-¿Dónde estaría hoy Juan Sasturain si hubiera hecho carrera en el Club Atlético Lanús?

-No sé. Si bien en su momento fue una posibilidad seria, no era excluyente con la literatura. Igualmente, en la literatura siempre te podés retirar más tarde. Creo que en Argentina, y supongo que pasa lo mismo en Uruguay, jugar al fútbol era para nosotros algo natural, no una vocación.

-Pero estuviste muy cerca de convertirte en un futbolista profesional…

-Tenía 18 años, y a esa edad tenés que ser muy bueno para entrar. Yo vivía en un pueblo del interior de la provincia de Buenos Aires y recién conocí Buenos Aires cuando terminé el bachillerato y me fui a estudiar Letras. Como yo jugaba en el pueblo, cuando llegué a Buenos Aires me fui a probar a San Lorenzo, donde tenía un tío que era dirigente. Allí no pasó nada y me pasé para Independiente, y de allí a Lanús, pero tampoco pasó nada. Era el otoño de 1964, comenzaban las clases y estaba cerrado el período de pases.

-Picado grueso es un libro de cuentos futboleros que se acerca al deporte desde diversas miradas; desde el jugador al árbitro y desde el hincha al dirigente. ¿Te interesó contar el ambiente más que el ámbito en sí de la competencia?

-Sí. Es que los de Picado grueso son cuentos con fútbol y no de fútbol. Toda nuestra cultura está atravesada por el fútbol, es algo que ocupa un lugar importante en nuestras cabezas. Y eso se manifiesta de formas muy diferentes. En el libro el fútbol aparece atravesando distintas situaciones, desde el cuento del título, que es una suerte de reflexión sobre ciertos tipos de práctica contemporánea del picado, a lo que pasa en “El que le da de comer”, el cuento del chancho, que está basado en una experiencia de un partido entre Boca e Independiente.

-Y cierra con “Campitos”, el relato más extenso, agregado en la última edición del libro…

-Sí. Es un cuento que quiero mucho porque está atravesado por muchas cosas, especialmente ideológicas: el campo de la represión y las luchas culturales, temas que también tienen que ver con el fútbol.

-Hablemos de policiales. ¿Qué es lo que vuelve tan atractiva la novela policial para tantos lectores?

-Te voy a hablar de mi caso, que no sé si se puede hacer extensivo. Yo no me encontré con un género sino con tremendos autores como, por ejemplo, Dashiell Hammett. Al leer La llave de cristal descubrí que se trataba de un soberano escritor, en la espesura de la escritura, la capacidad y la inteligencia al contar. Además, el fenómeno de Hammett como escritor es increíble: en cinco años escribió cinco novelas, Cosecha roja, La maldición de los Dain, El halcón maltés, La llave de cristal y El hombre delgado, y después le puso la funda a la Remington y dejó de escribir. El caso de Raymond Chandler también es muy fuerte, y yo creo que entre Hammett y Chandler se produce una transición parecida a la que había ocurrido antes entre [Robert Louis] Stevenson y Joseph Conrad. Cuando Stevenson deja de escribir, Conrad se baja del barco y toma la posta.

-Los nombres de Hammett y Chandler, por su carácter fundacional, son dos referencias clásicas, pero no son los únicos grandes autores del género…

-Por supuesto. Es que en mi caso en particular, Hammett me marcó tanto como [Héctor] Oesterheld, [Jorge Luis] Borges o [Juan Carlos] Onetti. Pero si vamos a mencionar a grandes escritores de novela policial, no podemos dejar de nombrar a Jim Thompson y a Ross Macdonald, tan diferentes entre sí y también fundamentales. O a David Goodis. Todos escribieron policiales pero son muy diferentes; imposible nuclearlos. Es que las categorías siempre son posteriores.

-Tu última novela, Dudoso Noriega, es un libro extenso, con una variedad de registros y un trabajo particular sobre el tiempo. ¿Es verdad que estuviste 20 años escribiéndola?

