No sólo se dedicó a explorar los complejos procesos de la historia, sino que también fue el artífice de una consagrada y copiosa obra que recorrió la historia latinoamericana, con especial énfasis en el devenir del siglo XIX argentino. Tulio Halperín Donghi es referencia obligada para muchísimas generaciones de historiadores e incluso de simples aficionados a la disciplina, ya que sus estudios han trascendido lo exclusivo de la materia. El bonaerense falleció en Berkeley, donde residía (era profesor emérito de la Universidad de California) desde 1967. Doctorado en Historia y Derecho en la Universidad de Buenos Aires, Halperín Donghi ejerció la docencia en la Facultad de Filosofía y Letras entre 1955 y 1966, en la Universidad Nacional del Litoral, en la que se desempeñó como decano, y en universidades estadounidenses, como las de Oxford y Berkeley.
Se lo puede definir como un distinguido escritor y estilista que logró construir una abundante y erudita obra historiográfica en la que se destacan títulos como Revolución y guerra: formación de una elite dirigente en la Argentina criolla, en el que reconstruye la trama de relaciones entre el poder político, el económico y el militar de las primeras décadas del siglo XIX y retrata las vicisitudes de una elite política creada y recreada por la guerra y la revolución independentista en el Río de la Plata; Historia contemporánea de América Latina, en el que elabora una historia conjunta de Latinoamérica que se distancia de las historias nacionales; El revisionismo histórico argentino; La democracia de masas y La República imposible. Hijo de un profesor de latín y una profesora de español, desde los inicios sus trabajos tuvieron un tono decididamente irónico y políticamente incorrecto. De hecho, no dudó de la imperiosa necesidad de trabajar sobre ciertas temáticas que para algunos sólo pertenecen a la crónica o el periodismo. Por ejemplo, en La lenta agonía de la Argentina peronista se refiere a la desarticulación del Estado benefactor, la guerrilla, las diversas etapas del peronismo, las dictaduras y las democracias.
El historiador y politólogo Gerardo Caetano tuvo la oportunidad de conocerlo partir de diversas conversaciones y encuentros. Generalmente se reunían en la casa de Juan Oddone y Blanca Paris, “sus grandes anfitriones uruguayos”. Consultado por la diaria, Caetano lo definió como “un maravilloso historiador que tenía rasgos muy característicos: fue un hombre extraordinariamente irónico y sarcástico, además de contar con una inteligencia prodigiosa”. Recordó que Halperín nunca se enamoró de las ideas, actitud que cataloga como una virtud fundamental para un historiador “de raza, como él mismo era”. Caetano sostuvo que no sólo fue un erudito, sino también alguien con una capacidad absolutamente extraordinaria para interrogar a los documentos. “Esto, muchas veces, lo condujo a forjar una capacidad demoledora respecto de las visiones muy afirmadas”, apuntó.
Pensador y letrado
Caetano recordó que era un crítico implacable, portador de un discurso que demandaba una lectura muy exigente, e incluso considera que sus hipótesis nunca dejaban cómodos a los lectores. “Cuando él percibía que sus hipótesis instalaban al lector, inmediatamente lo desinstalaba; lo mismo sucedía cuando hablaba frente a un auditorio”, contó. Dijo que no fue una casualidad que, además de los Oddone, su interlocutor para conocer Uruguay haya sido Carlos Real de Azúa. A pesar de que Real de Azúa falleció en 1977, cree que ambos tenían un parentesco en el modo de pensar, de escribir, de reflexionar.
El uruguayo citó como ejemplo de la férrea integridad intelectual del historiador argentino la particularidad de que en sus ediciones y reediciones cambiara de modo sustantivo sus hipótesis, sin ningún tipo de resquemor. “Recuerdo la crítica feroz que hacía a su primera edición de Historia de América Latina, en la que afirmaba que a él nunca lo había convencido la versión que escribió en 1970. Pero también era un demoledor de visiones militantes. Tenía ideas y convicciones muy fuertes, y quería mucho -y le dolía- su país, aun cuando no lo pareciera. Era un antiperonista y antirrevisionista furibundo, pero también demolía a la oposición peronista. Era increíble cuando, ya octogenario, no cesaba de discutir todo. Era alguien muy poco concesivo. Viéndolo discutir y narrar, uno encontraba ese enamoramiento con el genio. Yo realmente admiraba muchísimo a Halperín, y aun de las cosas con las que no estaba de acuerdo aprendía”.
Evocó el importante capítulo dedicado al artiguismo en su recordado Revolución y guerra, distinguido bajo un título muy sugestivo: “La otra revolución”. Considera que la lectura de Halperín es imprescindible, incluso en lo que tiene que ver con su rol público vinculado a la discusión de los grandes asuntos de la historiografía latinoamericana. “Tenía una dimensión de intelectual mundial como pocos historiadores del continente. En las últimas décadas, su nombre se ha vuelto insoslayable no sólo para comprender mejor la historiografía, sino también para entender la cultura. Por eso, personas que no se han dedicado a la historia, como Beatriz Sarlo, lo consideran un referente fundamental”.
Halperín Donghi valoró la pregunta sobre la respuesta, y probablemente, a partir de su autoconciencia, de su modo particular de interrogar a la propia historia, suscitó que su obra se convirtiera en un hito en la conciencia latinoamericana.