“Recuerda que el tiempo es dinero”, decía Benjamin Franklin en Consejos a un joven comerciante, de 1748. Si bien la frase de Franklin está referida al tiempo como generador de dinero, en este sistema de crédito mutuo se convierte literalmente en moneda, ya que una hora equivale a un crédito. Es decir, cuando una persona dedica una hora a otra recibe una hora de servicio a cambio.

De todas maneras, el objetivo no es vender ni comprar tiempo sino más bien estimular valores que apuntan a las fortalezas de las personas, a revalorizar tareas no remuneradas, a la reciprocidad, a la generación de vínculos comunitarios y a la participación activa de personas que normalmente son receptoras de ayuda y que con este modelo pueden sentirse útiles y necesarias.

Cada persona adscrita a este banco dispone de un talonario o chequera que utilizará al momento de solicitar tiempo de otro socio para algún servicio que necesite. La secretaría del banco anota los intercambios y actualiza el saldo de la cuenta corriente de tiempo de cada persona asociada.

Los bancos de tiempo están pensados para intercambiar todo tipo de servicios, por ejemplo: acompañar a escolares al centro de estudio, leerles cuentos o jugar, ayudarlos a estudiar, cuidar personas mayores y enfermas, acompañar a personas al médico, realizar gestiones en la calle, dar masajes, hacer las compras, cocinar, coser, hacer pequeñas tareas y reparaciones domésticas, cuidar animales y plantas, dar asesoramiento informático o financiero, y un sinfín de habilidades más que cada persona puede ofrecer a su comunidad. No importa qué tipo de servicio se brinde, todos valen igual (una hora, un crédito) y lo único cuantificable es la cantidad de tiempo solicitado y dedicado entre los socios.

Cuestión de tiempo

Carolina Bertolotti es una de las fundadoras de los bancos de tiempo de Maldonado y de Proyecto de Raíz, que tiene como objetivo impulsar este mecanismo en todo el país y generar una red. Según contó a la diaria, descubrió este sistema en Nueva Zelanda, en una feria de monedas complementarias, entre las que estaban los bancos de tiempo. “La diferencia primordial [respecto de otros sistemas de economía solidaria] es que apunta a la integración social. Si bien es una moneda complementaria social, ésta permite volver a retejer redes aprovechando las habilidades disponibles”, señaló.

Surgen a mediados de los 80 en Estados Unidos, impulsados por Edgar S Cahn, autor del libro Dinero que no tiene precio. Los Bancos de Tiempo en épocas de cambio. Actualmente funcionan en más de 300 comunidades de 22 países distintos.

“Habiendo tantas habilidades disponibles, se intercambian cosas que no encontramos en la economía de mercado o que son difíciles de adquirir, ya que requieren de confianza”, explicó Bertolotti.

Estas experiencias se caracterizan por ser locales. “Cuanto más acotada es la comunidad, mejor funcionan, porque al depender del tiempo, si tenés que trasladarte distancias largas perdés horas. El objetivo es retejer las redes sociales más básicas de la comunidad, como la familia y el barrio. Hoy en día no sabés quién vive a tres casas de la tuya. La idea es que las personas se conozcan y generen un vínculo. Una vez que conocés a alguien se te abre una puerta, hay gente que así ha conseguido un trabajo o un lugar para vivir, se generan más oportunidades para todos”, señaló.

En un banco de tiempo se juntan las habilidades con las necesidades por medio de una secretaría que funciona como nexo. Existe una planilla a disposición de los socios, con los servicios que brindan las personas que lo integran y su contacto. Los socios depositan los cheques de crédito de su tiempo brindado y pueden retirar crédito para disponer de servicios. También existe un software, utilizado para la organización de este sistema, que se denomina Cyclos.

Dar es dar

Bertolotti impulsó, junto a Sabrina Vaccaro, un banco de tiempo en Maldonado, que funcionó durante 2010 y 2011 y alcanzó 45 socios que tenían entre 20 y 80 años. Allí se intercambiaron servicios de enfermería, carpintería, costura, cocina, clases de inglés, masajes, tarot, limpieza y pintura, entre otros.

