Que alguien como Salif Keita llegue a Montevideo sin mayor revuelo y para tocar en un ámbito hermoso pero no precisamente multitudinario, como es el Auditorio Nacional Adela Reta, es un ejemplo perfecto de que la distancia cultural entre América Latina y África es aun mayor que la geográfica. Keita no es sólo el artista más importante y conocido mundialmente de Malí, sino que posiblemente sea el músico africano más conocido en su continente y fuera de él, lo que no significa que realmente sea conocido.

Malí es noticia en estos momentos por el conflicto bélico que está asolando a su población. Si bien el país subsahariano era conocido hasta ahora por sus buenos futbolistas, también fue la cuna de grandes músicos, como es el caso de Keita, nacido a fines de la década del 40. “La voz dorada del África”, nombre con el que algunos lo conocen, creció en una familia noble -aunque humilde- descendiente de Suniata Keita (fundador del imperio Malí en 1240). Keita fue albino de nacimiento, por lo que fue marginado y apartado de su sociedad al considerarse un signo de mala suerte en la cultura -del grupo étnico- mandinga. Incluso se considera que el albino encarna un poder maligno a tal punto que para no enfrentarse a él, escupen al piso, método que según ellos, sirve para alejar a los espíritus malignos. Además de este handicap en contra al que tuvo que enfrentarse de niño, su familia se opuso cuando conoció el deseo de Keita de convertirse en cantante, ya que sólo las clases inferiores se dedican a la música.

Cuando Keita cumplió 18 años, decidió migrar a la capital Bamako, donde se desempeñó como músico callejero y cantante de bares, hasta que se sumó a la agrupación Rail Band, patrocinada por el Estado. La banda se distinguió por ser una de las primeras en incorporar el sonido eléctrico a la música mandinga, y luego de tres años, fundó un grupo propio llamado Les Ambassadeurs, con integrantes de distintas nacionalidades. Este nuevo proyecto intentó mezclar ritmos tradicionales de Malí con los afrocubanos y el blues. Dados los problemas políticos del país, a mediados de los 70 la banda decide abandonarlo y viajar a Costa de Marfil. El éxito internacional que obtuvieron generó que el presidente de Guinea, Ahmed Sékou Touré, condecorara a Salif Keita como difusor de la cultura mandinga. El artista lo retrata en su tema “Mandjou” de 1978, himno mandinga que eleva la figura de Touré.

A mediados de los 80, el grupo se disolvió y Keita se traslada a Francia, donde dio forma a su carrera solitaria. Tras el éxito de su debut Soro, de 1987, el artista firmó para el sello de grabación Island. En 1989 lanzó Ko Yan, un disco que le permitió vincularse con el austríaco Joe Zawinul (ex líder de Weather Report). Fue el mismo Zawinul quien produjo su siguiente disco de 1991, Amén (en el que participaron músicos como Carlos Santana y Wayne Shorter). Esta grabación lo convirtió en el primer líder de un grupo africano en ser nominado a un premio Grammy.

Durante 2000, Keita apoyó la causa de Nelson Mandela y decidió volver a su país, donde graba Moffou (2001), considerado uno de sus mejores álbumes. Ocho años después, y en recuerdo a la dura discriminación que padeció por un buen tiempo, publica La différence, un álbum que no sólo le rinde homenaje a los albinos, sino que también reclama sus derechos (los mismos que le fueron negados a él, incluso por su familia).

Simultáneamente a la edición de ese disco fundó The Salif Keita Global Foundation, una organización sin fines de lucro que dirige su atención a la situación global de las personas albinas, lucha por sus derechos y por su integración social, a la vez que recauda fondos para ofrecerles servicios gratuitos de salud y educación.

A los 64 años, a Keita se lo considera uno de los grandes impulsores del afropop, tanto por el nivel de su voz como por el de sus presentaciones en vivo; algo que se podrá comprobar cuando el músico africano llegue al escenario del Auditorio Nacional del SODRE el lunes 17 a las 20.30. Keita se presentará con la banda que grabó su último disco Tale (2012), Mamadou Kone en percusiones, Morike Keita en teclados, Djessou Mory Kante en guitarra, Harouna Samaje con el N’Goni (instrumento africano de siete cuerdas) y Mamadou Kone con la calabaza. Keita, a quien más que nada se lo conoce en Occidente por el tema que cantaba en la película Alí, ha declarado: “Soy negro, pero mi piel es blanca y me gusta. Soy blanco, pero mi sangre es de color negro y me encanta. La diferencia es lo bonito”, una declaración de principios representativa de este músico imposible de clasificar.