En la competencia por la preponderancia en las carteleras de cine, las películas basadas en personajes de superhéroes de Marvel le llevan una leve ventaja creativa y popular a sus equivalentes basadas en personajes de DC Comics, más allá de algún triunfo creativo eventual como la espléndida The Dark Knight _(2008) de Christopher Nolan. Pero mientras DC prepara una invasión de las salas de cine con su versión cinematográfica de La Liga de la Justicia -una respuesta automática a _Los Vengadores (Joss Whedon, 2012) de Marvel, la película de superhéroes más exitosa de todos los tiempos-, y Marvel a su vez anuncia una auténtica avalancha de títulos ya programados para los próximos cinco años, una sorprendente cantidad de series de televisión basadas en personajes de DC acaba de arribar a la televisión mundial, ocupando un mercado que le es familar a DC desde hace años y en el que Marvel no se ha movido con mucho acierto (su única oferta actual es la irregular Agents of S.H.I.E.L.D).

Ya levantada del aire la sosísima Smallville, aquella serie sobre la juventud de Superman, el regreso de DC a las pantallas fue paulatino: desde hace dos años el canal The CW emite Arrow, una coproducción de la Warner Bros Television y de DC Entertainment basada en el personaje Green Arrow -o Flecha Verde para los hispanohablantes-, serie que si bien no ha maravillado a nadie, mantiene ratings aceptables y ha funcionado como avance para establecer un universo circundante de series relacionadas. Tres de éstas tuvieron su debut en la presente temporada televisiva de Estados Unidos y vale la pena repasarlas.

Un rápido de aquéllos

En la última entrega de la saga de los X-Men, Días de futuro pasado, el director Bryan Synger conseguía su escena más deslumbrante siguiendo el desplazamiento del mutante súper veloz Peter Maximoff -Quicksilver en los cómics, pero la 20 Century Fox no tenía los derechos del nombre- en un entorno súper ralentizado, tomando el punto de vista de Maximoff y haciéndolo desplazarse por un cuarto en el que las balas se arrastran como caracoles por el aire, un plato demora minutos en caer al suelo y la presencia misma del bólido humano es imperceptible mientras reacomoda, como un decorador, a su entorno a su gusto, para que las balas y puñetazos tengan diferentes destinos. Es casi imposible pensar en una mejor visualización del mundo por el que se mueve (y piensa) alguien a súper velocidad.

Hasta ahora, en ninguno de los episodios de Flash -serie del personaje de DC equivalente de Quicksilver (aunque mucho más popular)-se ha llegado remotamente cerca de una escena así, no obstante lo cual el manejo de los efectos especiales y las paradojas producidas por la velocidad del héroe siguen siendo el principal atractivo de esta serie, basada en uno de los personajes principales de la escudería DC, o casi. En el mundo de DC, Flash siempre ha sido una excelente figura menor, con un superpoder muy distintivo y con un espíritu gracioso y juvenil, que lo diferencia claramente de la altivez sobrehumana de Superman o la oscura misantropía de Batman, pero suele moverse mejor en compañía, algo que sus creadores deben tener en claro, ya que en el primer capítulo introdujeron a Green Arrow (ambas series son del canal The CW) y han rodeado a Barry Allen (Grant Gustin) de un montón de personajes secundarios, y apostando por cierto buen humor (Flash siempre fue el gracioso de DC, como el Hombre-Araña en Marvel), presentando a un Flash mucho más escuálido y dubitativo que el de la versión televisiva de los 90 sobre el mismo héroe.

Más allá de su actualización visual, este nuevo Flash tiene algo un poco anacrónico en la estructura excesivamente redonda de sus episodios y en los monólogos explicativos en voice over del protagonista. Aparentemente orientada a un público muy joven, Flash no aburre (tuvieron el buen gusto, además, de rodearlo siempre de supervillanos de habilidades variables), pero es un poco simplona y adolescente de más. Pero bueno, se supone que ése es su público ideal y no los críticos cuarentones.

Una ciudad muy gótica

Bastante más ambiciosa es Gotham (para nosotros Ciudad Gótica), serie de Fox (también producida por Warner Bros Television y DC Entertainment) que vino precedida de una ruidosa campaña publicitaria. En esta ocasión todo se desarrolla en el mundo del rey de los superhéroes de DC, el caballero oscuro Batman (esperamos que nadie sea tan obsecuente para considerar más importante al extraterrestre Superman), pero más de una década antes de que Bruce Wayne tomara el disfraz de murciélago humano.

