-¿Quién es Gustavo Perini?

-Soy yo. Mi nombre artístico nace en Casa del Teatro; era fanático del director de cine polaco KrzysztofKieslowski y, jodiendo, para los monólogos -que eran internos- me puse Gustaf Perinoski. Después vino Gustaf von Perinoski; iba cambiando de puro rompecocos, pero mis compañeros me siguieron llamando Gustaf y quedé un poco preso.

-¿Lo seguís viendo a Gustavo? ¿Es el que va a ver a Fénix?

-Sí, Gustavo es de puertas adentro y va a ver a Fénix; está Sandro y está Roberto Sánchez. Está bueno porque ahora no hay misterios, todo se ventila. El arte en sí mismo y el artista tienen que tener un misterio: se es artista en el escenario. Hay una gran ventilación de chismerío mediático en la que, sinceramente, no quiero participar.

-Has definido tus espectáculos cómo “rock hablado”. Tenés por momentos una postura rockera en el escenario y en el show hacés un bis. ¿Venís del rock?

-Totalmente. En el Teatro de Verano me paré arriba de un parlante para decir: “Esto no es stand up, es rock hablado”. De ahí viene la frase. Me hubiera gustado ser frontman de una banda de rock, pero arranqué para el lado del teatro. He estado relacionado con el rock por Teatro Trash: éramos teloneros de La Chancha Francisca, hicimos espectáculos con Hereford y con La Triple Nelson. Curtí todos los pubs que te puedas imaginar. ¡Había un metro cuadrado y allí actuábamos! Vengo del teatro pero me gusta esa cosa de que la gente esté esperando ahí, en carne viva, al palo; ahí se fermenta realmente todo. Vengo del teatro que tiene un vínculo con el under y con el rock, donde se mezclan los artistas en la bohemia. Con lo que no coincido es con esa cosa hermética del teatro, de que cuanto más difícil sea el espectáculo y menos espectadores vayan, más calidad artística se supone que tiene.

-¿Hiciste carnaval?

-Nunca; no he querido. Me hacen ofertas todos los años y son económicamente interesantes, pero si vamos a lo práctico, creo que el físico no me daría (por el trabajo que tengo durante esos meses). Por otra parte, son colectivos tan grandes que no tendría control artístico. En mis espectáculos tengo un control artístico total y digo lo que quiero en cualquier momento. Y hay un folclore que tampoco comparto, que es el hecho de concursar. Hay varias cosas por las que por ahora he preferido no participar. De todos modos, soy cultor: la murga, desde el punto de vista teatral, es increíble; creo que aún los tipos no saben lo que están haciendo, de tantos años que lo vienen haciendo. Esa ópera popular conceptual en la que cantan, bailan, con maquillaje, vestuario y todo un concepto que ha evolucionado y es nuestro, es infernal. Con el parodismo y el humorismo tengo mis reparos y quizá por eso no quiero ser parte; es una cantera de grandes talentos, pero a veces siento que se entra en una vorágine de no analizar mucho el producto artístico con tal de obtener un resultado inmediato.

-Volviendo a Gustavo, ¿cómo tomó tu familia tu elección laboral?

-Soy único hijo, nací en Capurro. Vengo de una familia de clase media baja, con limitaciones, pero nunca me faltó un plato de comida. Para mis padres fue difícil aceptar que el hijo iba a ser actor, pero siempre me apoyaron. Hasta que no se empiezan a ver los frutos, tanto económicos como de aceptación popular, es muy difícil.

-¿Te considerás actor antes que humorista?

-Sí; yo soy un actor clásico. Si me preguntás por un humorista te digo Arotxa, el mejor humorista de este país: en una cuadrícula de pocos centímetros tiene un poder de síntesis impresionante. Mi ventaja es que escribo lo que hago, pero a veces manejo el humor y otras no. Soy mi propio guionista.

-¿De chico eras el divertido del 
grupo?

