-Se te identifica fundamentalmente como artista plástico. ¿De dónde surge tu interés por ilustrar y escribir libros para niños?

-Siempre me interesaron los límites entre una cosa y otra. Lo que habita en esa tercera orilla del río. Es en ese territorio donde me siento más cómodo y encuentro tierra fértil y agua de beber, digamos. Esa zona que se resiste a las categorías y las etiquetas. Lo que queda entre una cosa y otra. La frontera entre la pintura y la ilustración, entre el dibujo y la literatura, entre la fotografía y el grabado o entre el papel y la tela, por poner algunos ejemplos conocidos. Lo mismo me ha sucedido con respecto a la expresión infantil en general. Siempre lo he tomado como un halago cuando alguna vez me han dicho la consabida frase frente a un cuadro: “¡Pero esto puede hacerlo mi hijo...!”. En el terreno de las artes plásticas, cada vez quiero estar más cerca de pintar como un niño, que es uno de los deseos recurrentes de varios pintores... y también de las cosas más difíciles que existen, por cierto. Despojarse, pero de verdad, de todo el bagaje y la hojarasca acumulados durante años, luego de maestras, profesores, conservatorios, facultades y miradas de otros que terminan siempre condicionando tu mano de maneras imprevistas. Pero quitarte eso realmente... no imitar el trazo infantil, que es uno de los errores más frecuentes y termina siendo mucho peor al lucir falso. Todo esto para decirte que siempre he creído -y sentido- que ese momento del niño frente a un papel en blanco, junto a una caja de témperas o marcadores, es una de las manifestaciones del deseo en su estado menos contaminado, al que cuesta mucho volver. Sobre todo luego de las infinitas veces en que primero una maestra o compañero de banco te dice que una flor se dibuja “así”, y no de esa manera en que la hiciste, y luego -pasados los años- de que un crítico de arte termina diciéndote algo similar desde las páginas de un diario. Y por alguna razón uno siempre es sensible a esos comentarios (de la maestra al crítico, con todo lo que hay en el medio) y termina escondiendo bajo la alfombra su expresividad propia, ésa que te salía tan fácil y a la que luego -con los años- se hace difícil volver, pues no hemos dejado las miguitas de pan que nos señalen el camino de retorno, como Pulgarcito. Por eso, siempre me he sentido más cercano a la obra de un niño que a la de la mayoría de los adultos. Una de mis exposiciones de fines de los 80, llamada La mujer que pesca un pez, estaba formada en su totalidad por libros “de artista” hechos en colaboración con mi hijo Manuel, que en ese entonces tenía unos pocos años. Acaso ése haya sido mi primer acercamiento al concepto de libro para niños. Aunque debo reconocer que nunca me he puesto esa idea o clasificación de antemano, la de libro para niños. De hecho, yo no los hago para niños, los pienso para cualquier persona. Muchas veces están destinados a adultos, llegado el caso. Pero me quedan así. Terminan figurando como “para niños”, y yo no digo nada... Me quedo en silencio, tratando de que no se note. En todo caso, me acuerdo de [Augusto] Monterroso, cuando decía que al mostrarles a sus amigos algo gracioso que había escrito, lo leían y se quedaban muy serios, con gesto adusto. Y en cambio, cuando les mostraba algo serio, en lo que había reflexionado mucho, se morían de risa al leerlo... Pero creo que Los amigos imaginarios y Un señor muy recto... pueden ser leídos por un joven o por un adulto, de igual manera que por un niño. Incluso lo pueden disfrutar más al leer entre líneas otros significados añadidos. Al menos, trato de que sea así.

-En "Los amigos imaginarios" hay un hilo conductor que es el desplazamiento de significado, el hecho de ver en los objetos otra cosa. ¿Cómo creés que funciona esa postura del mirar en relación con la literatura para niños?

-Lo que me interesa de la literatura para niños -y de la literatura en general- es dejarle ese espacio a completar, aunque sea mínimo, a quien lo lee. Dejar una puerta abierta, por un instante, para que el lector “termine de escribir”. Estimular el pensamiento y la actitud creativa, tratando de que no se termine cuando se lea la última página, sino de que allí apenas comience. Que luego de cerrar el libro quede en quien lo leyó una actitud de seguir mirando el mundo inmediato con los ojos de hace unos minutos. Al menos por un rato. Y, si la cosa funciona, por más tiempo. No darle todo digerido en una historia cerrada, ni sugerir una bajada de línea de ningún tipo, por más sutil que ésta sea. Tipo “hay un malo que hizo estas cosas a otro que es bueno, luego pasó esto y todo se resolvió”. Trato de ir por la vereda de enfrente. La de inventar realidades diferentes, cuando las que tenemos a la vista no nos convencen demasiado. De esa manera, un enchufe pasa a ser la cara de un león, y no un aparato inexplicable... o un sacacorchos esconde a un guerrero medieval dentro de una armadura donde se está muriendo de frío y vive resfriado. El desplazamiento del significado como generador de otras historias, paralelas, que son la matriz de la fantasía salvadora, cuando la realidad no resulta suficiente o convincente. Y que la identificación sea con una manera de pensar y no con la condición de un personaje en cuestión, desvalido o exitoso. Que despierte en el lector, en cambio, las ganas de mirar así, o de probar, por un rato. De generar él mismo los futuros personajes de su historia.

