Inevitablemente, en 2014 se recordará constantemente el comienzo del primer conflicto moderno global, la Primera Guerra Mundial: se cumplen 100 años de su comienzo. Una guerra que cobró cerca de 17 millones de vidas -en la que, por primera vez en la historia, las bajas civiles casi se equipararon a las militares-, en circunstancias tan horripilantes que ninguna de las naciones que participaron se sintió cómoda atribuyéndose elementos de heroísmo nacional. Aunque al finalizar fue declarada “la guerra que terminaría con todas la guerras”, en la práctica sembró las semillas de conflictos mayores aun: la Segunda Guerra Mundial y el orden mundial actual.

La guerra, hasta el momento considerada “la continuación de la política por otros medios” (Carl von Clausewitz), no desapareció del mundo, más bien lo contrario. Pero su concepción popular cambió dramáticamente para naciones que vivieron el horror de la guerra de trincheras o conocieron artefactos de muerte tan sádicos como el gas mostaza, lo que afectó también a su representación artística, que adquirió matices de un explícito antibelicismo, representado también en el aún por entonces joven cine.

Los ejemplos son numerosos, aunque mucho menos que los de la más festejada Segunda Guerra Mundial, y algunos de sus rebotes, sorprendentes. Por ejemplo, la película Los cuatro jinetes del Apocalipsis (Rex Ingram, 1921), que reflexiona sobre el conflicto mediante una familia argentina en la que coexisten con dificultad personas de origen francés y alemán en plena guerra, se convirtió en un éxito mundial y terminó difundiendo el baile del tango por el mundo entero. En todo caso, la representación cinematográfica de la Primera Guerra Mundial produjo algunas de las películas más notables de la historia del cine. Vale la pena recordar las mejores, las que subsisten tanto por ser modelos estético como advertencias y recordatorios de una catástrofe indescriptible.

• Sin novedad en el frente (Lewis Milestone, 1930). Aunque ya había precedentes ilustres, la novela Sin novedad en el frente, del alemán Erich María Remarque, se convirtió en el molde por excelencia de la literatura antibélica -su autor, sin embargo, no la consideraba así, sino simplemente un retrato realista de sus experiencias como soldado- y en un best-seller que Hollywood adaptó rápidamente, y con asombrosa fidelidad. Algo melodramáticos, pero visualmente perfectos, película y libro fueron considerados derrotistas y antialemanes por Hitler y los suyos, no obstante lo cual fueron ampliamente consumidos (sin mayores consecuencias antibélicas, por lo visto).

• Westfront 1918 (Georg Pabst, 1930). Fue tan odiada y criticada por los nazis como Sin novedad en el frente, con la que tiene muchos puntos en común, pues es otro retrato de la vida en las trincheras del frente occidental, pero por momentos supera a la anterior en realismo y oscuridad. El objetivo parecería ser narrar una historia similar, pero desde un punto de vista auténticamente alemán. En realidad, respondía al expresionismo de Murnau y Lang, ejemplo del “nuevo objetivismo” alemán, con el que Pabst pretendía generar un cine más realista, sucio y representativo de la Europa de la postguerra.

• La gran ilusión (Jean Renoir, 1937). Considerada unánimemente una de las mayores películas del siglo pasado, esta obra maestra -dirigida por Renoir, uno de los mejores cineastas de su tiempo, e interpretada por Erich von Stroheim- cuenta la historia de un par de prisioneros de guerra franceses, aunque el eje del conflicto está en las clases sociales, no las nacionalidades: reflexiona sobre el fin de la aristocracia y el advenimiento del fascismo. Es una de las películas clave sobre la Primer Guerra Mundial, pero también es mucho más.

• La patrulla infernal (Stanley Kubrick, 1957). Alejada de cualquier concepción heroica de lo bélico, esta película -una de las primeras obras maestras de Kubrick- cuenta la historia de una misión fútil y suicida encargada a un pelotón de soldados franceses, que culmina no con la muerte en el campo de batalla, sino con varios de los sobrevivientes -acusados de cobardía y desobediencia de las órdenes- ejecutados por un pelotón de fusilamiento de sus propios compatriotas. La película desató la ira de muchas autoridades galas, que consideraron que el retrato que se hacía de sus militares era injusto e irrespetuoso, pero el tiempo la ha convertido en una de las mejores películas antibélicas que se hayan hecho.

