Ya no vale la pena volver a señalar el buen estado de salud de la televisión mundial, o al menos la del primer mundo, porque es algo sabido. Es mejor limitarse a destacar las mejores novedades de 2014, que fueron varias y buenas.

Es posible señalar dos tendencias en la televisión del año que termina. Una es la cada vez mayor proliferación de estrellas de cine en programas televisivos; ya no es la presencia de uno que le dé prestigio a una serie, sino en algunos casos todo el elenco principal, incluyendo nombres que están en su mejor momento de popularidad cinematográfica (Matthew McConaughey, Martin Freeman, Clive Owen). Quizá no haya una señal más fuerte del prestigio actual de los productos televisivos. La otra tendencia, menos simpática, es el ingreso en malón de las series de superhéroes. A las ya presentes se agregaron al menos tres más (Gotham, Flash y Constantine) que, aunque no son malas, parecen haber retrasado el reloj y ofrecido un estilo narrativo más propio de dos décadas atrás. Pero no es sobre ellas que vale la pena hablar.

Entre lo seleccionado no hay series rioplatenses o siquiera de habla hispana. ¿Esto se debe a algún prejuicio? No; por desgracia, la televisión en nuestro idioma sigue sin darse cuenta de esta revolución cualitativa que ya lleva más de una década en el hemisferio norte, y, salvo honrosas excepciones, sigue siendo en general una porquería insultante para los espectadores, con la que nos divertiríamos un poco si tuviéramos que hacer una lista de lo peor de la televisión (en la que, sin duda, entraría cierto programa de clones cantantes, tanto en su versión local como en la argentina). Y, para peor, se murió Chespirito.

Pero aquí está lo que consideramos lo mejor de 2014 en términos televisivos. Ojalá que sean continuadas o que sean sustituidas por productos aun mejores.

Happy Valley (BBC One): Si el intensísimo director británico Mike Leigh (Secretos y mentiras, Naked) decidiera hacer una serie televisiva, seguramente el resultado sería algo muy parecido a Happy Valley. Presentada como un policial, la serie tiene muy poco interés en términos de intriga o acción, pero el caso -el rapto de la joven hija de un empresario, planificado por un subordinado celoso del éxito de su amigo- es, además de muy similar al de la película Fargo, una simple excusa para sondear las distancias entre las clases sociales de una pequeña comunidad inglesa y descubrir los abismos de angustia escondidos detrás de un entorno idílico. Todo es chocantemente realista y duro en Happy Valley, y el efecto se logra gracias a unos desempeños absolutamente excepcionales de su elenco (algo habitual en la televisión británica pero realmente notorio en esta serie), en el que se destaca la impresionante Sarah Lancashire.

True Detective (HBO): Tal vez sea el primer ejemplo televisivo de weird fiction, subgénero actual que se caracteriza por el entrelazado indefinido de varios géneros a la vez. En este caso el formato es -como ya lo indicaba el nombre- el del policial noir, pero a medida que la serie fue avanzando, se introdujeron elementos metafísicos próximos al horror lovecraftiano y al drama existencial. Además, es una serie en la que la fotografía y la edición tienen un rol esencial (todavía se está hablando de un extenso plano secuencia que sería la envidia de Orson Welles) y en la que dos estrellas de Hollywood como Matthew McConaughey y Woody Harrelson se sacan chispas.

Last Week Tonight with John Oliver (HBO): El espacio de John Oliver -un comediante inglés veterano de la serie Community y de The Daily Show, junto a Jon Stewart- es casi un nuevo género por sí mismo: un programa de infotainment que realmente informa. En tan sólo una temporada Oliver y su equipo de producción se las arreglaron para volver arcaicos tanto los espacios de comentarios jocosos de noticias a lo Stewart o Stephen Colbert, como los programas de información supuestamente serios pero de aproximaciones parciales, subjetivas y livianas de los problemas que tratan. En bloques de no más de 20 minutos Oliver disecciona asuntos serios con una enorme cantidad de información objetiva entrelazada con un sentido del humor que por momentos desborda furia y opinión comprometida. En nuestras latitudes fue muy difundido -en pleno Mundial- su informe sobre la conducta mafiosa de la FIFA, un informe claro, transparente e indignante, de una contundencia que el periodismo serio rara vez alcanzó al referirse al tema.

Rick and Morty (Adult Swim): Tiene grandes posibilidades de ser la serie animada de los próximos años; no se trata de una crítica social con el filo de South Park, ni del delirio poético de Adventure Time, ni de la excelente construcción dramática de The Legend of Korra, simplemente es graciosísima. Presentada por sus creadores como una mezcla de Los Simpson y Futurama, en realidad Rick and Morty es otra cosa: dos personajes claramente inspirados en Doc y Marty de Volver al futuro (pero que en este caso son abuelo y nieto) viven innumerables aventuras de ciencia ficción en las que el alcohólico Rick arrastra a su asustadizo nieto Marty a las situaciones más peligrosas y extravagantes, en las que generalmente lo manipula descaradamente para que corra riesgos en lugar de él. Completamente amoral, grotesca (los monstruos galácticos generalmente tienen testículos en los lugares mas inesperados) y algo guaranga, Rick and Morty no tiene valores artísticos que la validen más allá de su ágil y creativa animación, pero es tan divertida que eso no importa mucho. Aún no existe versión doblada al español, pero la dubitativa y gaseosa voz original de Rick vale de por sí la serie.

