Bajo la dirección de Alejandro Tantanian y sobre un texto del cordobés Santiago Loza (de quien se van a presentar en agosto las obras La mujer puerca y Todo verde), Soledad Silveyra fue la protagonista de Nada del amor me produce envidia, primer monólogo en la carrera de la veterana actriz y que, según se mire, puede ser interpretado como una alegoría política de una Argentina dividida, en la aparición fantasmal del espíritu de Libertad Lamarque y Eva Duarte. A partir de una supuesta cachetada que Lamarque le propinó a Eva durante la filmación de La cabalgata del circo, en 1954 (hecho que la cantante ha negado en varios reportajes), Loza va más allá, para explorar en dos personajes que fueron el símbolo del país enfrentado. En este caso, el objeto en disputa es un vestido, y está en manos de una modesta costurera de pueblo la decisión acerca de su destino. Utilizando como único escenario una caja de tres por dos metros, con un piso con un desnivel a 45 grados y acompañada sólo por una silla, Solita Silveyra compone una modista que se acerca bastante al personaje popular que la actriz ha representado en la mayoría de sus apariciones más conocidas, y que la conecta con una infancia de familia antiperonista.

-Esta obra me hace acordar a Eva y Victoria, en la que compartías cartel con China Zorrilla y tú hacías de Eva; en definitiva, se trataba de una pareja que representaba dos clases sociales y dos miradas de Argentina. En este caso la costurera también aporta su visión respecto de una situación social y política...

-Bueno, ella lo dice: “Libertad y Eva son de una raza, y yo soy de otra”. Lo que pasa es que hay dos miradas de la obra: o ves el enfrentamiento entre Eva y Libertad desde el punto de vista ideológico, o te colocás en el lugar de la costurera y ves lo que significa tener que tomar una decisión cuando uno tiene que utilizar el “yo”. ¿Qué hago con esta decisión? Y esta decisión puede pasar por entregarle el vestido a Eva o por decidir qué hago con otras cosas de mi vida. Lo que tiene de grandioso el texto de Loza es que cada uno lo puede tomar según lo que esté viviendo en el momento. Por ejemplo, cuando en el texto dice: “Al fin y al cabo, uno espera una vida para decidir cosas como ésta, cosas importantes, y cuando llega el momento no estamos preparados”. Creo que eso nos pasa muchas veces en la vida, cuando uno siente que tiene la gran oportunidad... y cuando la tenemos se nos escurre, se esfuma. Es una de las cosas del texto que más me conmueven, tal vez porque me ha pasado en la vida.

-A partir de esto, ¿cómo te posicionás para darle vida al personaje?

-Me abastezco de los recuerdos de mi infancia, fundamentalmente. Hay una cosa que pasó con esta obra: se estrenó en 2008 y de ninguna manera vas a ver en las críticas de la época que haya habido una mirada política. Es muy curioso. Creo que ahora, al ser estrenada por una actriz popular, llevada al teatro Maipo, con una confrontación política tal vez mayor que la que había en aquel momento, para la crítica nueva que ha tenido, ha tomado un perfil mucho más político. Pero es curioso, porque es el mismo texto de Loza: no pasó en 2008 y pasa ahora. Quizá al ser el texto puro y al estar yo metida dentro de una caja, y obviamente porque hay una mayor confrontación en mi adorado país, sea leída por la crítica desde un lado más político. A mí lo que me pasa con la anécdota de Eva y Libertad es eso: una anécdota, y está muy bien para el teatro. Pero lo que me apasiona de la obra, y lo que es además mi fuente, es mi abuela, que cantaba como Libertad Lamarque, el hecho de haberme criado en una familia tan antiperonista... entonces es como que me viene mucho la infancia. Y yo soy una mujer más bien “evitista”: siempre rescato a Eva. Yo no soy peronista pero apoyo al gobierno nacional, aunque no en su totalidad: hay cosas con las que no estoy de acuerdo, pero apoyo el proyecto, más allá de que no soy peronista. No soy una mujer vertical, soy absolutamente horizontal; no podría practicar la verticalidad, me gusta la horizontalidad, entonces nunca podría ser peronista. Me crié en un hogar muy antiperonista. Mi madre estuvo presa cuando se quemó el Jockey Club [junto con otros locales de opositores al peronismo, como la sede del Partido Socialista, la Casa Radical y la sede del Partido Demócrata, en abril de 1953], y tengo el recuerdo permanente de mi abuela hablando mal de Perón, pero yo de alguna manera siempre rescaté a Evita, y eso me pasó también cuando hice la obra con China. Eva y Libertad fueron dos mujeres que estuvieron enfrentadas ideológicamente, por eso creo que el poeta utiliza estas dos imágenes, y la de esta humilde costurera que no es de las que pueden decidir, sino de las que acatan, como ella dice: “Hay dos clases de personas en el mundo: las que deciden y las que acatan. Yo pertenezco a la segunda categoría”. A mí eso me conmueve mucho.

