Extrañamente, no fue su conocida afición a la bebida la que llevó a Joe Cocker a la tumba, sino otro vicio menos notorio, el cigarrillo, que le produjo cáncer de pulmón. Cocker fue uno de los escasos cantantes virtuosos surgidos del blues inglés, aunque su tono distintivamente rasposo no fuera del gusto de todo el mundo. Intérprete enérgico y purista, no aportó canciones propias a la historia del rock, pero arrebató para sí mismo varias a las que les dio su versión definitiva, de las cuales la más famosa fue su versión del tema de The Beatles “With a Little Help From My Friends”, al que convirtió en una epopeya emocional que jamás hubiera imaginado Paul McCartney. En 1969 fue una de las figuras estelares del recital de Woodstock, y su figura convulsiva en el escenario se volvió tan icónica como los remolinos de brazo y saltos de Pete Townshend o los bailes gesticulantes de Mick Jagger. A principios de los 70, los shows de Cocker y su banda Mad Dogs & Englishmen eran reconocidos en los mejores shows del rock inglés, pero el alcoholismo del cantante, que lo llevaba a colapsar literalmente en escena, arruinó en buena parte sus posibilidades de masividad. Durante el resto de los 70, Cocker siguió siendo un artista relativamente exitoso, pero acosado por sus demonios adictivos y con una imagen irregular y poco confiable.

Sin embargo, en los 80, dos canciones -“Up Where We Belong” y “You Can Leave Your Hat On”- incluidas en las bandas de sonido de dos películas exitosas, volvieron a recordar el poder de su voz y, ahora ya (más o menos) sobrio y profesional, se convirtió en el blusero favorito de los yuppies. Cocker fue de los raros artistas anglosajones de la generación de oro del rock que visitaron Uruguay en dos ocasiones, una en Maldonado y otra en Montevideo, y ambas performances son recordadas como conciertos de una enorme excelencia vocal e instrumental, junto a muchas conjeturas acerca del estado etílico del cantante. Datos laterales de una leyenda de la que nos queda, más que nada, una espléndida voz.