Fargo(FX): Parecía una idea malísima a priori: continuar el clima y las locaciones de la mejor película de los hermanos Coen, pero sin los hermanos Coen detrás de las cámaras y los guiones, ni ninguno de los integrantes del elenco de aquella obra genial. Sin embargo, el guionista Noah Hawley se las arregló para recrear -con una historia independiente de la del film- el mismo ambiente de calidez humana atravesada por el absurdo de la violencia y cierto humor surrealista que habían conseguido los Coen. Otra serie filmada en forma bellísima, pero cuyo principal valor es un elenco estupendo en el que brillan rostros conocidos de la pantalla grande (Martin Freeman, Billy Bob Thornton), junto a debuts deslumbrantes (Alison Tomlan, Colin Hanks).

Penny Dreadful (Showtime/Sky): Es complicado cuando uno quiere destacar una serie y lo primero que se le ocurren son críticas de todo tipo, pero es lo que pasa con la extremadamente irregular pero por momentos brillante Penny Dreadful, una serie gótica hasta la médula que combina vampiros, monstruos de Frankenstein (el plural es porque hay más de uno), hombres lobos, mujeres poseídas por demonios y una buena carga de sexo. Muy mal armada en su totalidad -y por lo tanto incómoda de ver en maratones de varios capítulos-, Penny Dreadful (nombre proveniente de las revistas de fantasía baratas del siglo XIX) se deja ver con agrado gracias a lo poco convencional de su aproximación al horror y la aventura, y por una Eva Green tan intensa y atractiva como de costumbre.

The Leftovers (HBO): Mediante una historia sobrenatural que puede o no tener ribetes religiosos (2% de la población ha desaparecido súbitamente sin que la ciencia tenga explicaciones de ningún tipo), ésta era la gran apuesta de HBO para quedarse con el público potencial de consumidores de misterios persistentes como los de Lost o Les Revenants. Sin embargo, la serie no funcionó tan bien en su carácter de muñeca rusa con secretos dentro de secretos, y sí como un estudio de las distintas reacciones de las personas ante las pérdidas de los seres queridos y el absurdo. El hecho de que trate de personajes desaparecidos sin que nadie dé una respuesta cargó a The Leftovers de connotaciones políticas siniestras (de las que los responsables de la serie tal vez no sean conscientes) en estas latitudes.

The Knick (Cinemax): En términos cinematográficos sólo True Detective es comparable a los logros, más delicados pero no por ello menos deslumbrantes, de The Knick. No es casualidad que ambas hayan sido concebidas como series de autor en las que la temporada íntegra es dirigida y guionada por los mismos responsables. En el caso de The Knick, serie ubicada en un hospital neoyorquino de 1900, el artífice no es otro que Steven Soderbergh, un cineasta cuya carrera ha alternado entre la experimentación más dura y los encargos profesionales (con algunas obras a medio camino entre ambos extremos). En ella se siguen los avances del arrogante cirujano Thackery (un brillante Clive Owen), uno de los mejores antihéroes de la televisión contemporánea, y su lucha para salvar vidas y/o satisfacer su ego, en una historia exquisitamente escrita y filmada que no se parece a ninguna de sus contemporáneas. Extrañamente, los logros de The Knick no han sido muy reconocidos en los resúmenes de lo mejor del año televisivo, tal vez por su distanciamiento y sutileza, o tal vez porque ni los críticos están acostumbrados a ver tanto cine puro en la pantalla chica.

Cosmos: A Spacetime Odyssey (PBS): No era fácil ponerse los zapatos del gran Carl Sagan y su maravilloso programa televisivo sobre el universo y sus misterios, una auténtica gema de conocimiento serio transmitido en la forma más amena y entusiasta posible, pero su discípulo Neil deGrasse Tyson lo consiguió, actualizándolo en forma ideal y consiguiendo un éxito lateral tan importante como la difusión de conocimientos de la serie: ser el primer negro que alcanzó un lugar de jerarquía intelectual y científica en la televisión estadounidense.

Review with Forrest McNeil (Comedy Central): Dentro del catálogo de excelencias del canal humorístico Comedy Central, pocas cosas más originales hay que esta nueva serie que parte de una idea simple y brillante: un crítico que no reseña libros, ni películas, ni ninguna obra artística, sino eventos de la vida. Creada y protagonizada por Andy Daly, la serie sigue al absurdamente inocente Forrest McNeil mientras experimenta la vivencia (un poco al estilo del documentalista Louis Theroux) de eventualidades e ítems tan variados como robar, la adicción, el divorcio, ser racista o Batman, para luego calificarlos con un sistema de estrellitas bastante variable (a la cocaína le atribuye diez estrellas sobre cinco cuando está drogado y sólo media estrella tras la rehabilitación, por ejemplo). Un delirio -por ejemplo, McNeil sacrifica su feliz matrimonio sólo para poder calificar el divorcio- que parece limitado en su concepción pero aguantó toda una temporada sin bajar un nivel excelente y generalmente hilarante. Cinco estrellas, por acá.