El cine de artes marciales es tal vez un gusto adquirido y durante mucho tiempo fue un gusto culposo. La habitual sencillez argumental de sus películas y sus personajes esquemáticos generaron durante décadas el menosprecio de los cinéfilos educados, que sólo veían en este género una sucesión de violencia insensata y chillidos estridentes, sin apreciar la generosa belleza coreográfica de muchas de las películas producidas por el estudio de los Shaw Brothers, o que el esquematismo de muchos de sus guiones obedecía a una fidelidad estricta a la reproducción infinita de algunas historias tradicionales. Películas de calidad imposible de ignorar, como The 36th Chamber of Shaolin (Liu Chia-Liang, 1978), hicieron que varios reconsideraran sus prejuicios, pero posiblemente hubo que esperar a que un fan absoluto del género -y respetado cinéfilo- como Quentin Tarantino comenzara a hablar maravillas del cine de Gordon Liu o de Sonny Chiba para que se comenzara a revisar con un poco más de atención esta nutridísima filmografía; desde entonces se hicieron habituales las incursiones de directores “serios”, como Ang Lee o Zhang Yimou, en el género, lo que hizo que se revisitaran filmografías enteras.
Pero para el gran público occidental el periplo había comenzado hacía tiempo, con el fenómeno mundial de Bruce Lee, un actor sólo comparable con James Dean o Heath Ledger por lo ínfimo de su filmografía y la trascendencia de ésta. Con sólo cinco films realizados como adulto (dos de ellos estrenados póstumamente), Lee se convirtió en la primera superestrella mundial del cine de artes marciales y allanó el camino para que, un par de décadas después, actores como Jackie Chan y Jet Li se contaran entre los más famosos del planeta.
Bruce Lee, nacido bajo el signo del Dragón en el horóscopo chino, provenía de una familia de artistas aristócratas -su padre era uno de los principales actores de la Ópera de Cantón- que fueron sorprendidos por la Segunda Guerra Mundial mientras se encontraban de gira por Estados Unidos. Allí nació el pequeño Lee en 1940, mientras sus padres esperaban a que su Hong Kong natal fuera liberado de los invasores japoneses. Cuando esto ocurrió, en 1945, volvió junto con sus padres a la isla asiática, donde participó como actor infantil en más de 20 películas, todas piadosamente olvidadas. También comenzó a estudiar artes marciales y a desarrollar cierto gusto por las reyertas callejeras. En 1959 volvió a Estados Unidos sin mayor interés por continuar su carrera actoral, pero decidido a vivir como instructor de artes marciales.
Sigue siendo motivo de discusión la categoría real de las habilidades marciales de Lee; a diferencia de otras estrellas cinematográficas de las artes marciales, como Jet Li -quien había ganado 19 medallas de oro de kung fu cuando aún era menor de edad- e incluso del belga Jean-Claude van Damme -campeón europeo de karate y kick-boxing en varias categorías-, la carrera deportiva de Lee, desarrollada esencialmente en California, no presenta títulos de importancia internacional. Esto tal vez no esté relacionado tanto con su capacidad como con su filosofía respecto de estas artes, a las que consideraba excesivamente rígidas y en las que definió su propio estilo, desarrollando, entre otras cosas, sus distintivos aullidos, que muchos suelen satirizar considerándolos propios del kung fu en su totalidad.
Aunque había sido instruido en China por el legendario Yip Man (un maestro de kung fu cuya vida ha sido objeto de numerosas películas) en el estilo llamado wing chun (también conocido como el estilo serpiente-grulla), al llegar a Estados Unidos a fines de los 50 Lee se interesó en variantes de las artes marciales japonesas como el karate y el judo, o coreanas, como el taekwondo. Esto lo llevó a crear un estilo propio al que denominó jeet kune do, mucho más ecléctico y, según su creador, más adaptable a las peleas callejeras. Lee formó una escuela de jeet kune do, al que llamaba “el estilo del no-estilo”, y lo dotó de una filosofía propia que ponía particular énfasis en el estado físico y la nutrición, temas con los que se obsesionaría. Aunque el jeet kune do nunca gozó de un gran respeto entre los cultores clásicos del kung fu, el estilo perdura hasta hoy con el nombre de jun fan jeet kune do y sigue siendo estudiado por miles de adeptos.
