Desde el sábado 3 hasta el miércoles 14 se viene celebrando el15o Festival de Invierno de Cinemateca, que cuenta con la tan acostumbrada variedad de películas que suelen acudir a la cita, con un abono más que barato (el pase para ver todas las películas en Cinemateca 18 y Sala 2 sale apenas 50 pesos) y la llegada de algunos realizadores (en esta edición habrá un Focus Puerto Rico, un país del que prácticamente no suele llegar nada en materia cinematográfica a nuestras costas). Esta nota intenta ser un pequeño acercamiento a algunos de los films que pasaron y, sobre todo, a algunos que integrarán la grilla, a modo de guía para quien esté interesado en trazar círculos rojos en el avizorado catálogo.

Los Trueba se han conformado como una auténtica dinastía en lo que refiere a participaciones en los festivales de Cinemateca. Jonás Trueba (hijo del conocido director Fernando Trueba, autor de El artista y la modelo, película que hace prácticamente nada figuró en la programación de Cinemateca) ya había impresionado con su ópera prima Todas las canciones hablan de mí, en la que el centro de la narración corría por los sueños frustrados de escritor del protagonista y la forma en que intentaba encontrarse en las miradas de las mujeres de su vida. Aun recurriendo al conocido arquetipo del artista neurótico y trastornado, la película brillaba por elementos aledaños, cierta fineza en la concreción de escenas, un acompañamiento hermoso por el piano de Bill Evans y un particularísimo ojo a la hora de retratar mujeres. En Los ilusos, película que abrió el Festival de Invierno, parecería que Trueba hubiese tomado estos logros esparcidos y los hubiese colocado en el centro de la cuestión. La trama está casi disuelta: dos proyectos de filmación de un director que nunca parecen concluir del todo. Saltamos de una escena a otra, lo que creemos que es parte del universo diegético salta, como si se corriera el rollo, y nos vemos adentro de la película, jugando con el adentro y afuera de lo que sucede en la pantalla. En una clave netamente godardiana (tanto en la fotografía como en ciertos giros temáticos recuerda a Elogio al amor), la película hace uso y juega constantemente con citas de autores como Jacques Rivette y Édouard Levé, entrando y saliendo de cuadros, poniéndolas en práctica en el mismo estilo cinematográfico que parece atravesar el film. En un momento se habla del efecto de pase de comedia a drama que tiende a dilatar la duración de escena, efecto que más tarde veremos en el desarrollo del film. En otro, el protagonista invita a una chica al cine, y al darse cuenta de la mala calidad de la película sale corriendo de la sala para avisarle al proyeccionista; ante su queja el proyeccionista le responde: “Está en excelente calidad, es blu-ray”. Ese pequeño guiño, o casi homenaje, parece reírse un poco amargamente del fin de un tipo de cine, el fin -tal como lo indica el título- de una ilusión, y la película se configura como un auténtico acto amoroso al cine en sí mismo. Los ilusos habla de la escritura y reescritura, la forma en que nuestro recuerdo es cinematográfico, de cómo el cine ha estirado nuestra vida por tres, de cómo nada ha sido igual a partir de él, por más que esté en un lento canto de agonía.

Centrada también en la escritura se encuentra En la casa, última película de François Ozon, que cerrará el festival. Trata de un profesor de literatura (Fabrice Luchini) que descubre el talento de un joven alumno suyo, proveniente de una familia problemática. El alumno comienza a escribir, bajo la tutoría de su profesor, una novela por entregas que narra las particularidades de la familia de un compañero de clase. El fino sarcasmo y lo preciso y puntilloso del relato fascinan al profesor, que se mete cada vez más en la historia, limándose los límites entre entusiasmo artístico y puro y duro afán voyeurístico. Es en este punto en el que una película que en un principio parecía una obra poco interesante al estilo “joven y tutor” (como la pomposa Descubriendo a Forrester, de Gus Van Sant) comienza a tomar la forma de un thriller, en el que -bien al estilo que caracteriza a Ozon- nunca se tiene del todo claro los móviles que impulsan a los personajes. En este sentido, En la casa se puede leer casi en paralelo a la conocida La piscina, en esa característica de un personaje joven y atractivo que fascina al protagonista y lo lleva a cuestionarse la misma naturaleza de su atracción. Al igual que en aquella película, los sentimientos y la sexualidad circulan de manera ambigua; Ozon es un gran artesano de tensiones eróticas disipadas (parece tener una aproximación rohmeriana a la sexualidad). Una película que podría haber sido muchas películas de género, pero que 
-logradamente- no les llega a quedar bien ninguno de esos motes.

La otra gran vedette del festival, que también juega con mucha soltura dentro de los géneros y las fuentes, es Blancanieves, de Pablo Berger, la que fuera la gran ganadora de los Goya pasados. Es una reconstrucción libre del famoso cuento de los Hermanos Grimm, que pasa la historia del espeso follaje de los bosques medievales a la calurosa Sevilla, en un entorno marcado por el flamenco y los toreros. Berger, en un estilo que recuerda en su tenor emocional al cine de Pedro Almodóvar y en lo estético al de Guy Maddin, demuestra ser inteligente en lo que toma y deja del cuento original, convirtiendo en toreros a los siete enanitos, y realzando los tenores necrofílicos que existían en la versión original. Como valor extra, la impresionante fotogenia de Maribel Verdú, quien se adapta al formato de cine mudo como si toda su vida hubiese actuado en ese estilo.

Latinoamérica se busca 
a sí misma

Una característica particular del festival es la notoria profusión de films vinculados con casos de historia reciente. En este plano tenemos documentales de corte más clásico como Voces de Chile (del iraní Cyrus Omoomian), que intenta hacer un recorrido por todos los planos a los que afectó la dictadura pinochetista, con un particular hincapié en el papel que tuvieron las multinacionales en el proceso, y otros de un tono un poco más libre, como Tábula rasa, en el que Jonathan Perel parte de la demolición de un edificio perteneciente a la ex ESMA argentina (conocido por su función como centro de torturas), preguntándose sobre el vínculo que este acontecimiento dispara en relación con la memoria y el espacio. Con mi corazón en Yambo habla de la búsqueda personal que una directora hace sobre sus padres, secuestrados, torturados y asesinados por la Policía ecuatoriana en 1988.

En esta reconstrucción de la memoria no falta el lado uruguayo, con el estreno de Semillas de luz, a cargo de Lucía Weinberg, una película-ensayo (casi podría decirse “película poema”, que orbita sobre el poema “Cenizas” de Gerardo Bleier), que toca diversos temas vinculados a la imposibilidad del olvido, con entrevistas que cubren desde la lectura de Julio María Sanguinetti sobre el tiempo previo al golpe de Estado, a entrevistas con hijos de desaparecidos y ex militares que se opusieron al golpe. Como producto es un tanto irregular, con momentos de grandes aciertos (como esa pregunta que se hacen al enfocarse sobre los caballos que fueron captados y rescatados en un archivo fotográfico que había permanecido oculto) y otros cuyos recursos de edición resultan un poco fallidos y molestos. Un producto cinematográfico desparejo, que si estuviera más pulido podría haber sido mucho más efectivo.

Esto sólo fue una breve mirada a algunos de los títulos y ejes temáticos que podrán verse en el festival. Con semejante cantidad de películas y precios tan módicos, es una buena razón para animarse a salir de la casa e internarse en las salas de Cinemateca.