Al llegar al segundo piso del CCE, nos recibe una enorme hoja Tabaré que anuncia la exposición. Ícono reconocible para cualquier uruguayo, da pistas sobre la tónica y la motivación de esta muestra: un homenaje a la escuela pública uruguaya. Una rápida recorrida poco antes de la inauguración, con la guía de Mrak, permitió a la diaria acercarse a esa Montevideo que aquellos niños (que hoy rondan los 70 años) pintaron y recrearon. Lo primero: la grata sorpresa ante la calidad de los trabajos y la belleza que conservan intacta, sumada al disfrute de un viaje visual por una Montevideo distinta de la actual, con sus calles llenas de gente. Y, por supuesto, la posibilidad de ponernos por un rato en los ojos de esos niños que se maravillaban con las novedades de la época: ómnibus, autos y tranvías.
No es la primera vez que estos dibujos son expuestos. Hace ocho años, a instancias de los arquitectos Jack Couriel y Marta Cecilio, y con la colaboración del también arquitecto Mario Spallanzani, todos ellos ex alumnos de Clavelli y Antelo, se había montado, también en el CCE, una exposición de 60 dibujos de fines de los 50.
La idea inicial era rescatar esta experiencia de Enseñanza por el Arte. Mrak señala que no existe bibliografía sobre el tema ni rescate institucional ni continuación, excepto un video realizado en los 80 por Salvador Azar para el taller Barradas (Tiempo de niños, se puede encontrar en Youtube). En 1936, recién recibidas de maestras, Clavelli y Antelo tuvieron la iniciativa de aunar su doble formación y enseñar artes plásticas en la escuela pública. Empezaron trabajando en Maroñas, en un local que les cedió el Jockey Club, y posteriormente trasladaron la experiencia a la escuela. Partían, según cuenta Mrak, de la rebeldía ante la desvalorización de la que eran objeto los dibujos infantiles, y del convencimiento de la importancia de la enseñanza del arte como una forma de que los niños pudieran ver que hay otros mundos aparte del cotidiano más inmediato.
Ambas eran artistas plásticas. Se habían formado en el Círculo de Bellas Artes con Guillermo Laborde y estuvieron vinculadas con el pintor José Cúneo. Cabe mencionar que esta experiencia se desarrolló en un contexto muy particular, de esplendor de la escuela pública uruguaya y de promoción de la actividad cultural en general. La experiencia de Clavelli y Antelo fue muy exitosa y recibió el beneplácito y el apoyo explícito de la intelectualidad de la época: Juana de Ibarbourou, Emilio Oribe, Jorge Romero Brest y José Cúneo, entre otros, se interesaron por lo que hacían. Este último, desde el Círculo de Bellas Artes, las impulsó a exponer los trabajos de los niños en muestras a las que al principio iban “sólo los amigos”, según recuerda Antelo, pero que fueron llegando paulatinamente al gran público, hasta alcanzar su punto culminante con la muestra en el Subte Municipal, en 1955.
Su trabajo consistía en la enseñanza de artes plásticas en escuelas de la periferia montevideana (sólo en una segunda etapa, en la década del 50, incluyeron también la escuela Cervantes, ubicada en el Cordón, en la actual sede de Magisterio, donde enseñaban historia del arte a los niños de primero a sexto, y en la que Mrak fue alumno de Clavelli). Utilizaban materiales de desecho o muy económicos: pintaban sobre cartón de cajas en desuso y empleaban tierras de colores mezcladas con goma arábiga. Otra característica es que los dibujos no están identificados con el nombre de su autor, ya que, apunta Mrak, “trabajaban como en las catedrales góticas y románicas”, favoreciendo el trabajo en equipo y anónimo: “Más allá de que unos alumnos tuvieran más aptitudes que otros, todos participaban”. La única información que aparece es la edad del autor y la escuela a la que concurría.
Tanto ex alumnos de ambas docentes -algunos de los cuales posteriormente se dedicaron a las artes plásticas, como José Gamarra- como maestras que se formaron con Antelo en el Instituto Normal, hacen énfasis en la capacidad intelectual y, en particular, en la sensibilidad y el amor por la tarea de ambas maestras, y todos coinciden en que la libertad en la creación era uno de sus principios rectores. La propia Antelo sostiene, en el video de Azar: “La creatividad es libre. Si no es libre, no es creatividad”, y agrega que el énfasis debe estar puesto en el maestro como educador. En ese video, Susana y Carlos Mara resumen de este modo el vínculo que se generaba con las docentes: “Ella no era la profesora, era Antelo. […] Cuando llegaba Antelo era una fiesta. Era una niña más grande que venía a jugar… de algún modo, a hacerte feliz”. Susana señala con respecto a las normas sobre el uso de los colores: “Con Antelo el pasto podía ser de cualquier color”.
Aunque la experiencia no se continuó formalmente luego de que se jubilaran sus mentoras (Clavelli en 1970, para luego dedicarse a la colección Oliveras, con la que fundó el Museo de Antropología, que dirigió hasta su muerte; Antelo continuó vinculada al ámbito de la educación hasta ya entrada la década del 90, como inspectora y como docente en Magisterio), en su época fue replicada en escuelas de otros lugares de América e incluso fue adoptada por la UNESCO como metodología para utilizar en el trabajo con niños sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial.
En el CCE se puede ver, además de los 20 dibujos, una serie de elementos que también forman parte de esta experiencia: catálogos e invitaciones a las muestras de alumnos organizadas por Clavelli y Antelo, y un resumen del video del taller Barradas en el que aparecen testimonios de las protagonistas y algunos de sus ex alumnos.
Por otra parte, el interés de la muestra es doble: al disfrute de ver estos dibujos se suma un interés histórico-antropológico, el de acercarnos a la Montevideo de mediados del siglo XX desde la mirada de los niños de entonces. Es interesante, en ese sentido, observar los lugares públicos llenos de gente, y una mirada luminosa sobre una ciudad que se sentía propia.