El escritor español Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956) recibió ayer el premio Príncipe de Asturias de las Letras 2013. Este año los candidatos fueron 18, entre los que se encontraban Eduardo Galeano (“guatemalteco”, según varios medios españoles), el japonés Haruki Murakami, el irlandés John Banville y los también españoles Luis Goytisolo y Enrique Vila-Matas. Luego de que en la década del 90 se iniciara el proceso de internacionalización de los galardones, el Príncipe de Asturias había recaído en autores como el estadounidense Paul Auster, el poeta y cantante canadiense Leonard Cohen y el libanés Amin Maalouf. Muñoz Molina rompió la racha -hacía 12 años que no ganaba un escritor en lengua española- y se convirtió en sucesor de Philip Roth (el ganador en 2012). El premio consiste en la reproducción de una escultura diseñada por Joan Miró -símbolo representativo del galardón-, 50.000 euros, un diploma y una insignia.

Conocido en Uruguay por su devoción onettiana (y sus lúcidos artículos sobre el tema), Muñoz Molina es autor de novelas como El jinete polaco (ganadora del premio Planeta 1991), una ficción autobiográfica en la que se reconstruye la memoria personal del narrador a partir de acontecimientos propios y ajenos; El invierno en Lisboa (premio Nacional de Literatura y premio de la Crítica, 1987), un homenaje al cine negro estadounidense y los antros jazzeros del momento -fue llevado al cine con la música de Dizzy Gillespie-, y La noche de los tiempos (2009), en la que se aborda la memoria histórica y las raíces de la España actual.

El flamante Príncipe de Asturias 2013 fue premiado, según el jurado, por “la hondura y brillantez con que ha narrado fragmentos relevantes de la historia de su país, episodios cruciales del mundo contemporáneo y aspectos significativos de su experiencia personal. Una obra que asume admirablemente la condición del intelectual comprometido con su tiempo”.

Este compromiso parece evidente en su último libro publicado, Todo lo que era sólido (Seix Barral, 2013), un ensayo narrativo y testimonial en el que reflexiona sobre los posibles avances del actual deterioro económico, político y social. O en Sefarad, un relato sobre minorías perseguidas y amenazadas por violencias que afloraron en muchos momentos del siglo XX, que recibió el polémico premio Jerusalén de Literatura; por aceptarlo fue acusado de apoyar a Israel.

En aquella ocasión Muñoz Molina defendió el papel y la responsabilidad que el escritor tiene en la sociedad, sobre todo para asegurarse de que las voces de los más débiles sean escuchadas y preservadas.

Si bien a Muñoz Molina se lo conoce más que nada por sus novelas, tiene un extenso trabajo ensayístico, como La realidad de la ficción, ¿Por qué no es útil la literatura? y Pura alegría, que alternan la intriga, la España democrática y la posguerra, temas también presentes en sus libros semiautobiográficos y en sus crónicas viajeras.

Académico de la lengua y ex director del Instituto Cervantes en Nueva York, Muñoz Molina se ha mostrado defensor de la tolerancia y crítico con el terrorismo de ETA, desde una perspectiva política progresista. Consultado respecto de su opinión sobre los príncipes de Asturias, declaró que es “limitada” por conocerlos poco, aunque considera que están en una “posición imposible”. Aseguró que recibió el premio con naturalidad y sorpresa, sintiéndose afortunado en su carrera literaria por haber integrado una generación “privilegiada”, que comenzó a escribir en plena democracia. “Llegamos a los lectores en los años 80, en una época excepcional, y tuvimos la suerte de contar con un público que quería leer nuestra literatura”, dijo el escritor en una rueda de prensa, horas después de que corriera la noticia de que había recibido el galardón.

En uno de los artículos que publicó en El País de Madrid, Muñoz Molina recordó a Montevideo, observando un cuadro de Jesús Ibáñez (España, 1947): “Quien ha establecido con ella un vínculo de añoranza y afecto [...] siente un deseo perentorio de volver enseguida, de pasear otra vez por la avenida 18 de Julio, de bajar hacia el puerto viejo o alejarse por los barrios de calles rectas y casas bajas en las que parece que nos va ganando poco a poco una calma rural, una lentitud de vida laboriosa y modesta”. Esto reitera una visión extranjera de la ciudad que parece repetirse en el tiempo, casi sin excepciones. Citó también a distintas personalidades relacionadas con Uruguay, como Idea Vilariño, Margarita Xirgu, José Bergamín y Juan Carlos Onetti (quien “le debe mucho más a Montevideo” y a “las letras de tango” que a William Faulkner).