-Viendo la obra no es difícil relacionar el ámbito de la costurera con algunos en los que se desarrolla la obra de Manuel Puig. ¿Tomaste en cuenta a este autor para la construcción del ambiente de tu personaje?

-Bueno, Santiago [Loza] tiene mucho de Puig, esa cosa pueblerina. En cuanto leí el texto dije: “Esto tiene algo de las novelas o los cuentos de Puig”, y creo que Loza es un heredero de eso, además, por la forma en que describe a las mujeres.

-La obra termina con el acto de quema del vestido en cuestión. Es muy fuerte la intervención del vestido rojo al final de la obra, ocupando el pequeño espacio del cuarto de la modista, como un lacre o una escarapela que invade toda la imagen.

-Ése es un trabajo del director y de la escenógrafa Graciela Galán, que hicieron la escenografía y el vestuario. En sus charlas fueron volando en su imaginación y llegaron a poner este vestido, que es ese vestido quemado, que, supuestamente, es el vestido en disputa. Es fuerte esa imagen, que se relaciona con una reacción ante la imposibilidad de decir que no a algo. Entonces lo único que te queda es la autoeliminación, y eso es lo terrorífico que te puede plantear una decisión. Es desde ese lugar que uno tiene que inmolarse para poder salir de esa situación. Es como si estuvieras encerrada en un callejón sin salida, y bueno, ahí está la poética de Loza.

-¿Creés que tu popularidad colabora en el hecho de componer un personaje de barrio o de representar a la gente común?

-Hay algo que trabajó mucho Tantanian y fue que no me hizo hacer de una modista, no me hizo componer una modista. Tanta, que fue profesor de Santiago Loza, cuando fue a ver la obra le dijo: “Esta obra la tendría que hacer algún día una actriz popular”. Cuando tuvo la oportunidad de hacerla, cuando el año pasado lo convocaron para Teatrísimo, un ciclo que hacemos a beneficio de la Casa del Teatro, que es donde están nuestros viejitos, a Tantanian se le ocurrió que yo hiciera la lectura de Nada del amor… y convocó a Santiago en mi casa. Ni bien leí la obra, sin haberla estudiado, me pasó algo muy especial, me emocionó tanto que prácticamente no me permitía leer. Decidimos hacerla en Teatrísimo y después tratar de llevarla a la calle Corrientes, aunque fuera sólo una vez por semana, porque tampoco se trata de un texto de mayorías, aunque estaría bueno que lo fuera porque para mí sería el gran desafío. Una de las críticas que le hicieron a esta obra en Argentina, y que a mí más me gustó, es la que cierra diciendo: “Ojalá que Soledad Silveyra sea un cohete para que Santiago Loza pueda acceder al mercado de la calle Corrientes como hoy pueden acceder Veronese y Daulte”. Eso para mí fue el mejor regalo.

