Con un ajustado balance entre vanguardia y vieja escuela, Martín Buscaglia emprendió hace unos cuantos años un camino solitario en el que cargó su mochila de canciones y las sacó a pasear, esparciendo semillas que han germinado con el transcurso del tiempo. Después del gran paso que significó El pimiento indomable (2012), disco en conjunto con el español Kiko Veneno -editado por estas latitudes y que verá la luz el próximo año en España-, el compositor, que ha hecho un emblema de su canción “Ir y volver e ir”, publicó el flamante Somos libres, que presentará el 30 de octubre en el Teatro Solís. Un disco en el que desnuda sus canciones para defenderlas solo con su guitarra, para que el otrora “hombre orquesta” sea ahora “hombre oficio”, una forma de sintetizar su trayectoria y seguir aquel dictamen del Príncipe Gustavo Pena: “Usa el reflejo del mundo viejo y refleja algo mejor”. Para la diaria, una impostergable oportunidad de conversar con un perpetuo viajero que suma países para el hogar de sus canciones.
-Siempre estás haciendo muchas cosas. ¿Cómo te organizás?
-Es raro un día que no haga algo. A veces intento disciplinarlo; otras, fluye. Voy haciendo lo que tengo ganas y no me da el tiempo para hacerlo todo. Pienso que lo que mejor te sale es aquello que más placer te da hacer, o lo que más ganas tenés de hacer en determinado momento es lo que mejor te va a salir. En este nuevo disco, de lo que más ganas tenía era de tocar solo con la guitarra. Las mismas cosas me van diciendo en cuáles tengo que avanzar y en cuáles no. Puedo estar grabando un disco mío, ensayando con alguien que me invita a tocar, estudiando el piano y estudiando alguna música: me dejo ir y veo cuál de esos llamadores es más fuerte. Después hay laburos puntuales, pero no dependo totalmente de ellos aunque tengan una fecha de cierre, como producir un disco o preparar un concierto. De todos modos, los 1.000 proyectos van avanzando solos y ellos mismos te van diciendo cuándo están maduros y cuándo hay que meterles más.
-¿Cuándo nacen las mejores canciones? ¿Hay un momento ideal para componer?
-Sale de todo al mismo tiempo; creo que necesito todo eso que va pasando por un embudo y termina en una canción. Puedo ver la vida viajera en mis canciones, pero eso no significa que componga mientras viajo, aunque soy consciente de que viajar genera un caldo de cultivo que repercute en las canciones. Es vivir. Viajar es algo más espiritual que físico: no necesitás trasladarte miles de kilómetros para sentir que estás viajando. Depende de cómo lo sientas, podés irte dos horas a la rambla, sentarte en una roca solo y vivirlo como si hubieras ido a un país lejano. No sé de dónde nacen las mejores canciones; yo siempre trato de encontrar nuevas maneras de atraparme distraído. No quiero hacérmela fácil; ya sé cómo es cuando es fácil. Quiero otra cosa, porque, al mismo tiempo, lo fácil vence siempre. Si me siento impelido para hacer un tema puedo no darle bola y no seguirlo como perrito faldero: espero que me vuelva a buscar y es entonces cuando sale, cuando se vuelve imprescindible.
-Con respecto al nuevo disco, más allá de la fascinación con un instrumento y su sonoridad, es todo un manifiesto hacer un disco en esas condiciones para los tiempos que corren.
-Totalmente. Lo primero fue el deseo y la necesidad, y ahí me parece que es cuando podés conceptualizar y filosofar con más argumentos, cuando nace de un anhelo verídico propio. No funciona si sólo me propongo hacer un disco distinto del anterior; va a fallar, se va a notar que es una impostura. Ahora, si naturalmente lo hago puedo reflexionar sobre por qué lo hice y no seguí con lo que venía. Entonces en este disco, por más que no fue el primer motivo, me gusta el gesto que significa hoy hacer un disco así, tanto dentro de mi música como de la música en general. Me gusta el poder de hacer un disco solo en tiempos en que casi no necesitás ser músico para grabar un disco: podés tocar tres acordes y conseguir un productor que te arme, afine todo y te programe unas cosas; o vos mismo podés aprender un poco, bajarte unos sonidos y conseguirte un fondo, un apoyo como los que da el Estado, que se convierte en un mecenas como los de antes y el artista pasa a ser una especie de empleado público que hace discos porque le da plata el Estado, pero no toca ni hay nadie que lo escuche. Esto tiene sus bondades y sus vicios. Mientras que el en vivo, y más aun con un solo instrumento acústico, sigue siendo el territorio de verosimilitud extrema, no hay maquillaje posible, no hay afinaciones de Auto-Tune, nada.