“En términos cuantitativos no tuvo mucho éxito porque estábamos en el centro de Maldonado y no tiene una identidad muy formada. Viene gente de muchos puntos y no fue fácil forjar ese espíritu de comunidad”, explicó Bertolotti. A su entender, para que una propuesta de este tipo funcione es necesario que existan más necesidades en la comunidad. “Necesidad de acceder a estas habilidades que también pasan por lo económico. No sé si funcionaría en una comunidad de situación crítica, pero sí en un lugar donde se valoren estas cosas. Por ejemplo, en la experiencia que tuvimos, lo que más costaba era pedir. Todo el mundo quería dar, lo opuesto a lo que muchos pensaban al principio cuando decían que la gente iba a abusar”, contó.

Según Bertolotti, la gente que se inscribía por lo general trabajaba y quería canalizar su participación comunitaria de alguna manera. También se realizaban jornadas solidarias, en las que cada persona podía donar su tiempo. “Ayudábamos a un miembro a construir en barro, a hacer una huerta orgánica, cosas que llevan más tiempo”, dijo.

Posteriormente las fundadoras se fueron de Maldonado. Bertolotti vive en El Pinar pero continúa dando clases de inglés en un colegio fernandino. “Para no dejar de aplicar esta experiencia lo trasladamos a un banco de tiempo escolar como proyecto piloto para lograr la integración. Que los niños vean que tienen más habilidades que las académicas, por ejemplo para la música, el arte o algún juego en particular”. Según explicó, a cada uno le toca enseñar, pero también aprender. “Les enseña a tener paciencia, a abrirse, a tener humildad y aprender del otro. Es algo experimental y no desde una teoría”, explicó.

El primer banco de tiempo escolar se creó a fines de 2011 en el colegio Woodside School de Punta del Este y la experiencia se replicó en la Escuela 27 de Maldonado. Su funcionamiento consiste en que cada alumno que recibe la ayuda paga simbólicamente a su compañero con billetes de tiempo. “En cada billete, que simboliza la riqueza generada en el intercambio, el alumno que recibe escribe un pensamiento hacia quien le enseñó una nueva habilidad. Estos billetes irán a un cofre común, para que al abrirlo al final del proyecto, veamos cuánta riqueza hay en cada uno y cómo al compartirla se enriqueció todo el grupo. Mediante estos intercambios positivos, los niños van descubriendo cuántas habilidades poseen realmente”, se explica en los objetivos del proyecto.

Tiempo al tiempo

“La idea es tratar de expandir este proyecto a otras escuelas y comunidades del país”, explica Bertolotti. Para eso llevan a cabo la propuesta Proyecto de Raíz, que apunta a la creación de nuevos bancos de tiempo en otros barrios y/o comunidades, brindando formación inicial y apoyo logístico durante su fase primaria, difundiendo información e intercambiando experiencias. Se puede acceder a más información y contactarse con sus fundadoras por medio de www.proyectoderaiz.wix.com/bancodetiempouruguay .

Actualmente, contó, funciona una comunidad en Aiguá que está organizada y que tiene intención de desarrollar un proyecto de este tipo. “El banco de tiempo ya está encaminado, no sé si ya tienen las chequeras”, dijo y agregó que en Montevideo existe otro grupo interesado en llevar a cabo este sistema.

“Los bancos de tiempo son un modelo versátil que se puede adaptar a diferentes comunidades, puede variar el público y los objetivos. Su valor principal es la reciprocidad. Todos tenemos algo para dar y algo para recibir, sin eso no hay cooperación posible. En el mundo cada vez más la gente quiere encontrar una razón de ser, algo desde donde aportar, desde donde ser útil, ya que cuando no aportamos nada es cuando nos deprimimos. Esto te hace sentir valorado y te da dignidad”, concluyó.