-No mucho. En la escuela pasaba con sobresaliente y era escolta de la bandera, el primero en hacer los deberes, sumamente aplicado. Es una característica que mantengo hasta hoy, soy muy detallista. Me molesta ese cliché que la gente piensa: “Éste hace humor, se debe de quedar en el boliche hasta las cuatro de la mañana”.

-Monólogo versus stand up...

-Yo hago monólogos. La única vez que salió stand up de mi parte fue cuando edité el primer DVD, en 2007. Es el primer DVD de un espectáculo teatral uruguayo y se presentaba como “una mezcla de stand up y café-concert”. En cuanto a la movida del stand up, y a que a veces sale en internet que soy algo así como el padre del stand up en Uruguay, yo digo que no reconozco ese hijo, no soy parte de esa movida. Soy un actor monologuista, clásico y a la vieja usanza.

-¿Cuál es la diferencia?

-La diferencia es que antes un tipo te llevaba comida a tu casa y ahora te la lleva un delivery.

-¿Te calzás el traje de capocómico?

-Sin problemas, pero desde la humildad -no va faltar el que diga “¿éste quién se cree que es?”-, no desde el ego. Me parece que un cómico maneja todas la variantes de la actuación. Ana María Campoy dijo: “El cómico es el que lo puede hacer todo”, es el que te hace llorar, el mismo que te hacía matar de la risa.

-Buenos Aires ha sido la meca para actores y humoristas uruguayos. ¿Cuál es tu caso?

-De otros sí, no es la mía. Me molesta que si alguien es talentoso o conocido aquí, para ser más reconocido tiene que corroborar, subrayar o refrendar su talento en Buenos Aires. Yo no lo veo de esa manera. Siempre pongo el ejemplo de Jorge Esmoris, que para mí es un genio, un referente: él no transa, intenta infiltrarse en el sistema, tiene un bagaje... ¿Tiene que ir a Argentina para que se lo reconozca? Hay esa cosa de pequeña comarca, y la gente piensa “el que va a allá...” Se hará dinero, capaz que esto que te digo lo voy a sufrir cuando tenga 70 años por no haber hecho la diferencia; es parte del asunto. No iría a Argentina a hacer cosas que no me interesan artísticamente por hacer un mango o por estar en el candelero.

-¿Al hablar de referentes, Restuccia siempre está?

-Sí, y [Luis] Cerminara, histriónicamente un actor de la puta madre. Alberto es el estratega, el director, el filósofo; Cerminara era el histrión puro.

-Tienen una historia increíble…

-Yo viví el último momento de Casa del Teatro, cuando salíamos a vender bonos para salvarla... Yo vivía ahí, me pasaba horas y horas charlando con ellos… Entonces tenés eso adentro y no transás… está todo bien con el color, pero no me rompas los huevos. Estoy haciendo televisión y radio, pero en mi zona no transo; te parecerá trascendente o paloma, pero es lo que quiero decir.

-Hablemos del acceso a los medios en Uruguay.

-Es una tierra de atajos. A mí me han llamado... Te puedo expresar mi filosofía de vida al respecto: esto es una trayectoria, no es una carrera, pero es como el ciclismo, hay velocistas y fondistas. En el arte hay muchos fuegos artificiales, explota y hay un tipo al que le dan el premio sprinter. Yo siento que soy un ciclista que está todo el tiempo pedaleando, no miro a los costados porque lo considero una pérdida de energía. En una entrevista, Levón decía que había dos cosas que necesitaban los actores: una es salud; la otra, que no te carcoma la postergación del odio, eso de “¿por qué no me pasa a mí?”. Es una postergación personal trasladada al trabajo artístico. Yo estoy pedaleando; capaz que tenés 70 años y recién viene el reconocimiento, pero no podés dejar de pedalear. Si se te pincha una rueda, emparchás y seguís; si te pasaron, no importa, estás en tu viaje. Pedalear te hace feliz, pensar en los demás te debilita.