“¡Eh, Negro, feliz cumpleaños!”, le grita un tipo que va en moto a Marco Antonio, encargado de trasladar a los que llegan al encuentro para instalarse en hoteles o casas de familia. “¿Tenés algún presente?”, pregunta desde el auto municipal cargado. “Naa, ya me lo tomé”, responde el motociclista mientras se aleja. Músico de la frontera, Marco Antonio se instaló en Mercedes en 1975, cuando volvía a la ciudad, luego de varias visitas con su orquesta Los Duendes Azules. Tiene una sonrisa fácil y todavía mantiene un portuñol cerrado. Cuenta que fue hijo de madre soltera, que recorrió Brasil tocando la batería en la orquesta y que ahora tiene 66 años, aunque nadie lo crea.
Para él, el encuentro Jazz a la calle no tiene explicación. Ha estado desde el principio, cuando se empezó a planificar el movimiento. Horacio Macoco Acosta, fundador y uno de los organizadores, dice que con Marco Antonio son como hermanos. Recuerda que en aquellos tiempos a ellos les resultaba increíble que vinieran Los Duendes Azules a Mercedes, sobre todo porque era una orquesta de gran calidad: “Tenían una personalidad descollante, tocaban con un swing, una polenta y una armonía tan distinta que eran aplastantes”. Cuando se crea en Mercedes una banda llamada Vanguardia, un amigo de Macoco que había sido organista en Brasil les propone llamar a Marco Antonio. “Eso era algo impensable, como si dijeras que Fito Páez se venga a estudiar a Mercedes”, rememora.
Contra todo pronóstico, Marco Antonio se fue a vivir a una pensión con Macoco, su nuevo amigo. Luego de un par de años, iniciaron juntos Fantasía, una icónica banda de la zona que se extendió a lo largo de 30 años. “Creo que esta banda no fue tenida en cuenta en la historia de la música uruguaya, y que debió haberlo estado, porque se mantuvo 30 años con músicos de gran nivel. Era una banda muy conocida, desde Corrientes hasta el sur de la provincia de Buenos Aires, así como en el sur de Brasil y en todo el interior del país”, sostiene.
Tiempos difíciles
Un año antes de que Fantasía dejara de existir, Macoco ya había comenzado a pensar en la posibilidad de hacer un encuentro de jazz en la calle. Marco Antonio recuerda que cuando se dieron cuenta de que todo venía cuesta abajo, que pasaban los años y no surgía nada, “Macoco se puso inquieto y me pellizcó: ‘Negro, hay que hacer algo’”.
El alma máter del encuentro dice que al principio el jazz lo irritaba. Se sentía como cuando dos personas hablan en otro idioma delante de uno. “Qué mala educación -pensaba-, yo estoy acá y no me están dejando entender”.
Después se dio cuenta de que era él quien debía aprender ese idioma, y cuando estuvo trabajando en Montevideo pudo ver que lo que no tenía esa gente era quiénes los escucharan, que era algo muy distinto.
Cree que en la década del 90 la gente confundió la actividad pasiva, como puede ser escuchar música o bailar, con la experiencia activa, como aprender a tocar un instrumento. “De ahí surge la necesidad de logar una reposición. Como nosotros vimos que no había interés en estudiar música, creímos necesario generarlo desde un principio”, dice. Agrega que en todo el periplo conoció a una gran cantidad de músicos que tenían muchas cosas para decir. Decidieron que era necesaria una etapa previa, que se basara en la generación de público para un tipo de música de un alto grado de elaboración, como es el caso del jazz. Fueron casa por casa para convocar a todos, y comenzaron las charlas a partir de la visita de músicos, con aproximadamente 60 personas.
Macoco explica que la idea inicial era preparar al público para un encuentro de músicos que mostrara a la gente la experiencia musical activa. Los músicos entendieron esto desde un principio, y ni siquiera cobraron por asistir porque se quisieron sumar a la propuesta. Con las distintas charlas y explicaciones la gente comenzó a entender la importancia del proyecto, y al finalizar ese el año ya eran 500. Fue entonces que se decidió hacer el primer encuentro, muy cercano a todos, ya que estaban interiorizados en el género. “Contamos con todo el apoyo de los jazzistas nacionales y de algunos argentinos. Por eso siempre decimos que esto no es un festival, sino un lugar donde los músicos vienen a encontrarse”, dice Macoco, oriundo de Villa Soriano, la población más antigua de Uruguay, ubicada a pocos kilómetros de Mercedes.
La gran apuesta
Cuando abrieron la Escuela de Jazz a la Calle, en 2008, se anotaron cerca de 300 niños, pero sólo tenían lugar para 20. “No quisimos abrir cualquier escuela, sino una que sirviera de motivación en sí misma”, explica Macoco. “Actualmente tenemos alrededor de 20 materias. El niño entra para tomar clases del instrumento que elija o del que la escuela tenga disponibilidad, ya que ingresan 200 al año y sólo tenemos capacidad para 80 o 100”, dice. La escuela evoluciona y cambia de manera permanente a partir de los docentes, los alumnos y los recursos con los que cuentan. Si no existiera el compromiso que tienen los docentes y la comisión directiva -que muchas veces saca dinero de su bolsillo para terminar el mes-, sería imposible la permanencia de la escuela, confiesa el sorianense.
