Pocos trabajos hay con tanta mitología arriba como el del farero. Metáfora radical de la soledad y de la contemplación silenciosa de la naturaleza, los fareros suelen permanecer semanas por su cuenta, en actividades monótonas generalmente llevadas a cabo en islas y rincones apartados de cualquier tipo de población. El destello expone el caso de Horacio Pereira, un marino de 42 años a quien, como forma de retiro por sus trabajos brindados a la marina, se le encomendó la custodia del lejano faro de la Isla de Lobos. Cada dos semanas deja a su familia y pasa sus días con la única compañía de los lobos marinos y su compañero de trabajo.

A partir de este primer cordón temático se podría suponer que la película trata de hacer una especie de docu-retrato de este hombre y su particular oficio, pero Gabriel Szollosy le sigue el tranco más allá de la isla y registra la vida familiar de Horacio, revelando un contexto de pobreza en el que dignamente él y su esposa intentan sacar las cosas adelante. Lejos de los devaneos filosóficos de un hombre imbuido en las cavilaciones solitarias que le confiere el oficio, el sueño de Horacio -el “sueño del pibe”, dirá- es más bien sencillo: levantar en su casa un taller de reparación de máquinas de coser (actividad a la que se dedica su esposa) que les permita tener un ingreso fijo que pueda asegurar el porvenir y bienestar de su hija.

La búsqueda de concreción de este humilde sueño llevará a Horacio a anotarse en las fuerzas de paz de la Organización de las Naciones Unidas en Congo, donde podría sacar una tajada mucho más importante que la que le brinda su trabajo, e invertir en la remodelación de su hogar. De esta manera, el film se tornará no sólo un viaje prospectivo de Horacio sino una senda hacia sus orígenes, los de su abuelo, que llegó a Uruguay en condición de esclavo, luego de ser capturado en el país al que el protagonista decide embarcarse.

El póster de la película anuncia “Un cuento épico sobre la lucha de un hombre contra generaciones de pobreza”. En este punto, es cierto el enfoque de la repetición de la pobreza en varias generaciones: en alguna medida, El destello no sólo es un film sobre Horacio sino sobre ese abuelo que fue traído desde África, esa madre a la que entregaron como limpiadora con cama, ese padre peón que murió ahogado mientras trataba de cruzar un río, esos niños congoleses con los que se identifica y esa rueda de repeticiones en cuyos rayos el protagonista trata de poner un palo, para que su hija estudie y no tenga que vivir lo mismo que sus antepasados.

El problema con El destello es que estas historias funcionan por separado, pero no llegan a engancharse del todo bien. Parecería, en todo caso, que guarda en sí misma tres o cuatro cortometrajes que podrían haber funcionado estupendamente bien, pero que en su encadenamiento restan más de lo que suman. Ante tal apreciación, en lo primero que se podría pensar es en un error de edición, pero en El destello parece haber más bien un problema de escritura; en particular, de definición de la historia que se quiere contar y de los medios para contarla. La filmación también es un tanto irregular, con algunos zoom in algo erráticos, combinados con otras escenas en las que la banda sonora y el movimiento de cámara calza justo, y otros en los que su colocación parece medio desubicada. A decir verdad, hay buenos momentos en El destello, como la caminata de Horacio con la linterna-tubo lux a cuestas en la inmensidad del anochecer de la isla, el travelling de su hija andando en bicicleta, o la anécdota sobre su padre y la experiencia de naufragio narrada en off mientras se lo filma cruzando un puente con su Vespa. Incluso, Horacio por momentos muestra buenas facultades narrativas, lo que lo alejaría de aquellos personajes de documentales sobre los que hay que comentar, más que hacerlos hablar. Son de destacar algunas otras licencias interpretativas/poéticas: en el comienzo, por ejemplo, esa luz que pasa por los ojos gigantescos de Horacio, que cabría pensar que es la del faro, en realidad es la del optometrista; en varias ocasiones se muestra cuando le toman la presión, lo que por un instante evoca las pulsaciones del faro, esos pasos cíclicos de luz rebanando la oscuridad.

El problema es que ninguno de estos recursos o momentos de intensidad emocional (casi quedaba fuera de mención el momento de la charla de Horacio con los locales de Congo) parece encastrarse emocionalmente con el siguiente, y termina quedando un batiburrillo de sensaciones, estilos y acontecimientos que pierden el efecto que podrían haber tenido si hubieran sido organizados de otra manera, o reducidos a un menor número, para ser abordados con mayor profundidad. En el registro de la soledad de la Isla de Lobos había algo: la inmensidad abandonada del lugar, la extraña e íntima relación con su compañero de trabajo (la escena de la cena, inundada por una risa constante e incomprensible, recuerda a la casi media hora de cena de Navidad entre los españoles de un barco de altamar que aparecía en Vikingland, de Xurxo Chirro, 2013). La historia de repeticiones también, algo que por momentos parecería ser fiel a esa pulsación mecánica del faro, esa repetición de sucesos que marca la vida del protagonista y su familia. También la enfermedad o patología de Horacio se toca tan de costado que llega a resultar difícil entender realmente de qué se trata, y eso de lo que suele hablar preocupada su mujer tampoco se entiende del todo.

Un elemento a comentar es que en el cine nacional de los últimos años, quizá debido a la coincidencia de procesos de producción, ha habido temáticas y escenarios comunes. En Solo (Guillermo Rocamora, 2014), la escena en la base uruguaya de la Antártida se corresponde en el escenario con El hombre congelado (2014), de Carolina Campo Luppo, que marcaba el contemplativo y gélido registro de la travesía de la directora a las tierras del sur. A su manera, los visos cinematográficos propios de la ficción que en algunos momentos aborda El destello que también comparte escenario con la Isla de lobos de Manual del macho alfa, de Guillermo Kloetzer, 2014) coinciden con las bajadas a un tono antropológico y documental de Solo en estos retratos de hombres del Ejército intentando algo que quiebre las eternas repeticiones de sus vidas. Quizá sólo por casualidad las tres son películas que tienen elementos interesantes pero les falta algo, un coagulante, para convertirse en algo más. De esos casos en los que el todo es menor a la suma de sus partes.