Si bien hoy en día las grandes figuras del cómic de superhéroes se han vuelto arquetipos sobre los que cada artista puede proyectar su visión personal, aun si se contradice con visiones anteriores, Gotham da la sensación por momentos de tirar un poco demasiado de la cuerda. Aunque evidentemente el comisionado Gordon tiene que tener un pasado ficcional, al igual que los demás personajes del entorno del caballero de la noche, hay algo en la visión de Gotham que parece forzado y poco verosímil (y eso que es complicado parecer poco verosímil en una serie de superhéroes). En ninguna de las docenas de versiones de la historia de Bruce Wayne y el comisionado Gordon se sugirió que el segundo conociera al millonario desde la infancia y hubiera sido casi su tutor, y la premisa siempre suena constantemente forzada y en colisión con la historia “oficial” de Batman.

La serie es, más que de superhéroes, un thriller con personajes extravagantes. Orientada a un público más adulto (suponemos) que Flash, contiene elementos de violencia bastante gráfica y cierto erotismo ambivalente, pero su mayor distintivo es una producción visual muy elaborada, que recrea a una ciudad ficcional que reúne elementos de Nueva York, de Chicago y de una ciudad de un futurismo retro, a lo Blade Runner. Algunos futuros enemigos o aliados de Batman -particularmente El Pingüino y Gatúbela- emergen en versiones juveniles, pero el tono no cae en la adolescencia algo bobona de Smallville, sino que más bien se aproxima a los climas de los violentos policiales noir.

Gotham es razonablemente entretenida y visualmente muy atractiva, pero le cuesta mucho superar un problema de base: ¿qué tan interesante es una historia de Batman en la que Batman es aún un niño que no se probó una capa? Es como una película de Drácula sin vampiros colmilludos; todo bien, pero evidentemente algo falta.

El exorcista punk

En los años 80, DC Comics tomó algunos personajes menores de sus series de superhéroes y creó un sello especial, Vértigo, por el cual publicó algunas notables series (entre las que se encuentran la legendaria Sandman de Neil Gaiman y el Swamp Thing de Alan Moore) claramente orientadas a un público joven-adulto y adepto al cómic de auteur. De entre estos personajes, uno de los más atractivos y sencillos de llevar a lo audiovisual fue una creación de Alan Moore, realizada por sugerencia de los dibujantes Stephen R Bissette y John Totleben (quienes querían un personaje similar a Sting), el exorcista y mago John Constantine, protagonista del cómic de magia y terror Hellblazer. John Constantine es casi un modelo casi perfecto de antihéroe: un ex músico punk versado en las artes ocultas que se enfrenta, generalmente a cambio de dinero, con varias entidades sobrenaturales. Constantine es sarcástico, arrogante, abusivo, mentiroso, mujeriego; es decir, un compendio de cualidades poco heroicas detrás de las cuales hay que buscar para encontrar (pero se encuentra) cierta moralidad renuente. El personaje había sido sujeto de un film de Francis Lawrence (Constantine, 2005) que a pesar de ser bastante más decente de lo que se recuerda (fue unánimente rechazado por los seguidores de Hellblazer), desdibujaba completamente al personaje haciéndolo estadounidense -el Constantine de los cómics es un londinense absoluto-, morocho y de rasgos algo orientales, como su inadecuadísmo intérprete, el actor Keanu Reeves.

El Constantine televisivo -emitido por NBC, dirigido (en su primer capítulo) por el excelente cineasta escocés Neil Mar-
shall y producido por el legendario guionista David S Goyer (Blade, la trilogía de films de Batman de Christopher Nolan)- es bastante más fiel al espíritu del personaje del cómic. El protagonista Matt Ryan no sólo es inglés y rubio como la creación original de Moore, sino que también es mucho más expresivo que Reeves y transmite mejor el carisma algo reventado de este exorcista desprolijo.

También, al menos en el primer episodio, se respeta su amor por la música punk, presente desde una banda de sonido que incluye a Social Distortion, discusiones sobre los Sex Pistols y unas pinturas representando a John Lydon y una de las características más distintivas de Constantine: si bien el personaje conoce algunos trucos de magia que lo aproximan al carácter de superhombre, siempre termina enfrentado a enemigos mucho más poderosos (incluyendo al mismo Satán), a los que termina venciendo gracias a la utilización de su ingenio y su picardía, no de sus poderes. Constantine no sólo no es un héroe, sino que también es un pícaro y un trickster.

La serie incluye muchos elementos del cine de horror que, aunque la trama es esencialmente aventurera, pueden asustar a más de un desprevenido, y los nerds de los cómics se estremecerán de alegría al reconocer cuando un personaje encuentra, cubierto de polvo y olvidado, el casco de Nabu, utilizado por el Doctor Destino, uno de los más misteriosos personajes de DC.

Aunque es la serie de la que menos se sabe (sólo fue emitido un episodio hasta ahora), es la más disfrutable de las relacionadas con DC y que fueron presentadas esta temporada, en lo que parece ser un intento de inundar a la televisión con esta clase de productos, en forma similar a la que lo hicieron con el cine. Por ahora van de lo meramente pasable (Flash) a lo muy efectivo (Constantine), pero que en todo caso es un evidente signo de lo que funciona en estos tiempos.