Hoy de noche estará presentando en BJ su tercer y más reciente trabajo discográfico, Music Adventure, galardonado con un Graffiti al mejor disco de funk y candombe fusión. Para nosotros, una impostergable oportunidad para conversar con un virtuoso de las cuatro cuerdas, o cinco, o seis... bueno, con un Fattoruso.

-Nunca se le puede dejar de preguntar a un Fattoruso ¿en qué andás?

-Ahora me dedico casi todo el tiempo a producir discos artísticamente y a lo que refiere a la parte técnica, ésa es mi prioridad. En este momento estoy produciendo a Rude Mood, un trío de rock muy bueno que está haciendo su disco debut; también voy a producir un disco de Cuatro Pesos de Propina. Es el segundo que les produzco, esta vez en vivo. También estoy, lógicamente, con Illya Kuryaki, que es el grupo con el que toco en vivo fijo, con quienes estamos haciendo giras, ya que hace poco salió un DVD y lo estamos promocionando. Además tocando con mi grupo -con el que este año no toqué nada- y vamos a hacer este show en BJ. Para principios del año próximo grabaremos un disco nuevo, y con los Kuryaki también se viene nuevo material.

-¿Qué significa ser un virtuoso?

-Es difícil, no sé, es algo en lo que te vas transformando sin darte mucho cuenta; de repente te das cuenta de que alguien que antes te parecía un genio, cuando lo ves años después, decís “no pasa nada”. Yo siempre estoy pensando si estaré evolucionando, aunque en realidad, la parte de virtuosismo, concretamente, no está mucho en mi pensamiento, en el sentido de que para mí es lo mismo tocar un tema que tenga dos notas o uno que tenga 100; son igual de difíciles de tocar. Ésa es la verdad, hay gente que toca 1.000 notas mal y también la llaman virtuosa, porque virtuoso es alguien que llega a un desarrollo técnico con mucha facilidad. Yo, en la balanza, siempre pienso en la música como tal. Estudio técnica para poder ejecutar mejor lo que estoy pensando o lo que me piden que toque. ¿Cómo se toca una zamba de tres acordes? Un tipo que estudia todo el día en la casa y tiene la mejor técnica no lo va a poner en un buen lugar si tiene que tocar algo folclórico, porque ahí no tenés que tocar nada técnico.

-Muchas veces se piensa a Francisco Fattoruso detrás de un torbellino de notas, que por otra parte difieren de la función original del bajista.

-Con respecto a la función del bajo, yo considero que tengo diferentes profesiones que están dentro de la música: una es que soy un bajista profesional, me llama un grupo para grabar y entonces grabo -como en Kuryaki- con un bajo de cuatro cuerdas, con la estética que ellos quieren, que a mí me encanta, pero es lo que ellos sugieren, y otra cuando toco con mi grupo, en la que ya estaría dentro de la categoría de artista y de investigación, donde el bajo cambia de rol. El bajo es la base de un conjunto rítmico, y cuando toco con mi banda muchas veces es éste el que lleva la melodía, cambia de rol; por eso, muchas veces uso bajos de seis cuerdas, que tienen un registro más agudo. El bajo pasa a estar delante de la banda y eso no es normal; de hecho, uno de los tecladistas toca con sonido de bajo para cubrir las partes donde el bajo está llevando la melodía, para que no quede vacío o apagado, porque el bajo tiene que sonar siempre. En vivo, a veces, toco la parte A de la melodía y dejo que la B la toque otro músico, porque el bajo debe estar siempre empujando, la energía tiene que compensarse.

-¿En qué lugar te sentís más cómodo?

-La verdad es que disfruto mucho tocar, disfruto de lo que hay que hacer. En Kuryaki me dicen que toque con cuatro cuerdas, sonido viejo y pedales como Funkadelic; me encanta y lo hago copado, no es que esté pensando “qué bueno sería meter acá un solo de bajo”. Cuando hago mi música, lo disfruto de otra manera porque estoy haciendo mi música, la que compuse, y todo tiene un significado; lo que pasa es más jazz, hay comunicación con los otros músicos y una parte de improvisación. Obviamente, cuando más responsabilidades tenés, más te cansa; cuando toco con Kuryaki hay una persona a la que le pagan para decirme a qué hora tengo que estar, darme viáticos, me compran los pasajes, etcétera, mientras que cuando toco con mi banda tengo que sentarme a hacer miles de llamadas, pagar todo. Te pesa esa responsabilidad; toco con músicos que vienen de Argentina, hay que coordinar muchas cosas. Igualmente, al momento de tocar trato de liberarme de todo y pensar sólo en la música.

