La mayor sorpresa de la última entrega de los Globo de Oro fueron los dos trofeos -Mejor Serie de Comedia o Musical y Mejor Actor de Comedia o Musical (Andy Samberg)- para Brooklyn Nine-Nine. No sólo la serie ni siquiera había terminado su primera temporada, sino que además no había conseguido llamar mucho la atención ni del público ni de la crítica, por lo que resultó rarísimo que consiguiera superar a sitcoms (el clásico formato de comedias de situaciones estadounidenses) tan establecidas y populares como The Big-Bang Theory y Modern Family.

La serie es creación de Dan Goor y Michael Schur, responsables de la notable Parks and Recreation, sitcom con la que tiene varios puntos en común. Parks and Recreation comenzó como una suerte de versión más femenina de The Office, estructurada alrededor de la ex estrella de Saturday Night Live Amy Phoeler, y subsistió un par de temporadas sin despertar mayores risas o simpatías. Pero a fines de una segunda temporada endeble, la serie encontró una voz propia al tomarle más cariño a su personaje central: si originalmente la Leslie Knope interpretada por Phoeler no era muy distinta al Michael Scott de Steve Carell -es decir, un personaje necio, egocéntrico, ridículo y vergonzoso para sus subordinados-, Daniels y Shur consiguieron darle una dimensión extra a esta funcionaria pública. Knope podía ser obsesiva, absurda y tonta, pero era también una persona bien intencionada, comprometida con su comunidad y que finalmente conseguía sus respetables objetivos. Casi un modelo de servicio público y una reivindicación de lo que éste implica. Brooklyn Nine-Nine comenzó con las lecciones bien aprendidas de los errores de Parks and Recreation, y maneja con inteligencia los errores y virtudes propios.

De estrellas y satélites

Tal vez lo mejor y lo peor de Brooklyn Nine-Nine sea su principal estrella, Andy Samberg (que interpreta a Jake Peralta). También proveniente de Saturday Night Live, es uno de los comediantes más brillantes que hayan surgido de dicho programa en las últimas décadas. Un hombre extrañamente parecido a un bull terrier (ojos pequeños y oscuros, nariz y boca enormes), que tanto en sus sketchs en Saturday Night Live como en su actividad con la brillante banda humorística The Lonely Island se ha destacado por su siempre asombrosa capacidad para combinar lo genial y lo estúpido, es decir, para ser legítimamente gracioso. Pero su papel en Brooklyn Nine-Nine ha sido a acierto y error: por momentos es realmente descacharrante -sobre todo cuando ametralla con respuestas y observaciones tan impertinentes como delirantes-, pero en otros parece el chico gracioso de una clase de secundaria que no sabe cuándo debería dejar de hacer chistes y de llamar la atención. Por eso, cuando los episodios se centran demasiado en Samberg suelen empalagar y hacerse un poco fastidiosos, algo que hasta el propio actor parece notar, por lo que se lo ve incómodo cuando tiene que enfrentar escenas largas y sin mucho espacio para el delirio. Es, sin duda, un comediante magnífico, capaz de transmitir un enorme entusiasmo y alegría, pero en ocasiones es sobreexigido más allá de sus limitaciones.

Por suerte -después de la revolución que significó para las 
sitcoms la aparición de series como Seinfeld y Arrested Development-, los productores y guionistas del género casi nunca apuestan todas las fichas a una estrella central, como en los tiempos en que toda la gracia dependía de las macacadas que realizara un Bill Cosby o un Robin Williams, y aunque Samberg es el eje de la serie, el auténtico atractivo de ésta depende de los personajes que lo rodean, muchas veces en roles menores pero que progresivamente han ido ganando espacio hasta volverse el secreto de la creciente popularidad de Brooklyn Nine-Nine.

