-Empezaste tu carrera en los 90 con la compañía El Cancerbero. ¿Cómo fue tu recorrido hasta ahora? ¿Cómo era la escena chilena en aquel entonces, y en qué ha cambiado?

-En los 90 había muy pocas escuelas de teatro y muy pocos teatros, por lo tanto, éramos muchos menos actores que ahora. Éramos menos compañías, y en general todos conocíamos el trabajo de los otros, pertenecíamos a una comunidad más pequeña que ahora y más unida. Las posibilidades de salir con nuestro trabajo al extranjero eran casi nulas, a diferencia de ahora, que el teatro chileno tiene mucha participación en los festivales internacionales, en gran parte gracias al trabajo del festival Santiago a mil, que ha abierto las puertas de nuestro teatro al mundo. A pesar de esto, con El Cancerbero sí pudimos viajar un par de veces, pero con un costo de producción altísimo y con nulas ganancias.

-La última vez que estuviste en Montevideo fue como actriz en Neva y Diciembre con la compañía Teatro en el Blanco. ¿Cómo se formó esa compañía? ¿Podrías resumir sus bases estéticas e ideológicas?

-La compañía Teatro en el Blanco la formamos junto con Paula Zúñiga y Jorge Becker en 2005, luego se nos unió Guillermo Calderón en 2006 y con su obra Neva estrenamos nuestro primer trabajo. Surgió por una necesidad muy profunda de todos nosotros de hacer el teatro que nos gustaría ver. Todos estábamos cansados de trabajar como actores en cosas con las que no nos identificábamos profundamente. Teníamos mucho que decir ideológica y teatralmente. Nos planteamos un trabajo de compañía en el que la base estuviera en algo que decir a través de un texto propio, y un trabajo actoral fuerte que defendiera esas ideas en el escenario. Tomamos la decisión de hacer nuestros montajes con muy poco dinero, como una manera de no tener excusas para no desarrollar un trabajo teatral y también como una especie de crítica ante montajes excesivamente caros y débiles en su contenido. Nos interesaba profundamente el trabajo del actor y queríamos acercar la actuación al ser humano, alejarla de virtuosismos formales y fáciles. Devolverle al actor un lugar fundamental en la creación teatral. Actores muy preparados y concentrados, y algo vital que decir…

-Como dramaturga, para La reunión elegiste un tema histórico que cruzaste con elementos de puesta modernos. ¿De qué se trata la obra?

-Para La reunión pensé en ir a los orígenes de nuestra historia latinoamericana, ir al inicio para hablar de nuestros problemas actuales. Como grupo queríamos tocar el tema del poder, del infierno del poder, y entonces se me ocurrió sentar a conversar a la reina Isabel la Católica y a Colón y poder ser testigos de cómo unos pocos deciden el destino de millones. Para situar la obra tomo, como momento, cuando Colón fue tomado preso por la reina por haber abusado de los indios en extremo. En la conversación ella lo culpa de tirano, e intenta expiar sus culpas a través de él. Colón la presiona para que reconozca que siempre fueron cómplices y que le devuelva el gobierno. Ambos intentan quitarse la culpa y cargar toda responsabilidad en los hombros del otro. Sin embargo, son parte de una misma cosa, se necesitan, cada uno quiere algo del otro y su complicidad cruza toda la obra. En La reunión hablo de abuso de poder, tiranía, violencia, fanatismo, fanatismo religioso, corrupción, clasismo, racismo, arrogancia, crueldad.

-Dirigiste otras piezas: Gritos y susurros, Insomnio y Fiesta... ¿Cómo fue dirigir un texto propio?

-Fue una experiencia súper compleja. Por un lado muy orgánica, porque conocía profundamente los contenidos de la obra, pero más difícil por otro lado, porque al escribirla me imaginaba con mucha precisión cómo debía ser actuada y dirigida, y luego, en los ensayos, las cosas cambian, porque el escenario tiene su propia organicidad, y no era necesariamente lo que yo tenía en la cabeza al escribirla. Fue una lucha conmigo misma.