Más allá de los prejuicios de los puristas, los escasos (-pero notorios-) cruces que Lee tuvo en vida con maestros de kung fu clásico demostraron que su aproximación era efectiva. En 1964 derrotó a Wong Jack Man, un experto en el estilo de los monjes shaolin, en una controvertida pelea en la que al parecer Lee no se atuvo a las mínimas restricciones exigidas por su adversario. Lee era un innovador, pero posiblemente no era precisamente un caballero marcial.
Regreso a la pantalla
Entre los alumnos de Lee se encontraban algunos actores de Hollywood. Al conocer su pasado como actor infantil se contactaron con él para hacer algunas coreografías de combate en películas de bajo presupuesto. Llamó tanto la atención, que terminaron contratándolo para uno de los principales papeles en una serie de detectives llamada El avispón verde, en la que interpretaba a Kato, el enmascarado chofer del personaje principal, que solía resolver los problemas de su empleador mediante su espectacular capacidad combativa. La serie duró sólo una temporada y Lee se vio relegado a roles muy secundarios (y generalmente algo racistas) en series efímeras y películas baratas. El productor Fred Weintraub le sugirió que volviera a Hong Kong, donde le resultaría más fácil obtener un papel protagónico con el que volver a presentarse en Hollywood. La sugerencia fue más que acertada, ya que al llegar a Hong Kong se encontró con que El avispón verde -y en particular su personaje, Kato- eran mucho más populares que en Estados Unidos, por lo que ya era casi una estrella local.
Gracias a esta fama lo contrataron casi de inmediato para coprotagonizar con James Tien -quien ya era un actor muy famoso en la isla- el policial The Big Boss (Lo Wei, 1972), en el que interpretaba a un muchacho de campo, recién llegado a Hong Kong, que se enfrentaba con una pandilla de narcotraficantes. En algunos aspectos The Big Boss es un desastre: las actuaciones son pétreas, el montaje es de un primitivismo brutal, la música es espantosa y la trama absolutamente descerebrada. Incluso las simplistas (y ocasionalmente poéticas) películas de artes marciales que estaba fabricando en forma casi industrial el estudio de los hermanos Shaw parecen, en comparación, guionadas por Tonino Guerra. Como si fuera poco, las escenas de combate están pobremente coreografiadas (y censuradas en muchas de las versiones disponibles), entorpeciendo el lucimiento físico de sus notables atletas. Sin embargo, se puede ver hasta ahora con agrado gracias a la presencia magnética de Lee, que se devora la película y opaca a su coprotagonista, gracias a una combinación de arrogancia y hostilidad bastante extraordinaria en el género.
The Big Boss fue un gran éxito, lo que permitió que antes de que terminara el año Lee estuviera filmando nuevamente junto con Lo Wei. La segunda película de Lee adulto, Fist of Fury, lo confirmó como estrella de las artes marciales y es probablemente la mejor de su escueta producción. El argumento no es mucho más elaborado que el de The Big Boss; situada en la Shanghái de los años 20 -en la que convivían, con muchas dificultades, chinos, japoneses e ingleses-, trata de la venganza de Chen Zhen, un estudiante de artes marciales cuyo maestro fue envenenado por los japoneses de una escuela adversaria, y no es mucho más que una sucesión de peleas sumamente violentas. Pero el director, mucho más afinado que en su película anterior, le sacó mucho más jugo a las habilidades físicas de Bruce Lee, quien además elaboró un héroe bastante complejo, totalmente pasado en su afán de venganza y con ciertos rasgos de sadismo, que la expresión torva del actor realza. Fist of Fury es, en cierta forma, un ejemplo claro de que Lee tenía más el physique du role de un villano que el de un héroe (la expresión de placer que suele irradiar cuando está golpeando o matando a un adversario resulta perturbadora hasta el día de hoy), y lleva a pensar que es una pena que nunca haya interpretado un papel definidamente negativo. La película tenía un final pesimista, con Chen Zhen cargando contra un grupo de policías armados con pistolas, casi calcado del final de Butch Cassidy and the Sundance Kid (George Roy Hill, 1969), lo que le da un particular toque melancólico a esta película salvaje.