-Estaba pensando en aquel disco llamado Piano, de Daniel Melero (1999), en el que dejaba todas las máquinas por el piano acústico, desnudando sus canciones; casi un examen.
-Claro, es la prueba máxima: si pasás ese filtro, si en vivo podés sostener un espectáculo entero así, podés hacer cualquier cosa. Por eso disfruté el gesto de rebeldía con algo súper antiguo, que nace de un anhelo mío, no es sólo teórico, y me sirve para demostrar que en estos tiempos también se puede ser músico, que lo pienso, pero se sostiene con el anhelo previo que provoca el fluir sin que estés intentando demostrarle nada a nadie.
-En ese sentido tu trabajo tiene mucho de vanguardia, contrapuesto con la vieja escuela, la de Ruben Rada, Eduardo Mateo, Urbano Moraes.
-Es que no se sostiene sin la vieja escuela. Los vanguardistas que hacen música contemporánea pueden deconstruir porque ya tienen la raíz que les permite hacerlo, aprendieron las reglas para poder transgredirlas. Si partís exclusivamente de “hago cualquier cosa”, es algo más intuitivo que puede estar bien, pero se agota sin una raíz, algo que realmente domines del vastísimo lenguaje musical. Hoy se puede hacer todo y yo puedo hacer todo, pero puedo hacer todo porque puedo hacer esto; si no, todo lo demás sería una estructura enclenque, un castillo de naipes que sorprende por un rato.
-Hay mucho de oficio también. Es la otra pata que sostiene este disco.
-El hecho de que el show haya sido grabado atrapándome distraído, sin pensar en que se transformaría en disco, le suma oficio. No está careteado, no estoy tocando la viola y después me afiné todo y tenía los arreglos de viola pensados, súper estructurados, para que salieran divinos y todos vieran lo lindo que toco. No, toco de la misma manera que en un sillón en casa, que a veces tocás divino y otras sólo necesitas rasquetear apagadito. No hay una intención de demostrar nada.
-¿No extrañás los artilugios porque los usaste todos?
-No extraño nada porque tengo tiempo para hacer de todo y ya he hecho lo que quiero hacer. Quiero hacer lo que tenga ganas, y en general son cosas nuevas que todavía no hice.
-¿Dónde está hoy tu público?
-A mí los artistas que me gustan son los que hacen lo que ellos quieren y no lo que yo quiero que ellos hagan; muchas veces no necesito escucharlos para saber que está todo bien con ellos. Si me decís que sacó un disco nuevo Tom Waits, te puedo decir que está buenísimo sin escucharlo, porque confío ciegamente en que hizo lo que tenía ganas. Después, ese disco puede volverse mi favorito o parte de una etapa de él que no es mi favorita. Por eso, creo que mi público es aquel que quiere que haga lo que yo quiera.
-¿Pero dónde está?
-No sé, desperdigado por el mundo, pero con esa característica; así me lo imagino, y al mismo tiempo creo que es el único público posible que puedo tener, porque sólo hago lo que quiero. No puedo acostumbrar a nadie a nada porque no me voy a domesticar, no es mi impronta natural.
-Pero grabaste el disco en Buenos Aires. Con esto voy a que ya no hacés canciones para quien las hacías al principio.
-Sí, también grabé El evangelio según mi jardinero [2006] en España cuando aquí no había pasado nada con mis otros discos. Plácido domingo [2000] lo saqué en Uruguay pero no había pasado mucho aquí, y salió en España cuatro años después porque el sello de allá lo quiso editar; cuatro años más tarde seguía siendo interesante para ellos. Con respecto a grabar el disco en Argentina, pienso que hay músicas que tal vez tengan una impronta más viajera y cosmopolita que otras. Igualmente, no compongo para nadie. En eso tiene que haber un egoísmo primario; volvemos al comienzo: tenés que hacerlo para vos, para que pueda ser contundente, compartido, recibido y, eventualmente, inspirador. Me parece que debe haber algo egoísta en el proceso compositivo, que es un proceso interno. Que te haga bien a vos no significa que tengas que salir a tocar y hacer un disco; son cosas diferentes. Después viene la etapa de mostrarlo, algo altruista, de amor al prójimo. Lo muestro porque pienso que esto propone algo y puede sumarse a la vida del otro, como tantísima música se sumó a mi vida. Son dos momentos bien distintos, y encontrar gente en distintos países que guste de lo que hacés es lo más lindo que te puede pasar como músico. La canción, al final, se completa en quien la escucha: el significado está 50% en quien la creó y la otra mitad en quien la escucha. Ahí se cierra el círculo.
-¿No cambia interpretar una canción en un país u otro?
