• The Dream River, de Bill Callahan: Amamos al Bill Callahan de Smog, ése que amargamente le hacía a Chan Marshall -su reciente ex de aquel entonces- una críptica y maliciosa dedicatoria en la portada de Knock Knock (figurando un gato y un rayo, en referencia a “Cat Power”, el nombre artístico de la cantautora), aquel que componía temas chirriantes con versos circulares como “voy a estar tan borracho en tu casamiento”, o que terminaba un álbum con los versos “me quedé solo con amor por vos / hiciste lo que era correcto de hacer / y espero que encuentres un esposo / y un padre para tus hijos”. Ante la noticia de su enamoramiento y próximo casamiento, uno temblaba ante la posibilidad de ver inesperadamente sellada la boca de ese gran géiser de inventiva que son las oquedades del ensimismamiento y resentimiento, pero en The Dream River el manantial sigue siendo el mismo, sólo han cambiado sus afluentes. Cada vez más parecido a Leonard Cohen -en el mejor de los sentidos- Bill Callahan ha ido limando su voz, despojándola de todo lo innecesario, hasta llegar a un manejo microscópico de pequeñas inflexiones que a cada escucha reformulan lo oído. En tiempos de falsa austeridad o arreglos bombásticos, The Dream River es un ejemplo de minucia, una pequeña joya oculta en el fondo de un lecho marino, en donde la voz (en un segundo la frase se puede convertir en una ocurrencia, algo sarcástico, épico, triste o tenebroso) se corresponde con los complejísimos arreglos guitarrísticos de Matt Kinsey, o las percusiones con escobilla de Thor Harris (de The Swans y 
Shearwater).

• Random Access Memories, de Daft Punk: Aun en estos tiempos de dispersión y multioferta, el tema “Get Lucky” de este dúo de franceses misteriosos se las arregló para ser omnipresente en todas las radios, supermercados y programas de televisión, pasando el punto de saturación y ganándose incluso versiones rioplatenses en clave de cumbia (Agapornis) y chacarera (“Despiertos para ponerla”). Más allá del tema en cuestión, todo el disco probó que el dúo electrónico no desperdició los más de diez años que pasaron desde su obra anterior, Discovery (2001), y que pueden manejar una instrumentación clásica y no basada en samples con soltura y un conocimiento enciclopédico del pop de los 70 y 80.

• Victoria mística, de Triángulo de Amor Bizarro: “Robo tu tiempo, robo tu tiempo, robo tu dinero”. Frenético, con una batería taquicárdica, una distorsión propia de los temas más abrasivos de los Telescopes y una sierra que parecería haber sido robada del garage de los Eistürzende Neubauten; así empieza el último disco de los coruñeses Triángulo de Amor Bizarro. Al mismo tiempo, en la canción “Un rayo de sol” Isabel Cea, bajista y covocalista de la banda, canta esperanzada “Vamos a morirnos en el mismo ataúd / vamos a pudrirnos en la misma fosa común / que se fundan nuestros restos”. Entre el deseo frenético y la promesa de la fusión espiritual -y a la vez orgánica, pútrida- definitiva suele pivotear, como electrones alrededor de un núcleo oscuro, Victoria Mística. Más allá de todas estas referencias religiosas, no debemos pensar en una herencia romántica y solemne, Triángulo de Amor Bizarro sigue jugando en ese pequeño límite de lo serio tomado en joda y lo banal tomado en serio, con palabras sueltas como “guillotina” que se precipitan en las canciones como un chicotazo de látigo, o versos perfectos como el malhumorado “Sonríe, hostia” de “Estrellas místicas”, o “no quiero esperar para follar”, de “Ellas se burlaron de mi magia”.

• Sunbather, de Deafheaven: Impensable encontrar en un disco de black metal una tapa tan fresca y… rosada como Sunbather, de Deafheaven, pero justamente esta esquicia entre el color y el género habla de un álbum complejo, difícil de encasillar. Con la intensidad extática a doble bombo del black metal, pero a la vez interludios narrados, crescendos acústicos, islotes de calma y giros imprevisibles, Sunbather suena por momentos más cercano a Godspeed You! Black Emperor que a Burzum, funcionando como una condensación epifánica entre todo lo que ha estado sonando en el post rock, metal y sucedáneos en los últimos años. De esos discos importantes, que tiene pretensiones de obra maestra (como lo fue The Seer, de The Swans, el año pasado) y cuyo disparo roza lo más rojo del blanco.