Antes de que la Orquesta Juvenil de Soriano inaugurara la edición 2014 de Jazz a la calle, todos los jóvenes y adolescentes se reunieron para ensayar por última vez con su maestro, Mónico Aguilera. Ahí está Adrián, de 17 años, ensayando con su guitarra. Está en la orquesta desde el principio y dice que lo que más le gusta de integrarla es “tocar”, así, a secas. Lo considera un “orgullo y un compromiso”, al tener en cuenta la trayectoria que tienen los demás músicos que asisten al encuentro. “Y nosotros lo podemos inaugurar”, interrumpe otro, que sostiene una trompeta. Todos combinan sus estudios con ensayos, dos veces por semana. La mayoría son alumnos de la Escuela de Jazz a la Calle, ubicada a pocos metros de la Manzana 20, donde se instala el escenario principal en la semana del encuentro. Esta escuela se ha convertido en el objetivo del movimiento y es, a la vez, el producto de un largo proceso.
Marco Antonio recuerda que antes los músicos no entendían por qué debían estudiar. “Nosotros en aquellas épocas decíamos: ‘¿Estudiar para qué?’. Lo que queríamos era tocar en el escenario, hacer música y salir por ahí. Pero con el tiempo nos dimos cuenta de lo necesario que era”, sobre todo para motivar a los más chicos.
Con respecto a los encuentros, Macoco reconoce que el gran cambio ocurrió cuando los muchachos que subían al escenario no venían de otros lugares, sino que eran “los nenes de la casa”. Incluso asegura que hay gente que dice: “A mí no me gusta lo que ustedes hacen, pero me siento orgulloso de que suceda en mi ciudad”. Esto se puede ver al caminar por cualquier calle de Mercedes, donde las casas cuelgan pianos de goma eva -diseño para el encuentro de este año- en las ventanas, en las puertas y en las enredaderas de la calle. “Éste es un trabajo muy difícil pero que genera mucho entusiasmo. Las personas que trabajan en el movimiento se vuelven adictas. Realmente me siento muy orgulloso de pertenecer a este grupo desde el principio”, remató el fundador.
Desde adentro
Ana Nuez maneja un negocio de insumos agropecuarios. Se instaló en Mercedes hace 27 años, pero vivió hasta los 20 en Palmitas, una localidad cercana, de 3.000 habitantes. Como tantos otros mercedarios, Ana hospeda a músicos en su casa desde el primer encuentro. Dice que le gusta recibir “gente”, no sólo artistas: “Cuando vi que podía participar activamente en un movimiento que ha sabido transmitir a la comunidad que las cosas se pueden hacer, me ofrecí voluntariamente a la gente de la organización para participar e involucrarme”.
Ana habla despacio y descontracturada mientras el quinteto de tango Finisterre ensaya en el patio de su casa. Entre los acordes de bandoneón, sostiene que esta posibilidad la ha motivado de una manera especial. “Tener un grupo de músicos en tu casa, ver cómo ensayan con todos sus instrumentos, conocer su trastienda... es algo con lo que realmente uno se siente bien al poder aprovecharlo”, reflexiona. Además, cree que se vuelve impagable la experiencia para aquellos que en general no salen mucho de la zona, sobre todo al poder recibir esa información e intercambiar distintas experiencias de vida. “El movimiento no es sólo lo que ustedes pueden ver en el encuentro”, advierte, sino que hay una actividad continua, como las actuaciones mensuales de grupos y el esfuerzo de llevar adelante la escuela. Le parece importantísimo para la comunidad la existencia de la “orquestita”, como llama a la Orquesta Joven de Soriano. “Ver la orquestita mercedaria, para quienes vimos formarse y tocar a esos niños, es una de las cosas que más destacamos de todo el movimiento”, además de los buenos recuerdos que se llevan los visitantes, el público y los músicos. Considera que ofrecer hospedaje es un pequeño aporte que en verdad no implica un gran esfuerzo, y sí es mucho lo que se recibe a cambio. “Hoy estuve un rato con ellos, los dejé instalados y lo único que hice fue decirles: ‘Siéntanse como en su casa’”.
Asegura que éstos son los resultados de muchos aportes en conjunto, algo muy importante para un lugar que se encuentra alejado de los recursos. Al dirigir un negocio y verse presionada por la rentabilidad, el presupuesto y el dinero, Ana aprovecha esta instancia para desenchufarse un poco del materialismo, ya que “el músico de jazz es muy austero; tocan porque les gusta, vos lo podés ver”.
La particularidad de esta propuesta, que involucra a toda la comunidad, ha llevado a tres artistas visuales a realizar un documental: Diego Lozza, Celeste Rojas y Clara Esmoris registrarán el cotidiano de Mercedes, el encuentro de jazz y cómo se recibe a los visitantes, entre otras cosas. Será un trabajo documental de media hora al que se anexará un registro para los músicos y clips diarios del evento.
Jazz a la calle se ha convertido en un modelo de descentralización, de iniciativa y de integración que ya se extiende en la región, a la vez que ha sabido demostrar que cuando una ciudad entera asume la autogestión y el compromiso de generar proyectos a futuro, lo logra como ninguna.