-Por otro lado, "Los amigos imaginarios" funciona de una manera parecida a como operan los niños sobre la realidad cuando juegan: transformándola en lo que ellos imaginan. Es en ese sentido que hay proximidad con respecto al universo infantil, más que en una intención de acercamiento.

-Es fascinante esa habilidad de borrar el límite entre lo imaginado y lo real -o por lo menos hacerlo más difuso y variable-, que un niño emplea sin inhibición alguna. Es uno de los principios de la creación artística y también una vacuna contra la tristeza, la soledad, la resignación, el resentimiento y varios otros males, de difícil retorno. Es fantástica -en todos los sentidos de la palabra, nunca mejor aplicada- esa vocación de cambiar la realidad por otra, cuando la que vemos resulta insípida, insuficiente o inadecuada. Es una tarea que luego puede llegar a transformarse en automática, con la repetición a lo largo del tiempo, si uno insiste en el ejercicio. Para bien o para mal... Pero más allá de la posibilidad de “vivir en las nubes”, “no tener los pies sobre la tierra” y tantas expresiones más, de tono ciertamente despectivo, para calificar a todo aquel a quien la suma de dos más dos no siempre le da cuatro, en mayor o menor medida siempre es así... Quiero decir: no hay una realidad, sino 20.000... o 50 millones. Depende siempre de los ojos que miran, no de lo mirado. Que es variable, aunque parezca que no, que es uno solo e inamovible. El famoso cristal con que se mire, el medio vaso lleno o vacío... para seguir con las frases.

-Me contabas que "Los amigos imaginarios" debió esperar bastante para convertirse en libro editado. En 2013 lo lanzó Banda Oriental y fue premiado con el Bartolomé Hidalgo. ¿Te sorprendió?

-En realidad, estábamos buscando el formato, cantidad de páginas y demás características técnicas, sin decidir demasiado. Hasta que -mientras el tiempo seguía pasando- surgió la posibilidad de editarlo como parte de esa colección, “A Volar”. Así es como salió incluido allí, aunque quizá se diferenciara un poco de los demás en algunos aspectos, como la cantidad de páginas (los libros de la colección suelen tener menos, de allí que sea engrapado y no de lomo cosido), así como el hecho de que suelen ser colaboraciones entre dos personas diferentes, un escritor y un ilustrador. En cuanto al premio Bartolomé Hidalgo, fue una alegría inesperada y me sorprendió gratamente, claro. Pues es un libro atípico, en cierto sentido, por las razones de que hablábamos. Al no tener una historia convencional ni estar dirigido a una edad muy precisa, sino ser “de amplio espectro”, como ciertos antibióticos, podría no causar efecto alguno. O podría convertirse en una especie de patito feo en una hilera de patitos amarillos y relucientes. Pero no ha sido el caso... o puede ser también que a veces los patitos feos terminan teniendo suerte.

-En “Un señor”..., con pocos trazos se plantea el tema de las diferencias entre las personas y la mutua “contaminación” que implica el vínculo con el otro. Es interesante la visión de lo femenino, así como la forma en que son inseparables texto e ilustración.

-Sí... esa idea del “contenido” que parte de lo formal, de la apariencia exterior. Y expresada, a su vez, con ese rigor desde su forma, a nivel de relato. Alguien que está dibujado solamente por líneas rectas termina viendo el mundo estructurado solamente a base de rectas, rígidamente, ya que desconoce otra cosa. Aun cuando existan, no las ve. Solamente puede percibir lo que conoce, encerrado en su espejo, en sí mismo, de donde le es difícil salir. Lo mismo le sucedería a alguien formado por curvas, que aprecie todas las curvas y no las rectas. Pero hay una suerte de preconcepto por el que les asignamos algo negativo a las rectas y no así a las curvas “generosas”, que parecería que no son una limitación. Como que las curvas son un estado superior a las rectas, ¿no? Pero bueno... cada uno necesita a su opuesto para que lo complemente, para que le abra los ojos a ese otro mundo y pueda ver lo que siempre había estado ahí, al alcance de sus ojos, pero era incapaz de ver y se lo estaba perdiendo. A partir de allí, integrar lo diferente e incorporarlo a nosotros, sin perder la esencia de cada uno. Esa nota en la que estamos afinados y solamente damos cada uno. No otro. Me interesaba hacer inseparable la forma de texto e ilustración, hasta el punto de que pudieras entender la historia aun sin leer el texto. Es una idea recurrente, en realidad, que ya había manejado en un viejo libro llamado El huevo redondo (editado por Fin de Siglo en 1992), en el que imaginaba que a Cristóbal Colón se le había ocurrido la idea de la redondez del mundo ayudado por la cantidad de curvas en su propio nombre, Cristóforo Colombo, con abundantes curvas de las o y las ce. En contraposición, ponía a otro navegante, llamado Félix Milán, con todas letras rectas, quien seguramente defendería la concepción de la tierra plana. Pero lo que allí era poco más que una idea puntual ha sido desarrollado en todo este libro, trasladado a una pareja, con sus diferencias como llave posible a ese infinito enigma que es el vínculo amoroso.