La relación de Uruguay con Héctor Borrat puede ser un ejemplo de la paternidad o la maternidad abandónicas que una comunidad aldeana ejerce con sus hijos, siempre putativos y desprendidos hacia la verdad del mundo, ancho y ajeno. Borrat Mattos fue expulsado al exilio, luego de una serie de clausuras que alcanzó a la revista Víspera en abril de 1975 (así como a Perspectivas de Diálogo y otras), que conducía junto con Alberto Methol Ferré y un consejo de redacción. Gobernaba el dictador Juan María Bordaberry, que enfocó sobre la eliminación de las desviaciones confesionales de izquierda, en particular las de origen católico, acusadas de financiarse “internacionalmente”.

El exilio condujo a Borrat y a su esposa, Margarita Rodríguez, como a tantos, hacia la España emergente del franquismo y a la entonces reservada Barcelona, ciudad de avenidas pequeñas, acogedora, riquísima de cultura y ávida de mundo. Allí, y próximo a los 50 años, pudo desarrollar una de sus mayores vocaciones, como teórico y docente de la comunicación social, disciplina con apenas jóvenes antecedentes universitarios por entonces.

Atrás había quedado casi una década de militancia católica y política como editor de Víspera, algunos años más como colaborador en Marcha y en Cuadernos de Marcha para temas de política y cristianismo y críticas de cine, sus inicios como crítico cinematográfico en radio Ariel, y una vida de jurista y funcionario de la Suprema Corte de Justicia, pero sobre todo de ejercicio intelectual inquietísimo en un país con una vida social cada vez más conmovida y con proyectos políticos exultantes que no podrían evitar o conducirían al zafarrancho autoritario de los 70 y 80, porque Uruguay era América, al fin.

Víspera era un órgano del Movimiento Internacional de Estudiantes Católicos (hay ejemplares digitalizados en www.periodicas.edu.uy) que, junto con las revistas mencionadas, “ejerció una bien interesante influencia entre las élites universitarias del hemisferio”, según explica Romeo Pérez Antón, colaborador sobre temas internacionales y miembro del consejo de redacción del mensuario desde 1967. La publicación convocó plumas continentales como las de Ernesto Cardenal y Paulo Schilling, y en su cocina participaron también Alberto Tucho Methol Ferré, Antonio Pérez García, Bryan Palmer, Darío Ubilla, Guzmán y Luis Carriquiry, el jesuita Horacio Bojorge, César Aguiar, Rodríguez Iturbe, entre otros.

“Borrat y Methol trabaron una fuerte amistad y se influían recíprocamente. Fueron los pilares de esa redacción, donde nos llevaban unos 15 años de diferencia a la mayoría más joven”, recuerda Pérez Antón. Y agrega: “Dentro de una óptica posconciliar, a Héctor se lo encontraba en una línea interna de la iglesia más anti-Vaticano, próxima a la de Juan Luis Segundo. Tucho Methol mantenía una línea reformista pero más ortodoxa, atenta a los impulsos del centro papal”.

Antonio Pérez García, profesor de psicología social que acompañó aquella aventura editorial, matiza que Borrat era “más un pensador ecuménico, un buscador de caminos, novedoso entonces y hoy”; estaba muy al día respecto de las teologías alemanas, mientras que Methol era más doctrinario católico. Pero de alguna manera, según Romeo Pérez, “fueron convergiendo todos hacia esa línea de no ruptura” que encarnaría después Alberto Methol, aunque no sin disidencias recurrentes.

Ya eran identificables en esos diálogos dos líneas de relato y acción dentro de la Iglesia Católica, una hacia la Teología de la Liberación por medio de Juan Luis Segundo; otra, crítica pero institucionalmente alineada, “que puede ser rastreada hasta el papa Bergoglio, hoy día, por medio de Methol y su influencia duradera en la Conferencia Episcopal Latinoamericana”, analiza Pérez Antón. Esa dualidad ruptura-continuidad parece resolverse hacia dentro de la Iglesia, finalmente. Pérez García trata de ilustrar esa tensión superada, no sin fracaso, con términos de Borrat: “El conflicto entre el soplo del espíritu, sin dirección, y la resistencia de la institución se resuelve en recuperación, institucionalización” del espíritu.

La Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en Bellaterra recibió a un Borrat profesor que desplegó sus aportes académicos comunicacionales en forma de clases, libros y artículos científicos, además de otros incontables referidos a asuntos internacionales, políticos y sociales que fue insertando en medios generales como la prestigiosa El Ciervo y en revistas especializadas, hasta el final. En la Facultat de Ciències de la Comunicació puso en pie la cátedra de Periodismo Político y por esa casa se doctoró con un gran trabajo que en 1989 publicó la editorial Gustavo Gili, reducido a una cuarta parte: El periódico, actor político, obra de reconocible ascendiente hasta nuestros días.

Eduardo Rebollo, alumno en Bellaterra, lo recuerda así: “Era muy sólido, meticuloso, exigente. Como un [Homero] Alsina Thevenet de otra vertiente periodística. No sé, quizás haya en eso una cuestión generacional; ¿el 45? Y era sumamente generoso con alumnos y colegas, aunque a los uruguayos, a los sudacas, nos mataba: no admitía ningún favoritismo”. Cuenta Rebollo: “Daba vértigo verlo investigar, leer y publicar tanto en inglés como en alemán o en lenguas romances; siempre inquieto, siempre al día [...] Intentamos traerlo para dar conferencias, pero nunca obtuve presupuesto. La única vez que volvió a Montevideo en esos años 90 fue gracias a la Licenciatura en Comunicación de la Universidad de la República, de la mano de Lisa Block de Behar, cuando ofreció una teleconferencia con la colaboración de Antel”.

Borrat desplegó conocimiento en la UAB, en la Ramón Llull y en la Universidad de Salamanca. Dejó nueve libros y artículos teóricos recurrentes en innumerables sitios, además de incontables páginas impresas a lo largo de 50 años de aprendizajes y exploración. Esa parte de su vida es felizmente reconocible en internet. Borrat había entendido temprana y perfectamente la verdad de los nuevos medios, ya en edad de soslayar nuevos aprendizajes, y parte de su obra no ha quedado excluida de la memoria digital universal.

El final lo encontró sereno en su casa. Ese día había respondido correos, posteado noticias en su blog y publicado un tuit. Su sepelio, el 18 de octubre, tuvo la forma de una fiesta y homenaje para sus amigos: había dejado previsto un programa para violín y piano con obras de Albinoni, Schubert, Mozart y Bach. ■