-La reunión fue publicada por la revista Apuntes de teatro y destacada por su “recuperación de una herramienta fundamental de la dramaturgia -el diálogo- y su capacidad para llevarlo al paroxismo”. ¿Cómo fue recibida en general?

-Muy bien. Uno de mis objetivos era escribir una obra con diálogos interesantes y dinámicos; creo que el hecho de ser actriz me ayudó muchísimo para poder sentir cuándo el diálogo tenía buen ritmo y cuándo no. Se ha destacado esto de la obra, lo que me deja muy contenta.

-Tu formación y tu actividad profesional te han llevado a viajar por Latinoamérica y el mundo. ¿Te parece que hay algo así como un teatro latinoamericano?

-Yo diría que sí podemos hablar de un teatro latinoamericano. Obviamente tenemos muchas corrientes y diferencias entre nosotros, pero hay varias cosas en común. Nos unen temáticas y formas de montar y representar. Creo que nuestras temáticas en común y la manera de abordarlas están muy ligadas a nuestra historia en común, tanto en nuestros orígenes como en nuestras historias recientes. Las dictaduras sufridas en Latinoamérica y todos sus abusos son temas que nos unen como creadores. Nuestra pobreza y problemas sociales relacionados con las faltas de oportunidades también son temas en común. Tenemos una rabia compartida, la rabia y la tristeza del colonizado, y eso también hermana mucho a nuestro teatro. Creo que hay una especie de “actuación latinoamericana”… una actuación basada en las emociones, sabemos que somos más “emocionales” que otros pueblos, y, en cierta forma, abusamos un poco de eso al momento de actuar. Confiamos más en nuestras emociones que en un trabajo más analítico y contenido. Creo que esto es nuestro valor, pero también nuestra debilidad. Muchas veces siento que los montajes típicamente latinoamericanos son un poco empalagosos y recargados de emotividad, pero no necesariamente profundos y lúcidos. Por supuesto que no todo es así, pero sí creo que esa concepción de la actuación es un peligro con el cual tenemos que lidiar todo el tiempo. Creo que en Latinoamérica hay montajes muy hermosos por su sencillez. Una precariedad que nos obliga a echar mano de la creatividad más absoluta; eso, sin duda, es uno de nuestros grandes valores.

-En una entrevista mencionaste que la televisión “se comió” a tu generación. ¿Qué relación tenés con ese medio y con el cine?

-Mi relación con la televisión y el cine es buena porque la manejo yo. Creo que lo nocivo es cuando los actores se ponen a disposición de estos medios y pierden totalmente el manejo de sus decisiones y trabajo. Es triste ver a un actor como una marioneta de otros, en la sala de espera de todo, para que lo “elijan” y le den sentido a su profesión. Yo creo en los actores que toman decisiones propias, que crean y definen qué actor quieren ser y para qué. He trabajado en películas y miniseries para televisión y mi experiencia ha sido buenísima. Creo que es, precisamente, porque he decidido hacer esos trabajos con alegría, porque eran cosas muy interesantes para mí. No puedo trabajar en un clima en el que la única motivación es la económica, jamás he podido. Obviamente uno debe ganarse el pan, pero creo que siempre hay maneras creativas e interesantes de hacerlo. Si hay un trabajo en televisión o cine que me resulta atractivo e interesante, entonces no tengo problema en hacerlo.

-En esta época de superabundancia de espectáculos, ¿qué sentido extra tiene el teatro para vos?

-Para mí el teatro sigue teniendo una tremenda importancia. Hoy, más que nunca, es absolutamente necesario. Vivimos entristecidos y muy frustrados, en un mundo que nos aliena cada vez más. El teatro es comunidad. El teatro es reflexión. El teatro es vida y alegría. Los seres humanos necesitamos creer en el hombre y su futuro. El teatro nos devuelve esa posibilidad. Tener a un ser humano viviendo intensamente una experiencia justo enfrente nuestro es un lujo que ningún otro medio nos puede dar. El teatro está más vivo que nunca. Mientras más fuerte sea la visión hipercapitalista y devoradora de la existencia, más necesario va a ser el teatro para recordarnos que la vida del hombre tiene otro sentido.