-Estuve 20 años con el libro, sin terminarlo, pero eso no quiere decir que haya estado 20 años escribiéndolo. Se trata de una historia que se me había ocurrido en 1992 y que me acompañó muchísimo tiempo. Originalmente, yo iba a escribir una novela que se llamaba La verdadera historia del Combo Catarata. El Combo era un grupo de salsa liderado por un mulato, cantante, que se llamaba Falucho Vargas, el trovador borincano. Ese grupo, cuando yo empecé a escribir la novela, llegaba por primera vez a la Argentina y era muy famoso. Se establecieron en Mar del Plata para hacer la temporada y recuerdo que era muy caro ir a verlos. Yo me propuse contar la verdadera historia del Combo Catarata, en la que no es cierto que es la primera vez que llegan a Argentina ya que el negro que los lidera no es, en verdad, puertorriqueño sino argentino. La historia de ese negro trucho y de por qué había vuelto al país unos años después era lo que yo quería contar en la novela. Al empezar a escribir la historia, la ambienté cuando el protagonista era un muchachito, en la Playa Popular de Mar del Plata, y trabajaba de bañero. Me puse a escribir la historia del bañero que lo recibe cuando llega a Mar del Plata y entonces la historia comenzó a abrirse de forma arborescente. Además, el comienzo de la novela tenía un tono difícil para el verosímil, en el que yo recibía historias sobre el personaje, historias que me eran contadas y que tenían un tono oral muy fuerte. Ése es el tono de las primeras 200 páginas y, a partir de ahí, me fui al carajo.

-En un momento de la historia aparece el detective Etchenique, uno de tus personajes más conocidos, protagonista de Manual de perdedores y Arena en los zapatos

-Eso no estaba previsto, pero en determinado momento apareció. La historia arranca en la década del 50 y tiene un corte en el momento en que Dudoso Noriega desaparece, en 1973. Años después, el hermano de Dudoso, el Guasta, sale de la cárcel, y el Mojarrita Gómez, que es un personaje que aparece en Arena en los zapatos, le recomienda que contrate a Etchenique para averiguar qué pasó.

-Si bien hay elementos del género, no estamos ante una novela policial a secas.

-Exacto. Es que el lector sabe más que Etchenique. Puede decirse que es una novela intervenida por el género. Para buscar un símil en este momento, imaginemos qué pasaría si en las últimas 50 páginas de Otra vuelta de tuerca, de Henry James, entrase el Padre Brown. O sea, el lector cuenta con una información que el detective no tiene. Y ese mecanismo me encantó. Siendo una novela de carácter costumbrista, tiene una estructura muy rara, bastante compleja.

-¿Qué estás escribiendo ahora?

-Yo escribo todo el tiempo: contratapas del diario, crítica, poesía. Soy saludablemente disperso en esta actividad. Como proyecto narrativo ando detrás de algo que no sé si voy a llegar a concretar. Vos sabés que al morir, Hammett dejó una novela inconclusa, Tulip. La última vez que él intentó escribir fue en 1952, después de que se le viniera todo encima tras el macartismo y de estar seis meses preso por negarse a declarar la identidad de otros miembros del Partido Comunista. Además ya estaba muy enfermo. Cuando salió de la cárcel, como resultado colateral de la guerra ideológica que le hicieron, habían sacado sus libros de las librerías oficiales y descubrió que tenía terribles deudas con el fisco. Fue así que volvió a intentar escribir varias veces, y el último registro que queda de eso es Tulip. Estaba viviendo de prestado en las afueras de Nueva York, en una casa muy modesta, y allí fue donde escribió ese texto, en primera persona, que narra su encuentro con un ex compañero de juventud, el tal Tulip, que lo insta a que escriba las cosas que le han pasado a él mismo. Esas 70 páginas que quedaron son una reflexión del personaje sobre qué hacer, qué escribir, y no tienen nada que ver con el policial. Pues yo tengo ganas de escribir esa novela.