La tapa de Viajes. De la Amazonia a las Malvinas muestra a su autora, Beatriz Sarlo, parada frente a la cámara. Atrás, una vivienda, una mujer a caballo y un paisaje de sierras que bien podría pertenecer al norte argentino o a Bolivia. Es una foto de los años 60 que ilustra muy bien una de las características del libro: el ajuste de cuentas de una mujer de 72 años con su pasado militante en la izquierda radical en los años 60 y 70. Este nuevo texto de Sarlo es un ensayo, en el sentido de un experimento, que alterna entre la autobiografía, el diario o memoria de viaje, la escritura académica y la reflexión teórica.

Sarlo se hizo conocida para el gran público argentino cuando en 2011 aceptó participar en el programa 678 (TV Pública), identificado con el oficialismo kirchnerista, y hasta se convirtió en trending topic en Twitter. La publicación de su libro La audacia y el cálculo. Kirchner 2003-2010 (Sudamericana, 2011) y los medios en los que trabaja como columnista (La Nación, Radio Mitre y la revista Noticias) hicieron que fuera identificada con la oposición en medio de la batalla provocada por la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Pero lo cierto es que Sarlo siempre fue una intelectual crítica (por izquierda) del peronismo, al que conoce bien y del que dio cuenta en su libro La batalla de las ideas. 1943-1973 (Ariel, 2001), tomo VII de la Historia del pensamiento argentino, escrito en colaboración con Carlos Altamirano.

Detrás de cámaras

Pero el personaje mediático, capturado por la polarización de la política argentina, no haría justicia con la obra de Beatriz Sarlo, una intelectual que ha escrito libros importantes para el análisis de la cultura, la literatura y la sociedad que son referencia aquí y en varias universidades del mundo. Inició su carrera en los años 60. En 1965 era estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA) cuando la Editorial Universitaria de Buenos Aires (Eudeba) ofrecía un trabajo para un estudiante. Para Sarlo su entrada a la editorial fue un “momento decisivo” en su vida, según recordó en un texto publicado en Clarín en 2006, porque conoció al editor Boris Spivacow, gerente de Eudeba, y luego, a raíz del golpe de Estado de Juan Carlos Onganía en 1966, creador del Centro Editor de América Latina (CEDAL). La editorial mantuvo su actividad entre 1966 y 1995, sobrevivió a la persecución de la dictadura y siguió viva en democracia, pero su destino estaba unido a su gerente, que, de hecho, murió un año antes de su cierre definitivo.

En los años 70 Sarlo permaneció en Argentina. Desde 1978 dirigió la revista Punto de Vista, un proyecto que proponía discutir los cruces entre política, cultura y sociedad en plena dictadura militar. La revista adelantó debates, promocionó la obra de investigadores como Pierre Bourdieu y Raymond Williams y analizó la obra de creadores como WS Sebald y Juan José Saer, antes de que las modas intelectuales los pusieran en boca de todos (los académicos). En 2008 Sarlo decidió cerrarla, después de 30 años de actividad ininterrumpida, porque había terminado un ciclo para ella y para la revista, pese a que el proyecto todavía se mantenía económicamente con la venta por suscripción, además de en quioscos y librerías. En los 80 publicó, junto con Carlos Altamirano, libros fundamentales como Conceptos de sociología literaria (1980), Ensayos argentinos: de Sarmiento a las vanguardias (1983) y Literatura y sociedad (1983). Este último es un manual con introducción, notas y selección de textos de la pareja Sarlo-Altamirano, publicado en la colección Biblioteca Total del CEDAL. En ese pequeño manual se podía leer, en español, un artículo de Pierre Bourdieu de 1971, cuya obra empieza a generalizarse en español una década después, por medio de editoriales españolas como Anagrama.

Los viajes de Sarlo

Viajes es un ensayo en sentido estricto, un experimento narrativo en el que Sarlo alterna entre la autobiografía, el diario de viaje, la crónica y la reflexión teórica. Pero el híbrido tuerce la balanza a favor de la literatura, en desmedro del aparato erudito, y por esa razón el libro tiene una sección abultada de “Notas” al final, como para que ese conjunto de referencias bibliográficas y digresiones no entorpezca la lectura. No es la primera vez que Sarlo asume la narración como estrategia en sus ensayos académicos. Una prueba de ello es La máquina cultural: maestras, traductores y vanguardias (Ariel, 1998), en el que Sarlo confesó haber intentado asumir la voz y el punto de vista de Victoria Ocampo, mujer de la oligarquía argentina que dirigió y fue mecenas de la revista Sur. El libro, de hecho, era una colección de tres fragmentos, la historia de una maestra de fines del siglo XIX, Victoria Ocampo y la vanguardia de los años 60 en Córdoba, que unidos daban cuenta del funcionamiento de la “máquina cultural” en Argentina.

Algo de esa fragmentación también aparece en Viajes, aunque sigue una estructura retórica aparentemente clásica: dos capítulos, “El salto de programa” y “Las libretas perdidas”, ofician de introducción y conclusión, apertura y cierre del discurso. Luego Sarlo hace un breve pasaje por su infancia en el capítulo siguiente, “El viaje original”, y salta después a los años 60 en los cuatro capítulos siguientes: “Santitos en la puna” (San Juan de Oros, Jujuy), “Bajar a la mina” (Mina de Oruro, Bolivia), “Entre los jíbaros” (Amazonas) y “Hacia el futuro del pasado” (Brasilia). Finalmente, Sarlo da un salto brusco y pasa al presente en su relato sobre su viaje a las islas Malvinas en 2013, con el fin de cubrir para La Nación el plebiscito en el que los isleños decidían si permanecían en el Commonwealth o pasaban a formar parte del territorio argentino. El hilo conductor de estos viajes es la vida de Beatriz Sarlo.