-Porque esta obra fue estrenada en el under porteño…

-Sí, claro, en un teatrito de 60 localidades y dos veces por semana. Entonces, que se pueda hacer en Buenos Aires y que la gente pueda ir un poco más masivamente sería buenísimo, sobre todo por el poeta, mucho más que para mí, en lo que tiene que ver con la satisfacción. Sobre todo por él, para que su prosa llegue a la mayoría, porque realmente me parece un buen escritor. En aquella oportunidad Tantanian me dijo: “Mirá, Solita, es tal la conexión que tenés con el texto, que trabajalo desde vos”. Yo no siento que la que está ahí arriba sea yo, pero sí son mis emociones, digamos. No hay una costurera construida por Tantanian y Silveyra, no es que dijimos: vamos a construir una costurera. No. Me dejó absolutamente libre, tan libre que llegó un momento en que dije: “Necesito ayuda porque no me atrevo a todo esto”. Es más: él cambió la propuesta e hizo que yo me dirigiera directamente al público desde el primer momento. Y eso es muy fuerte. Yo nunca había hecho un unipersonal. Nunca. Ni en humor, que es mucho más fácil porque tenés la respuesta de la gente; vas y venís. Acá se trata de un unipersonal que está dirigido totalmente al público. Cuando se hizo la versión en 2008, la protagonista hablaba con un maniquí, por eso se escucha esa voz al principio, que es la voz de Tantanian que describe cómo es la escenografía y el taller de la costurera donde está el maniquí, donde están las telas, la máquina de coser. A mí en esta puesta se me sacó todo: quedo con una silla, nada más, y actúo dentro de una especie de caja que tiene un piso con una pendiente de 45 grados. No es fácil. Pero como nunca había tenido una experiencia así, la verdad es que estoy profundamente agradecida de haberla vivido, estoy muy feliz. Es un desafío muy grande para mí.

-Hablemos de tu trabajo en televisión. Estás nominada al premio Martín Fierro por el personaje de Lorna Love en la serie Condicionados.

-A mí me encantó, pero no nos fue bien. Nos fue bien desde el lado de la interpretación, del prestigio, en ese sentido sí, pero no nos fue bien popularmente: no midió lo que tenía que medir. Fue uno de los personajes que más me divirtieron. Yo soy muy castigadora conmigo misma, tengo una capacidad de disfrute mínima. Tengo muy poca capacidad de disfrutar con el trabajo, soy de una autocrítica feroz. Como dice Tantanian: “A vos hay que inyectarte un poco de ego”. Soy muy dura conmigo. Pero a veces me viene bien, porque cuando llega el momento de la crítica ya me he dado tanto, tengo tal nivel de crítica conmigo misma, que cuando llega la ajena no me hace mucha mella. Incluso estoy pensando en empezar una terapia para analizar por qué me cuesta tanto disfrutar. Ahora estoy en un momento de mi vida en que estoy decidida a disfrutar, he decidido acercarme a los grandes textos. Trabajo desde los 11 años y siempre he sido una actriz popular, todo lo que no hice de joven tengo ganas de hacerlo de vieja, todos esos grandes textos... Pero para eso uno tiene que cambiar la forma de vivir, hay que vivir en un ambiente así de chiquito, hay que ahorrar para la vejez, hay una cantidad de cosas que hacer. Los actores en Argentina no somos millonarios, trabajamos para mantenernos y para mantener lo que tenemos. Algunos tienen más, otros tenemos menos, pero yo no me puedo considerar una dejada de la mano de Dios: siempre he sido una actriz con trabajo. Te diría que soy una de las privilegiadas de mi generación desde el punto de vista económico. Dentro de todo, tengo dos casas nada más, no es que tenga campos, autos o 1.000 cosas. Nada. O sea que hay que tomar una decisión: o me voy a hacer un taller con Ariane o sigo pagando las expensas que estoy pagando, y que es mucho. Porque hay un momento en que uno dice: “Basta de impuestos y de cosas; prefiero vivir en un ambiente y poder estudiar a Molière, a Chéjov, a Sófocles”…

-¿Qué autor o qué obra te gustaría hacer?

-Tengo muchas ganas de hacer Chéjov, me gustaría hacer El jardín de los cerezos. He hecho teatro toda mi vida, pero nunca he hecho clásicos. Pero a los clásicos no te los produce nadie, solamente se hacen en los teatros municipales. Yo nunca pude trabajar en un Solís en Argentina. Si bien esta obra está producida por el Teatro Municipal General San Martín, en 50 años de carrera nunca pisé la sala Casacuberta o la sala Martín Coronado; ésos son dolores que una tiene en el alma. Agradezco profundamente al teatro San Martín, que esté en una coproducción -como es ésta-, pero no tuve la posibilidad de hacer clásicos. Bueno, ahora voy por ellos.