-¿Qué es la música para vos?

-Es algo extraño, pienso constantemente en eso. Porque si la comparás con las profesiones de otros, hay un tipo que se cuelga un revólver a la cintura y termina muriéndose o matando otra gente, o un político que ya ni se da cuenta de que es corrupto, consumido, mientras que yo hago música, y eso está bueno. ¿Por qué suena la música? Estamos dentro de la tierra y fuera no hay sonidos, se genera ahí dentro, en un vacío en el que hay aire, y hay frecuencias que el oído percibe y traduce dentro de tu cabeza, literalmente. Me encanta generar eso, y creo que la música afecta a todo el mundo. Por eso me hace mal la música mala, con esas letras degradantes, esas músicas que se copian unas a otras, donde hay negocio y gana el dinero. El problema es que la energía de la música tiene efecto en las personas, y de esa forma puede ser negativa. La música es, para mí, una manifestación de energía, y cuando uno la transmite es como si le estuviera hablando al otro.

-¿Y cómo te dividís entre el artista y el sesionista, que está al servicio de otro por dinero?

-Ahí está lo difícil. Yo creo que soy productor de música e ingeniero de sonido, más todas las cosas que aprendí por necesidad, porque cuando arranqué tenía que hacer todo; no me propuse ser productor, tuve que hacerme.

-Tu padre es el ejemplo más claro de eso: es quien desarrolló el concepto de sesionista en Uruguay. Quizá aprendió en su estancia en Estados Unidos con Opa...

-Mucho de eso tiene que ver con el oficio, sos músico y es lo único que tenés. Es muy difícil que crees algo que tenga éxito inmediato; entonces, la mayoría sigue probando. Es algo que tenés que hacer. Vivimos en un mundo en el que el dinero es el traductor de todo. Para comer, para salir con una chica, para comprarte un auto, para lo que sea necesitás dinero, y tenés que buscarlo. Trato de no sentirme un esclavo, que es lo que le hace mal a mucha gente en cualquier ámbito. Yo podría dar clases todo el día, como tantos otros músicos, y soy muy crítico con eso, porque muchos se van acostumbrando y aceptando cada vez más alumnos. Si tenés 20 alumnos vivís bárbaro, pero no todos somos docentes. Yo puedo ser un profesor especialista, dar clases de algo puntual, pero no soy un docente universitario de música. De hecho, llegué a la conclusión de que los mejores profesores tocan mal, estoy convencido. Y si te acostumbrás a la docencia, tu vida queda encasillada ahí, te mudás a una casa más grande, comprás un auto en cuotas y quedás preso del confort. ¿De qué me sirve a mí darle clase a un pibe de 12 años al que la madre lo obliga? Ambos estamos perdiendo el tiempo, y a mí me están pagando para que lo pierda. Lo mismo pasa con la producción: hoy, 95% de los músicos se sienten capaces de producir, pero no todos pueden hacerlo bien, tiene que haber oficio. La computadora amplificó eso, porque te pasan los programas, los instalás, aprendés un poco, y eso no es producir música. Primero tenés que pensar en el artista y el género que interpreta, no en vos.

-¿Para producir o tocar con alguien te tiene que gustar lo que hace?

-Sí. Tocaría con alguien que no me gusta, creo que sería más fácil, pero producir… no sé si va exclusivamente en que me guste, lo más difícil para mí es la parte humana. Para producir un disco tenés que estar meses con la persona, viéndola todos los días en situaciones de estrés, controlando la cabeza de cada uno. De repente le tenés que decir a uno que repita 100 veces la misma toma porque está desafinando. Para producir tengo un período de prueba en el que no cobro, pero tiene que funcionar a nivel humano. No exijo virtuosismo, exijo dedicación para que fluya.