La edición de este libro coincidió con el centenario del natalicio de Octavio Paz, pero se destacó respecto de otras biografías y libros celebratorios por la firma de su autor, el periodista Enrique Krauze.

Krauze, cuyo nombre fue repetido últimamente en la prensa mundial a causa de su aversión al humor del fallecido Roberto Gómez Bolaños, fue mano derecha (en todos los sentidos) de Octavio Paz en la revista Vuelta y es uno de los intelectuales neoliberales (aunque prefiera definirse sólo como liberal) más articulados y poderosos de Hispanoamérica, y una figura de opinión muy polémica en su país natal, donde es, entre otras cosas, parte del consejo de administración del gigante multimedios Televisa. Pero sobre todo es un testigo privilegiado del accionar de Octavio Paz en la cultura mexicana, ya que colaboró con el poeta y ensayista durante 20 años, acompañando el proceso que lo llevó de ser un entusiasta revolucionario en la década del 30 a volverse una voz conservadora -otro enamorado de la palabra “liberal”- en la década del 90, cuando él y Krauze fueron tal vez los principales soportes intelectuales de la revolución privatizadora de Carlos Salinas de Gortari.

La construcción de ese Paz -que no fue un mero artista, sino un actor decisivo para México y una encarnación casi perfecta del intelectual como personaje social y político propuesta en el siglo XX- es el tema del libro de Krauze, y no su arte. Sus libros, salvo ensayos como El laberinto de la soledad o El ogro filantrópico, desfilan sin grandes detalles por el texto, que se centra en la relación de Paz con su país y con las grandes familias ideológicas del siglo pasado.

De alguna forma, Paz se convirtió, junto a Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes, en una figura maldita para una izquierda intelectual latinoamericana que en algún momento los tuvo entre sus filas y luego los vio rebelarse y volverse feroces críticos de los mayores tótems de esa izquierda. Como tales, se transformaron en figuras odiosas a las que ni siquiera se les reconoce la calidad de su obra estrictamente literaria. Paz era mayor que Vargas Llosa y Fuentes, y su distanciamiento de las ideas de la izquierda latinoamericana fue previo al enamoramiento de ésta con la Revolución Cubana y su imaginería. De hecho, el anticomunismo de Paz -o, para ser específico, el antiestalinismo- se originó a partir de la brutal represión del Partido Obrero de Unificación Marxista, un pequeño partido de izquierda catalán, por parte de los comunistas en la Guerra Civil Española, el mismo hecho que apartaría a George Orwell de los partidos marxistas.

Sin embargo, no es la némesis de los partidos comunistas latinoamericanos quien emerge de este libro, sino alguien con muchos más matices. Krauze guarda en todo momento cierta distancia emocional respecto de quien fue su amigo y mentor, y su evidente admiración por Paz no desvirtúa una mayor necesidad de seguir los procesos ideológicos del poeta que de simplemente halagar su memoria. El objetivo parece ser demostrar que Paz era una mente demasiado compleja para simplificarla con rótulos definitorios, y resalta particularmente -como para recordárselo a sus críticos marxistas- las no pocas ocasiones en las que asumió posiciones críticas próximas a las de la izquierda, como durante las protestas estudiantiles de 1969 y la matanza de Tlatelolco, o el advenimiento de las dictaduras en el Cono Sur en la década del 70.

En todo caso, el libro, escrito con una prosa tan ágil y diáfana que las hojas vuelan, es un excelente ejemplo del rol -o los roles- que podía ocupar un intelectual hasta hace muy poco tiempo. Muerto en 1998, esta biografía lo muestra como un hombre de su tiempo. Es decir, un hombre de otro tiempo, que se aleja de la velocidad de las revoluciones actuales.