• Muchacho, de Phosphorescent: Detrás del nombre Phosphorescent se encuentra el barbudo compositor Matthew Houck, quien desde hace una década viene publicando discos de folk-rock espaciosos y llenos de emociones crudas y confesiones difíciles. Muchacho es su obra más redonda y variada, que abandona en ocasiones los timbres del folk para incursionar en bases sintetizadas, sin que se pierda nada del sentimiento puro que emana de sus canciones, tal vez las más sentidas que se hayan escuchado desde la emergencia de Will Oldham hace un par de décadas.

• Days Are Gone, de Haim: Este trío de hermanas californianas fanáticas del pop de los 80 fue una de las grandes sorpresas del año. No para quienes las habían visto en vivo, comprobando el asombroso nivel técnico del trío -que sobre el escenario se convierte en una máquina rockera-, pero para todos los acostumbrados a demasiadas generaciones de pop femenino indistinto. Las Haim, con sus guitarras muteadas, sus elaboradísimos coros, su vestimenta dudosa y sus coreografías descontracturadas y sin ensayar, aparecieron como un vendaval de aire fresco en la escena pop con este disco por momentos sobreproducido, pero que presenta una colección de canciones impecables que evocan tanto a Fleetwood Mac como a Human League, Shania Twain y Michael Jackson, pero compuesto y tocado con tanto entusiasmo y habilidad que logran el milagro de que todo suene nuevo.

• Silence yourself, de Savages: El año pasado a la música independiente se le caía la quijada al ver en Later with Jools Holland la versión en vivo de “Husbands”, tocada por un plantel enteramente femenino llamado The Savages. Frenética, repetitiva y potentísima, la voz de Jehnny Beth gritaba “husbands, husbands, husbands” y sumergía a uno en el mundo claustrofóbico y asfixiante de la cotidianeidad doméstica e industrial británica, algo que, como una Ariadna sonámbula, tomaba el hilo perdido de Ian Curtis, pero sin intentar invocarlo o imitarlo como otras bandas (por citar alguna, la exitosa Interpol). A esta noción de tiempo pasado (pero no en forma de revival, sino como si hubiese auténticamente reencarnado en una cosa inesperada) se corresponde la elegante y austera portada y un contenido conceptual sobre los efectos alienantes de las nuevas tecnologías que tiende tentáculos hasta las presentaciones en vivo, donde la banda suele confiscar todos los celulares o implementos con cámaras del público. Una banda contrahegemónica (tanto en lo musical como lo performático), que parece haberse colado en un agujero de la alambrada del pasado, haciéndonos recordar que por más iPads y smartphones que haya en las manos del público, el mundo sigue siendo siendo igual de pesadillezco que aquel sobre el que vociferaba Mark E Smith en The Fall.

• m b v, de My Bloody Valentine: Parecía que los padres del rock shoegazer -ese pop cubierto de capas de distorsión, volumen y estática sobre el que flotan voces etéreas- habían renunciado a intentar hacer un sucesor digno de Loveless (1991), pero más de dos décadas luego de editar aquel disco clásico, sacaron casi de imprevisto este m b v, un disco atemporal que podría haber sido editado en cualquier momento durante este largo silencio. Un disco que en cierta forma anula la obra de todos sus imitadores y epígonos y que confirma que lo de Loveless no fue un momento inspirado, sino una estética definida en el manejo del ruido y el clima, reprocesados hasta volverse algo indefinible pero siempre asombroso.

• 6 Feet Beneath the Moon, de King Krule: Originalmente conocido como Zoo Kid, Archy Marshall, de sólo 16 años, saltó a la fama por el áspero pero sentido tema “Out Getting Ribs”, en el que su pálida y pelirroja apariencia contrastaba con una voz cavernosa, como si tras esa pequeña caja de resonancia de su pecho aguardaran varias cuevas subterráneas. Tras un EP un tanto irregular, 6 Feet Beneath the Moon es la confirmación de King Krule como una de las voces más peculiares -no sólo el tono, sino también en la forma de cantar, como pastosa, en la que cada palabra fuera arrancada por fórceps- y auténticas de la música actual. La marca de un oído perfecto para captar melodías y encontrar matices que saltan de la ternura al resentimiento como si fuesen pequeñísimos escalones.

• Viva la patria, de Fernando Cabrera: En un año algo mustio en términos de grandes lanzamientos locales, el nuevo disco de Cabrera confirmó por un lado la definición de un sonido apoyado en una banda estable con la que viene trabajando (y que se viene ampliando) desde Bardo (2006), pero también significó un nuevo punto alto -o altísimo- en la obra del que tal vez sea el mejor compositor uruguayo de la actualidad. A 30 años de la salida de su primer disco solista, Viva la patria lo muestra igual de inquieto, creativo y personal que cuando comenzó, pero con una cuota de madurez que le permite seguir generando letras y melodías inolvidables. Un discazo, tanto para Uruguay como para cualquier otro país donde se haga música.