Para los amantes de las novelas policiales negras (o noir, o hardboiled) ayer fue un día triste, ya que murió Elmore Leonard, tal vez el mayor estilista que haya dado el género y probablemente el último de sus gigantes en actividad. Elmore Dutch Leonard comenzó en realidad escribiendo en un género aun menos prestigioso que el policial noir, el western, y ya uno de sus primeros relatos 3:10 to Yuma (1953) fue rápidamente adaptada al cine, comenzando una fluida relación con Hollywood que duraría hasta su muerte. Además de varios guiones, 19 de sus novelas e historias pasaron a la pantalla grande y otras siete se convirtieron en programas de televisión. Dedicado a los policiales desde The Big Bounce (1969), Leonard fue adaptado por directores como Martin Ritt, Richard Fleischer, Barry Sonnenfeld, John Frankenheimer, Abel Ferrara, Quentin Tarantino, James Mangold y Steven Soderbergh, todos ellos fascinados por la solidez de sus tramas y la musicalidad inteligente de sus diálogos.

Su escritura era un modelo de concisión; cuando le preguntaban cuál era el secreto de su popularidad solía decir: “Dejo afuera las partes que la gente se saltea”. A pesar de ser extremadamente prolífico (escribió 45 novelas) y sumamente exitoso, Leonard siempre fue un modelo de escritor popular que no sacrificaba el nivel de su escritura en aras del triunfo económico, y que tenía sus seguidores tanto entre los cultores de la alta literatura como de la baja. Era tan admirado por los lectores de bestsellers como por escritores de la calidad de Martin Amis, Saul Bellow y Raymond Carver. Incluso el estricto crítico Harold Bloom reconocía que era un gran escritor.

En 2001 escribió una serie de diez consejos sobre escritura para The New York Times (se lo puede encontrar -en inglés- haciendo una búsqueda por “Writers on writing Elmore Leonard”) que deberían ser de lectura obligatoria en cualquier taller literario, o por lo menos en cualquier taller literario que pretenda producir libros que no duerman a sus lectores. De los diez consejos, casi todos prácticos y minimalistas, se destaca el décimo, que sostiene con autoridad: “Si suena como escritura, lo vuelvo a escribir”.

Más allá de su lacónico estilo, Leonard se destacaba por sus personajes, generalmente personas con cierta ética, pero uno demoraba un buen tiempo en descubrir si los protagonistas estaban intentando evitar un crimen o cometerlo. Esta ambigüedad moral no implicaba, sin embargo, que a Leonard le gustara bucear en las miasmas sociales a las que es adepto el hard-boiled; a diferencia de los de autores como Jim Thompson, Chester Himes o James Ellroy, los personajes de Leonard rara vez son realmente oscuros o negativos, y el tono general de su obra, llena de un humor elegante y sutil, se aproxima por momentos al de las novelas policiales tradicionales, distanciándose sólo por el estricto realismo de sus ambientes.

Como decíamos antes, sus diálogos y argumentos eran ideales para su traspaso a la pantalla grande, y algunas de sus novelas se convirtieron en películas tan notables como Jackie Brown (1997) -basada en la novela Rum Punch-, posiblemente la más emotiva y sólida de las películas de Quentin Tarantino, y El nombre del juego (Barry Sonnenfeld, 1995) -basada en Get Shorty-, uno de los policiales más entretenidos y sensibles de los 90.

Hasta el momento de su muerte y después de 60 años de carrera, Leonard seguía publicando una novela por año, a pesar de que evidentemente no necesitaba dinero o reconocimiento. La razón con la que lo explicaba era que le resultaba “divertido”, lo mismo que para sus lectores encontrarse con esa entrega anual que ahora se verá tristemente interrumpida.