Fist of Fury fue sujeto de una remake en 1994, titulada Fist of Legend, dirigida por Gordon Chan y protagonizada por Jet Li. La nueva versión -sensiblemente limada en sus aspectos antijaponeses (aunque los nipones siguen siendo los villanos de la película) y en la crueldad vengativa de Chen Zhen- suele ponerse de raro ejemplo de una reversión de un clásico que iguala, o incluso supera, al original, y es para muchos la mejor película de artes marciales que haya protagonizado Jet Li, con lo que -aunque, por supuesto, entra en el campo de lo subjetivo- podría argumentarse que las dos mejores películas de las dos mayores estrellas del cine de artes marciales del siglo XX tuvieron como base a la misma historia. Como si fuera poco, el personaje Chen Zhen sería retomado por otra megaestrella de las artes marciales -Donnie Yen- en Legend of the Fist: The Return of Chen Zhen (Andrew Lau, 2010); si bien no es de los mejores trabajos interpretados por Yen, es también una película interesante y llena de homenajes a Bruce Lee, que van desde la sutileza al imitar sus clásicas sucesiones rápidas de golpes al pecho y sus distintivos aullidos, hasta disfrazar en una escena a Yen como el Kato de El avispón verde.
Las dos películas que Lee rodó con Lo Wei fueron distribuidas en versión doblada en Occidente, pero los distribuidores estadounidenses decidieron subirse al carro del éxito de la recientemente estrenada The French Connection (William Friedkin, 1971) y, ya que también trataba de traficantes de drogas, retitular a The Big Boss como The Chinese Connection, pero en lo que merece pasar a los anales de la estupidez cinematográfica, confundieron ambas películas de Wei, por lo que originalmente se conoció en Occidente a Fist of Fury como The Chinese Connection y a The Big Boss como Fist of Fury, lo que puede ocasionar más de un dolor de cabeza a la hora de hacerse con una copia de alguno de los dos films.
Hoy, China; mañana, el mundo
Después de la explosión de violencia de Fist of Fury, Lee decidió volver a un rol un poco más amable con Way of the Dragon (1972), que además dirigió. La película incursionaba sin demasiada fortuna en el terreno de la comedia de acción, y su humor es, por decirlo suavemente, un poco tonto, incluso para los estándares más bien irregulares de las comedias de artes marciales chinas. Tan mal actuada como The Big Boss, la película se salva por una colosal pelea -contra el estadounidense Chuck Norris- en el Coliseo romano, considerada uno de los mejores combates en la historia del género.
Aunque Way of the Dragon era una película china producida por Raymond Chow -cabeza de los Shaw Brothers, la principal productora de películas (en su mayoría de artes marciales) de Hong Kong-, su locación italiana ya era una señal clara de la intención de Bruce Lee de conquistar el mundo occidental en el que había vivido buena parte de su vida. Si bien el film no fue un gran éxito de taquilla, fue lo suficientemente rentable como para que Hollywood decidiera apostar unas fichas a este personaje en ascenso, que además comenzaba a ser visto como un sex symbol, multiplicándose entre el público femenino los pósters de su figura musculosa, generalmente sin remera.
Enter the Dragon, de 1973 (conocida en América Latina como Operación Dragón), sería la primera película de artes marciales producida por un estudio estadounidense (Warner Bros). Dirigida por Robert Clouse, con música de Lalo Schrifin y con actores occidentales conocidos, como John Saxon, Enter the Dragon no es, sin embargo, una película completamente occidentalizada (a pesar de que contiene varios elementos propios de las películas de James Bond), e introduce un esquema narrativo en el que el héroe va enfrentándose progresivamente con adversarios fuertemente individualizados y cada vez más poderosos. Se trata de un esquema que sería imitado hasta la saciedad en los años siguientes y que constituiría la base de una infinidad de videojuegos en los que el jugador debe combatir bosses cada vez más fuertes y exóticos.