Varios de los papeles de los personajes son algo estereotipados: la detective Amy Santiago (una excelente y expresiva Melissa Furnero) compite con Peralta en efectividad policial, pero sigue disciplinadamente los manuales de procedimiento; Rosa Díaz (Stephanie Beatriz) es una policía eternamente malhumorada y profundamente hostil a cualquier muestra de afecto; Charles Boyle (Joe Lo Truglio) es un detective algo torpe y naïf que suele ser subestimado por sus compañeros a causa de su candidez; Gina Linetti (Chelsea Peretti) es una administradora sarcástica que suele ironizar sobre sus compañeros, a la vez que demuestra una excentricidad cercana a la locura... Todos personajes divertidos pero sin mayor destaque, que funcionan principalmente en su interacción con los otros.

Pero quienes han crecido más en el marco de Brooklyn Nine-Nine, y en cierta forma significan un auténtico cambio en los roles televisivos de los actores negros, son el sargento Terry Jeffords y el capitán Ray Holt. El primero está interpretado por el gigantesco Terry Crews, antiguo jugador de fútbol americano que podría ser una buena opción de protagonista si se quisiera hacer una versión afroamericana de Hulk sin efectos visuales. Jeffords es físicamente imponente, pero luego del nacimiento de sus hijas (que se llaman Cagney y Lacey) sufrió una crisis de autoconfianza respecto del peligroso trabajo en la calle. Es hipersensible, nerviosamente gentil, y es capturado frecuentemente en momentos de gran debilidad o ternura, lo que contrasta fuertemente con su enorme anatomía. Por su parte, Holt (Andre Braugher) es el modelo de policía serio, ultradisciplinado e inescrutable detrás de su rol de autoridad. Pero también es un homosexual casado con un profesor de Antropología de la Universidad de Columbia, y suele moverse en los círculos cultos de la intelectualidad de clase alta.

Ambos personajes son a su manera revolucionarios en la representación televisiva de los hombres afroamericanos, un grupo étnico que en ocasiones se caracteriza por un machismo incompatible con las características de estos personajes. Se puede decir que ambos roles son consecuencia directa de las luchas de la integración, la representatividad y la identidad, pero al mismo tiempo, si algo los caracteriza es la naturalidad de su presentación, por lo que puede considerarse que en cierta forma son personajes posteriores a esas luchas. Ambas figuras -el jerarca policial estricto y poderoso pero gay y el grandulón sensible hasta las lágrimas- podrían fácilmente caer en lo grotesco (alcanza imaginarse lo que haría un guionista rioplatense con dos personajes negros y enormes de esas características), pero no en el marco de Brooklyn Nine-Nine, donde esas cualidades son motivo de humor ocasional, pero nunca son tratadas como excentricidades, sino que son más bien señales distintivas, pero no ridículas, de los personajes, del mismo modo que la erudición del detective Boyle en lo culinario y la afición de la administradora Linetti por la danza. Interpretados por dos actores tan carismáticos como Crews y Braugher, Jeffords y Holt son la auténtica fórmula secreta de Brooklyn Nine-Nine.

Un universo gentil

El principal lazo común entre Parks and Recreation y Brooklyn Nine-Nine es que ambos se mueven en universos carentes de maldad. Por supuesto, hay personajes ocasionalmente crueles o manipuladores, pero entre los principales no hay ninguno que ocupe el rol de un villano o un imbécil absoluto. Esta bonhomía general -que en cierta forma puede ser considerada una forma de respeto- puede empalagar a algunos, pero después de décadas de abusos y personajes presentados con odio por sus creadores, no es malo que una comedia recuerde que revelar con sorna la naturaleza oscura del ser humano no es el único objetivo del humor, y que en ocasiones la gracia puede provenir del simple reconocimiento de los aspectos ridículos pero perdonables de la condición humana. Brooklyn Nine-Nine posiblemente no vaya a marcar un antes y un después en la historia de la comedia televisiva como lo hicieron series como The Office (la versión inglesa) y Arrested Development, pero por el momento es una de las mejores ofertas de comedia pura, liviana pero inteligente, que propone la televisión actual. Suficiente para merecer sus Globo de Oro, y suficiente para darle una oportunidad en un día aburrido.