El capítulo que abre el libro funciona como un texto introductorio en el que se formulan ideas teóricas; se trata de una explicación de lo que para ella es un viaje, la búsqueda de la “intensidad de la experiencia”, y lo que para ella es un “salto de programa”, es decir, algo que “asalta de modo inesperado y original” (pág. 13). Sarlo distingue este tipo de viaje, que sólo pueden hacer aventureros e intelectuales, del viaje turístico. De esta forma identifica el turismo con la producción en serie, con la industria, con lo planificado, con las masas, mientras que el salto de programa está asociado a la “anomalía”, la discontinuidad, la indeterminación y el turismo de elites. El salto de programa, afirma, “es una producción del viajero mientras viaja” (pág. 28) y tiene una dimensión elitista porque depende de los “instrumentos culturales puestos a disposición de la experiencia” que no están vinculados necesariamente, según su “teoría”, a los que tienen más dinero (pág. 28). Por último, Sarlo afirma que los viajes que pasará a relatar son “de aprendizaje” y aclara: “no son simplemente recuerdos, sino las formas en que la experiencia me modificó en cada momento” (32). Con esta reflexión evita que su libro sea catalogado como un mero anecdotario de sus viajes y le da un tono autobiográfico.

Y como toda autobiografía, Viajes está marcada por el presente de enunciación, por el momento en el que un autor narra el pasado. Este aspecto es notorio sobre todo en los capítulos sobre sus viajes por América Latina, en los que el desencanto político del presente la lleva a cuestionar duramente, hasta el sarcasmo, su pasaje por la izquierda radical y su búsqueda inocente de una América Latina obrera y revolucionaria. El desencanto se expresa a veces en títulos irónicos como “Santitos en la puna”, en el que juega con el doble sentido de las figuras de santos que encuentra en la iglesia de San Juan de Oros (Jujuy) y la peripecia de aquellos “santitos” de ciudad que decidieron apunarse solamente para llegar hasta allí y tomar contacto con la verdadera América Latina. En el capítulo siguiente Sarlo asume un discurso ácido sobre las expectativas del grupo de jóvenes izquierdistas al que perteneció: “Empiristas ingenuos, pensábamos que ver era conocer. Aunque parezca una caricatura, no había mediaciones entre una teoría general del imperialismo y de las clases dominantes y las particularidades concretas en medio de las que avanzábamos como turistas ideológicamente automáticos: cuanta más pobreza encontrábamos, más cerca nos creíamos de la clave que perseguíamos en el viaje” (pág. 99). Por momentos, en el capítulo sobre su viaje por el Amazonas, Sarlo abandona la crueldad con la que describe e interpreta su juventud militante para dar lugar al discurso antropológico. En el capítulo “Entre los jíbaros” reconstruye, con información de artículos académicos, su contacto con una tribu de jíbaros en algún lugar de la frontera entre Perú y Ecuador. Aun así califica la actitud de aquellos jóvenes como “voluntarismo americanista” (pág. 115).

Por eso el capítulo “Una extranjera en las islas”, que relata su estadía en las Malvinas, funciona como fuerte contraste con el nacionalismo argentino y esta ideología americanista que guió sus viajes durante los 60. Sarlo ofició de cronista para el diario La Nación y cubrió el plebiscito de 2013, promovido por el gobierno local, en el que los isleños decidían si seguían bajo la administración británica o volvían a formar parte del territorio argentino. Más de 90% de los isleños participaron en el plebiscito y el resultado fue aplastante a favor de continuar bajo bandera inglesa. El viaje puso a Sarlo en un lugar incómodo, por ser una periodista porteña con quien los lugareños se negaban a hablar mucho o entrar en confianza. En parte el capítulo es el relato de cómo Sarlo intentó zafar de su extranjería para poder conversar con los kelpers y de cómo éstos la hicieron sentir una “periodista de Buenos Aires”. Tal vez la indiferencia de los kelpers haya removido a Sarlo, porque en 2012, al cumplirse los 30 años de la guerra de las Malvinas, ella y otros intelectuales argentinos cuestionaron la política del gobierno e instaron a debatir el asunto desde una óptica distinta, contemplando el derecho de los kelpers a decidir sobre sus asuntos.

Viajes termina con un capítulo que revela algunos aspectos del libro que no conviene adelantar en una reseña. En algún sentido el libro se define por lo que es y por lo que no es. Viajes no es una autobiografía, pero Sarlo narra retrospectivamente algunos hechos de su historia personal. Tampoco es un diario de viajes, aunque ponga a disposición algunas anécdotas e incluso una crónica de su estadía en las islas Malvinas. Finalmente, no es una teoría de los viajes, sin perjuicio de las múltiples reflexiones teóricas, sobre diversos temas, dispersas en el libro. En definitiva, el experimento de Sarlo es su propia escritura, que es literaria, que se mueve en varios registros discursivos (autobiográfico, teórico, narrativo) y no es de lectura “fácil”. Sarlo escribe bien, con oficio, y hace de eso una reivindicación, un gesto de disidencia respecto de las “mayorías”, una apuesta a autoconstruirse como una intelectual crítica. En ese ir a contracorriente despierta amores y odios como los que generó su antiperonismo militante. Pero en honor a la riqueza de su escritura y a los casi 50 años de trayectoria, haríamos bien en leer Viajes sin el balde en la cabeza.