• Lawrence de Arabia (David Lean, 1962). El componente antibélico es menos notorio en esta película épica, que marcó el cenit de las carreras de David Lean y el protagonista, el recientemente fallecido Peter O’Toole, y que es uno de los mayores espectáculos cinematográficos del siglo XX. De cualquier forma, es un film muy poco nacionalista y tradicional, que abre una inesperada mirada crítica hacia el imperialismo inglés y presenta a un héroe renuente, tal vez la figura individual más importante de la Primera Guerra Mundial.

• Johnny cogió su fusil (Dalton Trumbo, 1970). Luego de haber sido una de las víctimas más notorias de la caza de brujas macartista durante los años 50, el guionista Dalton Trumbo regresó a Hollywood convertido en un héroe, para realizar la que sería su única película como director, basada en una novela de su autoría. Una obra extremadamente dura, que cuenta la historia de un soldado horriblemente mutilado durante un ataque de artillería, que subsiste en un hospital pese a haber perdido sus sentidos, brazos y piernas, y al que se le niega su petición de morir y ser exhibido como advertencia del espanto de la guerra. Realizada durante la Guerra de Vietnam, su antibelicismo tiene características muy marcadas, pero perdura dolorosamente en cualquier contexto temporal.

• Gallipoli (Peter Weir, 1981). El desembarco de las fuerzas de la Commonwealth en la península de Gallipoli fue uno de los mayores desastres para las fuerzas aliadas, que calcularon mal el poder de las tropas turco-otomanas, que se les enfrentaban, y fueron masacradas sin haber conseguido abrir un nuevo frente. Una parte importante de las tropas aliadas estaba compuesta por soldados australianos y neozelandeses, que fueron usados como carne de cañón por sus superiores británicos. Esta película describe el periplo de dos amigos australianos en un episodio de la Batalla de Anzac, en la cual dos regimientos australianos cargaron contra las ametralladoras turcas y perdieron más de 300 vidas sin haber conquistado un palmo de terreno ni herido a un soldado turco. Sólo la anécdota y la reproducción realista podrían haber convertido la película en un alegato poderosamente dramático, pero el director, Peter Weir, que pasaba por su mejor momento, envolvió la acción en un ámbito de extrañeza sobrenatural, que hace a la crueldad bélica aun más absurda.

• La vida y nada más (Bertrand Tavernier, 1989). Pese a haber sido uno de los países más devastados por este conflicto, el cine francés nunca se sintió muy cómodo al tratar sobre la Primera Guerra Mundial. Esta película de Bertrand Tavernier es una excepción y un monumental ejercicio de elipsis, pues no contiene ni una escena bélica y transcurre en los días posteriores al fin de la guerra, siguiendo los pasos de un veterano comandante (Philippe Noiret, en uno de sus mejores roles), a quien se ha encomendado rastrear el destino final de algunos de los numerosísimos soldados desaparecidos o extraviados en batalla. Una película en la que el horror de la guerra nunca es explícito: apenas asistimos a su sombra y sus consecuencias, como si fuera el registro de las pisadas de una bestia espantosa y brutal, que nunca vemos, pero cuya presencia es evidente.

• Caballo de guerra (Steven Spielberg, 2011): Una de las películas más subvaloradas de Steven Spielberg y una demostración de la curiosa relación amor-odio entre el cineasta y lo bélico. Mediante las peripecias de un caballo -que es alternativamente propiedad de los ingleses, los franceses y los alemanes-, Spielberg realizó una de sus puestas en escena más espectaculares. Reconstruyó, en toda su amplitud, el desolador panorama de los campos atravesados por trincheras, y lo dotó de color, algo inesperado para los espectadores acostumbrados al cine en blanco y negro. Con extraño pudor, el director hace que las muertes y cualquier factor morboso ocurran fuera de cuadro, lo que resalta, por omisión, la presencia de la muerte.