-Me encanta tocar en lugares nuevos, pero funciona siempre igual. Este año estuve en Colombia por segunda vez. Lo que tiene de bueno internet es que viajo a un país nuevo y aunque toque en un lugar pequeño la gente conoce todas las canciones. Es algo muy potente y emocionante que me ha pasado siempre, incluso en París tocando para franceses; no sé si va en mí o en la música que hago, porque hay músicas que son muy buenas pero son para determinada cultura o ambiente.
-Tenés una impronta cosmopolita y viajera, está en tu naturaleza.
-Claro, por eso creo que las canciones tienen esa impronta naturalmente. Son lo que vos sos: si sos un nerd que toca perfecto pero nunca tuvo barrio ni se agarró a piñas con alguien en la esquina, tus canciones van a tener una cosa pero va faltar esa otra.
-En este disco hay mucho de esa vieja escuela, de esa marca natural uruguaya que resalta en la desnudez de tus canciones.
-Vos aprendés la manera de mirar y la de enfrentarte al mundo, después tenés que manejarlo con las herramientas de tu tiempo, distintas de las de tus maestros. Pero hay ejemplos que son montañas, y muchas veces son ejemplares cuando no te hacen bien. Kanye West, en su disco Yeezus [2013], dice: “Dios nos va a dar lo que necesitamos / y puede ser lo que no estábamos pidiendo”; los maestros son un poco así. Para mí el ejemplo máximo de Mateo es La máquina del tiempo [1987], no Mateo solo bien se lame [1972] ni Cuerpo y alma [1984], que probablemente sean mis discos predilectos de él. Ésos son los más divinos, pero el ejemplo es que él era capaz de generar esa belleza, pero después su impulso musical natural continuaba creciendo y desarrollándose, y dijo: “No, ahora voy a hacer unas milongas mántricas con electrónica sui géneris y no me importa nada”. El ejemplo está en que el tipo siempre siguió creciendo, fiel a sí mismo. Hugo Fattoruso en ese sentido es igual; podés elegir si te gusta Opa, Los Shakers, él tocando candombe, etcétera. A mí me gusta él y que siga haciendo cosas.
-Volviendo al comienzo y a los proyectos, ¿en que otras cosas andás?
-Tocar mucho, que está buenísimo. Al día siguiente de la presentación en el Solís me voy a tocar a Bahía por primera vez, también estoy yendo bastante a Argentina. Aparte, el disco que hicimos con Kiko sale este mes en España y voy en febrero a tocarlo; estuve hace poquito allá y algo muy lindo que nos pasó fue que filmamos unos videos, uno dirigido por Albert Plá -músico y actor súper cabeza- y el otro por Isaki Lacuesta, un director de cine que hace documentales muy interesantes. Si las ediciones quedan con una calidad de 50% de lo que estuvieron los rodajes, van a estar geniales.
-¿Por qué sale tan tarde el disco en España?
-Porque lo hicimos por el solo deseo de hacerlo, en un mes libre de Kiko, mientras se editaba su trabajo Sensación térmica y salía de gira a presentarlo, no porque había un sello esperando ni una estructura para hacerlo y publicarlo. Por eso salió primero aquí, en el Río de la Plata. Fue un delirio en ese sentido, pero a su vez está bueno porque el mismo disco tiene dos vidas diferentes. En este momento estamos definiendo cómo nos vamos a presentar en vivo. Kiko se sumó a mi banda, pero ahora pensamos hacerlo de otra forma. Quizá sumemos un par de músicos de su banda, para que se diferencie de lo que él hace solo con su banda. Además, estoy trabajando en un disco de Antolín, otro impulso mío que está creciendo a pasos agigantados. Antolín tiene un grupo muy pequeño pero muy fiel de seguidores, entre los que me encuentro; gente que traducía lo que él mostraba y se daba cuenta de que había algo de una pureza radiante. Él tiene algo que todo artista debería tener y de lo que muchos llamados “artistas” carecen. El proyecto partió cuando lo invité a tocar a capella, sin ninguna armonía ni métrica, nada, y lo grabé para luego construir el mundo que, según me imagino, él escucha en su cabeza. Así arrancamos, pero ahora yo canto algunas partes y participan otros músicos. En Argentina se edita ese disco a dúo el próximo año por el sello Los Años Luz, no sé si saldrá en Uruguay. Como dice el Maestro Tabárez: “El camino es la recompensa”. Es tal cual: en todo proceso es cuando más aprendés; después, hacer un concierto es como un mojón que puede estar divino o más o menos pulido, pero todo ese trayecto es el más interesante, donde adquirís herramientas nuevas, deshacés otras, te preguntás cosas, filosofás, te preguntás si querés arrancar el disco diciendo “candombe”, y cosas por el estilo. ■