-Ya vas por la séptima novela protagonizada por Bevilacqua y Chamorro. ¿Cómo es el proceso y qué es lo que más te interesa?

-No me interesa sacar ninguna chistera al final para sorprender al lector, no me interesan los efectos escabrosos, truculentos o sórdidos del crimen ni escandalizar o fascinar al lector con la figura del criminal, por ejemplo. Me interesa rastrear lo que hay de humanidad en todos los personajes, como en la víctima, que para mí es un personaje central en la novela; los policías que investigan y también los que matan. Huyo del psicópata y del gángster. Busco gente que en un momento determinado decide quitarle la vida a otra persona o pagarle a alguien para que se la quite -un acto más frío y más duro-. Ésta es una decisión humana, la toman hombres por cuestiones humanas que tienen objetivos, algo que quieren conseguir o evitar. Estas personas obran por interés, por odio o por miedo, y esto es lo que me interesa contar. El que en un momento determinado comete un crimen no es un hombre esencialmente distinto de los demás. Luego, en las novelas, está muy presente el trasfondo de la realidad española, que para mí no es ni más ni menos interesante que otras, aunque en verdad también trate de la sociedad global, ya que trata de mujeres, y corrupción policial hay en todos lados.

-Se lee sobre detectives que hablan y actúan como tales...

-El derecho me dio una visión de ese personaje, que yo creo que es ligeramente distinta de la de muchos de mis compañeros. No creo en el investigador policial -que es mi personaje-, en el policía como un solucionador de problemas o reparador de los males sociales. El policía es sencillamente un dique de contención, y cuando las aguas rompen el dique, su trabajo no es restaurar el orden sino obtener pruebas para que los jueces restauren ese orden. Un policía no puede siquiera meterte en la cárcel, sino que en determinados supuestos -muy concretos- pueden detenerte durante unas horas que están tasadas, por lo que es un personaje menos resolutivo y espectacular, menos héroe de Marvel que el detective norteamericano, pero a mí me interesa mucho más eso porque es mucho más humano, más creíble. Es una pieza de un engranaje que es la administración de justicia del sistema judicial, que no funciona bien, además. Y el que mejor lo sabe es él. Te lo digo porque mi experiencia dentro del sistema me da esta visión del policía y también conozco a muchos de ellos. Algunos me dicen que escribiendo obras sobre policías tomo una opción conservadora, pero yo nunca he oído un discurso más crítico respecto del sistema que de labios de quienes forman parte de él, que nadie conoce tanto como ellos. El que critica el sistema desde afuera muchas veces se queda en la superficie y sus críticas no tienen profundidad. Cuando tú hablas con los policías te das cuenta de que la visión que tienen algunos de ellos es muy amarga y muy ácida. Y cuando les preguntas por qué siguen trabajando en el sistema y no lo abandonan, responden que no lo hacen porque creen que alguien tiene que estar. Ésta es la actitud de Bevilacqua, él no pretende redimir la sociedad ni trabajar en un sistema que esté redimiendo la sociedad, pretende que el sistema funcione razonablemente en el lugar donde él está.

-¿Cómo recibió la sociedad a los guardias civiles como protagonistas?

-De entrada muy mal, sobre todo porque en España se juntan varias cosas: una tradición literaria previa, un conocimiento muy defectuoso de la historia, del mal conocimiento que hay y de la poca información que existe. El problema de la Guardia Civil es que tiene una tradición literaria previa en la que tiene una imagen muy negativa (que comienza con García Lorca y algunas películas), y luego hay un hecho histórico, muy icónico, que ha quedado en la memoria -porque además es reciente- como el golpe de Estado del 81 protagonizado por los guardias civiles entrando al Congreso. No han quedado las demás fotografías; estudié la historia de la Guardia Civil y te puedo ofrecer otras que son completamente diferentes y sin embargo nadie ha visto porque no son tan famosas. Hablando de García Lorca, por ejemplo, tiene una visión de los guardias civiles como unos seres demoníacos que torturan y apalean a los gitanos, quienes son como los héroes de su Olimpo. Yo tengo una fotografía -de tiempos de García Lorca- que me parece interesante, de unos guardias civiles entrando a Granada a caballo mientras protegen de la multitud a un clan gitano que había asesinado a un guardia civil, llevándolos sanos y salvos al juez. La foto es impresionante, porque uno ve la calle llena de gente enfervorizada y una muralla de guardias civiles protegiendo a los gitanos. La historia es muy larga, pero por decirlo en dos palabras, la Guardia Civil es una creación de la España liberal -los fundadores de la Guardia Civil son liberales- quienes querían fomentar el comercio, el desarrollo económico de España, y para eso hacía falta que los caminos fueran seguros. En la historia hay momentos que la Guardia Civil es utilizada por regímenes totalitarios, por ser un grupo armado y por ser un cuerpo que funciona, los utilizan hacia el final del siglo XIX y los utiliza Franco, y la gente se ha quedado mucho con esa imagen y no con todo lo demás. El papel histórico que ha tenido la Guardia Civil en las revoluciones y las guerras civiles que ha habido en España en estos 200 años siempre estuvo del lado de las fuerzas más progresistas.

-¿Y en tu historia en particular?

