaza Independencia. Pachamama existió durante unos tres años -entre 2000 y 2003- y por su escenario pasaron infinidad de bandas de rock y obras de teatro, que se presentaban en excelentes condiciones técnicas, siendo uno de los principales focos culturales para jóvenes, y de donde emergieron figuras y bandas como Boomerang, Gustaf y Astroboy.

En realidad, se trataba de Pachamama II, ya que su dueña, Fernanda Cortinas, había tenido un emprendimiento de igual nombre en Punta Carretas, que había sido clausurado luego de una batalla en contra de un empecinado vecino, sensible al ruido que aparentemente se escuchaba desde su casa. Cortinas había quedado bastante escéptica en relación a las posibilidades de realizar otro emprendimiento, pero se volvió a entusiasmar cuando le propusieron una idea desde la misma IM, que le había dificultado la vida en su anterior boliche: “Me llaman de la oficina de Gonzalo Carámbula 
-recuerda Cortinas-, en ese entonces director de Cultura de la IM, quienes se habían conmovido bastante con la situación de la primera Pachamama. Me dice Carámbula que tiene un lugar idóneo para mi proyecto, que es de propiedad de un funcionario municipal, el arquitecto Russo. Me pasa los datos, me contacto con él y arreglamos una cita. Cuando llego a Plaza Independencia y comienzo a bajar las escaleras quedé alucinada y atrapada. El lugar estaba hecho pedazos, inundado en el salón principal, para que te hagas una idea. Conversando con Russo, le dije que necesitaba ciertas garantías de que me darían las habilitaciones. Le planteé que no firmaría contrato de alquiler hasta no tenerlas. Russo, ni corto ni perezoso, organizó una nueva reunión con la plana mayor de las dependencias involucradas, Villarmarzo y Prato. Nos reunimos y recorrimos el local, y me expresaron que sería habilitado para no menos de 600 personas y que no tendría problemas. El error fue no haberlos hecho firmar nada, no haberlos filmado, grabado, etcétera. En fin, firmé contrato de arrendamiento y proyecté todo el emprendimiento sobre la base de una capacidad de 600 personas. Presenté el proyecto al banco y conseguí un préstamo en dólares para la obra de puesta a punto. En julio de 2000 inauguramos a todo trapo, fue un éxito de público”.

El éxito duró un día; en la tarde siguiente apareció en el local un inspector de Espectáculos Públicos para clausurarlo. Cortinas comenzó entonces un periplo por dependencias de la IM, sin conseguir ser atendida por ningún jerarca. Finalmente, y gracias a una gestión de la actual intendenta, Ana Olivera (de quien Cortinas rescata la buena disposición), el local consiguió una habilitación provisoria pero para 250 personas, poco más de un tercio de la que se había calculado originalmente. Durante los dos años siguientes, Cortinas siguió haciendo equilibrio para cumplir con las disposiciones, que incluyeron la contratación diaria de un bombero y el subalquiler del hall de entrada de un edificio de la calle Andes, que se comunicaba en la parte posterior del local y era aceptado como salida de emergencia. Pero entonces llegó la crisis de 2002 y la deuda en dólares del préstamo de la inversión triplicó su valor. “Pensamos que no íbamos a poder atravesar esta crisis, pero sí pudimos, no sin esfuerzo. Pero luego de salvar este tremendo obstáculo, finalmente la IM resolvió no otorgarnos las habilitaciones finales sin darnos opción. Bomberos no tenía la capacidad de brindarnos el servicio 272 necesario para funcionar, porque a los propios funcionarios no les servían los miserables sueldos que se les pagaban. Y además, de pronto, ya no era suficiente la salida de emergencia”.

Pachamama cerró ese mismo año, dejándole a Cortinas una deuda que recién terminó de pagar hace tres años, y el recuerdo de lo que define como “el universo kafkiano y traicionero de la IM”.