Un día el periplo de la banda llegó a su fin, pero el escenario llamó otra vez a la guitarra y sus riffs para continuar el camino y el músico comenzó una gran carrera solista, que hoy, 11 años después, tiene como resultado cinco discos con el flamante La luna hueca esperando en la batea. Disco objeto al que no alcanza con descargar de internet, de un tipo que sacó la voz desde sus entrañas y desoxidó las cuerdas para un “Ji ji ji” macabro y bailarín que se llena de guitarras filosas, con nombre y apellido: Skay Beilinson, el mismo que el viernes 13 y el sábado 14 a las 21.00 se colgará esa guitarra en La Trastienda para descolgar La luna hueca.

-Hola, Skay. ¿Hay alguien que te llame Eduardo o Federico?

-No que yo sepa; quizá alguno de mi familia, pero lo dudo. A propósito, te aclaro -ya que hay una especie de confusión- que eso que dicen por ahí de que Marta Minujin me puso Skay por el color de mis ojos jamás fue así, porque mis ojos no son del color del cielo. Pero sí surgió de una noche con Marta y uno de mis hermanos, en la que jugamos a rebautizarnos como una manera de empezar un mundo nuevo.

-Hablemos del presente: 11 años de carrera solista y acaba de salir tu quinto disco, La luna hueca.

-Así es, estoy lanzando diez temas nuevos, con la novedad del protagonismo de las guitarras acústicas. Además me di el gusto de empezar a jugar con otras cosas, otros universos, otras maneras de orquestar, otro tipo de canciones. Un trabajo que me llevó prácticamente un par de años entre entradas y salidas del estudio. Quedé muy contento.

-¿Alguna influencia musical en 
particular?

-Escucho poca música. Vuelvo a lo que llamo clásicos, que son para mí una fuente inagotable, que me vuelven a disparar cosas y me provocan ganas de hacer.

-Entonces, ¿dónde nacen las canciones, cuál es tu motor interior?

-La luna hueca es un poco eso, el lugar en el que nacen las canciones, o también donde se entra a tirar esos poemas que nunca fueron. Es un lugar donde no funcionan las leyes de la física, el lugar de los desvelados, la luna donde se pierden los locos, donde están los enamorados, los poetas, los alquimistas. Las canciones salen desde ese lugar de vacío o de nada, en ese hueco, en esa oquedad que de pronto se insinúa, cuando hay un pequeño movimiento en algún lugar. El trabajo está en seguir esa pequeña señal, tirando del hilo para ver qué se detona o qué aparece. Es un lugar donde a veces las ideas prosperan o se ponen interesantes y otras quedan perdidas por ahí.

-¿Qué rol juega el escenario en todo eso?

-Tocarlas en vivo es otra parte del trabajo, cuando se genera el ida y vuelta, porque si bien las canciones nacen en la absoluta intimidad, en el momento de compartirlas con alguien es que adoptan un nuevo sentido o dimensión. El escenario es un lugar mágico por excelencia, donde suceden cosas que en la vida real no tienen mucha cabida. Lo mejor es cuando la música cobra vida y nos conecta en otra dimensión.

-Te escuché decir que en un escenario multitudinario te sentís solo. ¿No es contradictorio?

-Se tiene esa fantasía de que cuanta más gente hay, uno está mas conectado con todo, y mi experiencia personal es al revés, cuando la situación es más íntima y más cercana es, para mi gusto, cuando suceden las cosas más interesantes. Para mí el arte está más cerca de eso que de la pirotecnia y la masificación; en esas situaciones lo que impera es la monstruosidad y la tecnología puesta al servicio, y creo que la energía se diluye, se dispersa por los costados. En cambio, en un lugar cerrado, más pequeño, empieza a remontar vuelo otra historia, que para mí se vincula más con el arte.

-Cuando hablás de masificación, no puedo evitar preguntarte por el concepto de emplear la invisibilidad para salir a caminar.