-Lo que traté de proponerle al lector es qué es un guardia civil hoy y a qué se dedica, cómo trabaja, con qué espíritu y del lado de quién. Mucha gente sigue pensando que son represores, los identifican con Franco. Lo que intento trasladar al lector es que se olvide de todo lo que ha leído, los clichés y los prejuicios, y vea a qué se dedica esta gente hoy. Lo sé porque hablo con ellos, porque sigo sus trabajos, porque los he conocido como abogado y descubrí cómo trabajaban. Claro que hay de todo, sólo pretendo proponerle al lector que es un cuerpo policial razonablemente moderno, democrático, respetuoso y normal, en el que hay mucha gente que hace su trabajo dignamente, en el que hay algún residuo del pasado -muy pocos, hay más residuos del franquismo en España que en la Guardia Civil, aunque eso daría para otra conversación-, y por supuesto que hay elementos corruptos, no intento dar una imagen idealizada sino retratar a un grupo de gente que trabaja muchísimas horas al día, por no demasiado dinero, para ayudar a los demás. Si no lo creyera o lo hubiera visto, no lo contaría así.

-La marca del meridiano habla de la corrupción de funcionarios públicos encargados de velar por el cumplimiento de la ley, junto a un relato psicológico y una investigación criminal que, inevitablemente, el lector lo vincula con la realidad que vive España...

-Sí, hay varios planos. Yo intento reflejar la realidad del país pero ir un poco más allá de lo que es el discurso somero. La crisis siempre se describe en términos macroeconómicos, y además los españoles siempre tenemos una tendencia a describirlo todo en términos apocalípticos, nos gusta flagelarnos, es un paso más allá de la autocrítica. Intento demostrar que España es un país donde se ha derrumbado un espejismo, lo que para mí no es malo. Un país que vive colgado de la construcción de pisos vacíos que se revalorizan indefinidamente, dependiendo de la entrada de dinero barato, de dinero negro, de dinero del crimen, no puede sostenerse. Porque al final era eso. ¿Qué alimentó la burbuja española? ¿Por qué se construían miles de casas que no ocupaba nadie? Porque estaban los bancos alemanes -ésos que ahora nos corrigen y nos entiendan la plana a todos- inyectando dinero muy barato porque a ellos les servía para hacer negocios. Y luego se sumaba el crimen organizado. Hace cinco años estábamos fatal, porque teníamos una economía ficticia y no lo sabíamos. Ahora lo que se vive es el derrumbamiento del espejismo. Y esto te lleva a dos cosas: la gente debe acostumbrarse a que su vida vaya a menos, y esto es revolucionario para un español de mi generación. Yo sólo he visto a España ir hacia adelante. Esto es una conmoción para un país que lleva protagonizando cuatro décadas de avance. A mí me interesa mostrar más que nada cómo se sale de allí. ¿Por qué España no se ha hundido? Creo que incluso a algunos de nuestros hermanos de la comunidad europea les interesa que España esté débil, ya que un país débil pesa menos. No nos han hundido porque hay gente como la que yo muestro en la novela, que si tiene que trabajar 18 horas lo hace. Ha habido corrupciones y cuestiones, pero el hijo político del rey está procesado, y el responsable de las finanzas del partido de gobierno está en prisión condicional, porque hay gente que ha hecho su trabajo. Quiero mostrar las dos Españas, la que se ha corrompido, que ha tomado decisiones disparatadas, que ha jugado con el patrimonio de todos, y esa otra, que se levanta todos los días no sólo a corregir los desmanes de la primera, sino también a sostener las cosas. Muchas de las cosas que yo cuento son ficción, pero están basadas en casos reales, como esa caza de unos guardias civiles narcos alquilando la casa de al lado de la Policía; eso no me lo han contado, lo he visto en un video de investigación.

-Cambiando de tema, es increíble que los orígenes de Bevilacqua sean del San José uruguayo y que su padre sea montevideano.

-No es casualidad. Quería que mi personaje fuera medio extranjero. Me parece que una de las grandes taras de la humanidad es el nacionalismo, empezando por Adolfo [Hitler] y siguiendo por todos los demás. Intenté que no fuera español del todo, que tuviera un elemento extraño (que quedaba en descubierto ya desde su apellido). Preferí que fuera sudamericano de origen y me incliné por Uruguay porque me gustan los países pequeños, y también es menos conocido en España. Tenía muchas conexiones con Montevideo por Onetti, y por eso me terminé decidiendo. Vine hace tres años a completar la biografía de Bevilacqua y cuando fui a San José me dijeron: “¿Tú sabes que aquí hay muchos Bevilacqua?”. Por eso decidí darle una vuelta, él y su padre son de Montevideo, pero sus ancestros son de San José. No conozco Punta del Este, por ejemplo, pero no creo que me vaya a interesar más que San José. Me ha venido muy bien el lado uruguayo de Bevilacqua, porque no sólo lo hace sudaca sino que cuando comienzan los rollos nacionalistas que hay en España -entre Castilla, Cataluña-, él es ajeno.

-Sos un madrileño que vive en Barcelona. Cuando recibiste el premio Planeta diste un discurso en catalán en el que pedías la mediación entre Madrid y Barcelona

-Yo siento mucha gratitud y mucho cariño por Cataluña, su cultura y su idioma, pero, sinceramente, de lo único que no han logrado convencerme es de que no son españoles. Voy a Gerona -al norte de Cataluña- y son españoles, catalanes pero españoles. Sobre esa realidad no creo que sea necesario crear un conflicto que los vuelva extranjeros mutuamente, y no creo que sea la única manera de respetar la personalidad de Cataluña, aunque en la actualidad haya un problema, ya que la ley española considera que es lo mismo que Castilla, por ejemplo, y no lo es. Pero separándose perdería un mercado doméstico, la fuente de energía -que casi no se tiene- que viene del resto de España y que llega subvencionada, entre otras cosas. Lo que me da mucha tristeza es el odio y el rencor por el diferente, y contra eso hay que luchar. Me rebelo contra esa estupidez.