El éxito de Enter the Dragon fue abrumador: con una inversión que no llegaba al millón de dólares, la película consiguió ganancias por una cifra casi 200 veces mayor, convirtiéndose en una de las películas más rentables de todos los tiempos en la relación costo-ganancia, lo que desató una moda global del kung fu (hasta el divertidísimo y ridículo hit disco Kung Fu Fighting, de Carl Douglas, fue una consecuencia de la película) y consiguió algo hasta entonces imposible: que un actor chino fuera la mayor estrella cinematográfica del mundo entero. Pero Lee nunca llegó a enterarse, ya que había muerto seis días antes del estreno de la película.
En vivo desde la muerte
El 20 de julio de 1973 en Hong Kong, mientras visitaba a Betty Ting, una actriz taiwanesa con la que mantenía una relación, Bruce Lee se fue a dormir y ya no se despertó. Lo declararon muerto al llegar al hospital y la causa de su fallecimiento es motivo de controversia hasta hoy; días antes de su visita a Ting, Lee había padecido fuertes dolores de cabeza y se le había diagnosticado un edema cerebral. Al parecer, en casa de la actriz le pidió un analgésico (Equagesic, una suerte de aspirina particularmente potente) que le habría producido una reacción alérgica que agravó el edema causándole la muerte. Tenía 32 años.
Las versiones contradictorias respecto de las causas de su fallecimiento alimentaron una leyenda que persiste hasta hoy: que Lee en realidad habría sido asesinado por un maestro de kung fu que, como castigo por haber revelado secretos de las artes marciales chinas a los occidentales, le habría aplicado un golpe secreto y casi imperceptible que lo mató días después de haberlo sufrido. Esta versión, así como ese misterioso golpe fantasma, es parte del folclore del kung fu y fue recordada cuando en 1993 su hijo Brandon -que seguía los pasos de su padre tanto en lo actoral como en lo deportivo- murió durante el rodaje de El cuervo (Alex Proyas, 1994) a causa de un inverosímil accidente en el que una bala verdadera se coló entre las de salva que debían dispararle al actor en una escena. Paradójicamente, tanto el padre como el hijo siguieron actuando luego de muertos. Antes de embarcarse en Enter the Dragon, Lee había filmado en China una serie de escenas para lo que iba a ser la sucesora de Way of the Dragon; la película fue abandonada cuando Warner Bros le ofreció rodar Enter the Dragon, pero luego de su muerte la compañía Golden Harvest contrató a Robert Clause, el director de su gran éxito estadounidense, para que rodara algunas escenas extras con dobles y personajes adicionales, y el resultado (una especie de Frankenstein de celuloide) se estrenó con el nombre de The Game of Death (1973). Brandon Lee casi había concluido el rodaje de El cuervo cuando murió a causa de aquella bala equivocada, pero Proyas también tuvo que recurrir a sosías y efectos digitales para completar las escenas que no llegó a filmar. La maldición de los Lee es desde entonces una parte muy colorida de las leyendas urbanas hollywoodenses.
La patada de 40 años
Si la filmografía de Bruce Lee es dudosa, el impacto de su figura es incuestionable -los numerosos documentales sobre su vida son aun más populares que sus películas- y su influencia es fácilmente perceptible en todo el cine de artes marciales que lo sucedió. Hollywood buscó durante años equivalentes occidentales de su carisma (Chuck Norris, Steven Seagal, Jean-Claude van Damme), pero con el tiempo sus más perdurables sucesores -Jet Li, Stephen Chow, Jackie Chan (una de las primeras apariciones cinematográficas de Jackie Chan fue en Enter the Dragon, donde era rápidamente desvencijado por Lee)- han sido todos chinos, al menos hasta esta década, que ha visto el repentino ascenso de los artistas marciales tailandeses.
Lee no sólo le abrió una puerta al cine de acción chino, sino que también lo dotó de cierta filosofía mutante que solía expresar en versos y reflexiones de más que aceptable calidad literaria. “Vacía tu mente -decía-, sé amorfo, moldeable, como el agua. Si pones agua en una taza se convierte en la taza. Si pones agua en una botella se convierte en la botella. Si la pones en una tetera se convierte en la tetera. El agua puede fluir o puede chocar. Sé agua, amigo mío”. Una clase de apertura sin duda necesaria para poder apreciar adecuadamente la elusiva belleza de su artística violencia.