-Uno, si quiere, se hace invisible, o si quiere llama la atención: son dos maneras de transitar por la vida. Para mí las caminatas que hago a diario significan buscar un momento de silencio, de volverme a conectar conmigo mismo, de ventilar un poco las ideas. El silencio es un poco la clave de lo que hago.

-Hay, cada vez más, un interés hacia lo privado que roza el morbo. Quizá por esos muchos argentinos han idealizado a Uruguay.

-Sí, aunque muchas veces con amigos comentamos que si a mí no me ven con la vincha y los anteojos no me reconoce nadie, lo cual me otorga cierta ventaja. Para mí no es tan complicado el tema de la intimidad porque me cuido bastante, no voy a los lugares del jet set, no me gustan los espacios multitudinarios, circulo en mis propios circuitos con la gente que quiero, así que en ese sentido no lo padezco mucho. Con respecto a Uruguay, en un montón de cosas son un ejemplo para nosotros, digno para prestar atención y aprender. Una de esas cosas tiene que ver con el respeto, el trato que tienen entre ustedes y con los demás. Todavía hay un rasgo de humanidad que muchas veces acá parece comprometido.

-De esa idealización hablaba…

-Seguramente estando allí encontrarán cosas en las que no les gusta participar, pero viniendo de una ciudad tan conflictiva como Buenos Aires, llegar a allí es como un remanso. Me pasa lo mismo cuando voy al interior de Argentina, los lugares más chicos tienen otros tiempos y podés detenerte a mirar un atardecer… qué sé yo, acá en Buenos Aires se complica un poco.

-En una canción de tu disco anterior hablás de “abandonar el rebaño”. ¿Qué querés decir?

-Cuando hablo del rebaño me refiero a que la cultura nos lleva inevitablemente hacia un lugar donde todos deberíamos ser obedientes, hacer lo mismo que hacen los demás y respetar las mismas cosas, y yo desde chico renuncié a eso: elegí hacer mi propio camino y mi propia vida, me fui encontrando con mis pares que estaban en el mismo río, de eso se trata abandonar el rebaño.

-¿Tener un celular en ese sentido sería ceder espacios?

-No necesariamente; yo elijo no tener celular, pero ésa es mi elección, no soy quién para juzgar qué hace la gente con sus pasiones.

-¿Puede haber pasado que los Redondos promulguen la libertad pero la hayan perdido en el intento?

-Para mí el rock y esta aventura siempre estuvieron vinculados con la libertad, el eje y motor por donde pasaba todo era la libertad, y sigue siéndolo. Aunque quizá lo que pasó… hay ciertos períodos que cuando se agotan ya no se refieren a la libertad. Empezar de nuevo pone un poco en funcionamiento ese mecanismo en el que uno vuelve a reencontrarse con aquello que era justamente el motor del asunto. En ese sentido mi carrera solista significó reencontrarme con mi libertad.

-Tu generación, la gente que creció en los 60, fue muy idealista.

-Yo creo que son tiempos distintos. A mí me tocó vivir esa época y fue realmente gloriosa, había un espíritu de libertad en todos los ámbitos que hoy en día cuesta mucho reconocer, porque de alguna manera el mercado invadió todo, invadió hasta el rock, en el sentido de que se veía como contracultura. El mercado se lo morfó y hoy en día todo gira alrededor del negocio y el mercado, lo cual al arte, y a cualquier tipo de aventura, no es lo mejor que le puede pasar.

-¿Qué veremos en La Trastienda?

-Vamos a estar presentando el nuevo disco, supongo que haremos una parte un día y la otra parte el siguiente, mezclándolas con canciones de discos anteriores y de otras épocas, ya que a veces demasiadas canciones nuevas pueden ser un poco abrumadoras. Y la verdad es que cada vez que vamos para allá es para nosotros un refresco, así que estamos con muchas ganas.