“Negro, por vos fuimos campeones”, dice Alcides Ghiggia al recordar las palabras de Obdulio Varela. El histórico puntero derecho fue invitado a una tarima del estadio Centenario antes de que se proyectara la película sobre el campeonato.
La jornada comenzó temprano, como cuando se juega un gran partido. En la puerta del estadio ya se escuchaba a Julio Sosa decir: “Permiso, señores”, a Carlos Gardel perseguir la alegre mascarita de “Siga el corso”, y a Chico Buarque entonar su “Vai trabalhar, vagabundo”. En la tribuna se podían ver algunas banderas uruguayas, varias remeras de la selección, veteranos acompañados por niños, un número importante de jóvenes, alumnos del Liceo Jubilar, y un canillita de época que ofrecía diarios -una hoja que reproducía noticias del Mundial, junto a la publicidad de una conocida prestamista-, además de los tradicionales vendedores ambulantes.
Junto con los presentadores, Fito Galli y Victoria Zangaro -quienes, ante la demora, hicieron varias bromas referidas al Carnaval, como: “Es peor que el tablado”-, participó el periodista deportivo de Tenfield y autor del libro Maracaná: la historia secreta, Atilio Garrido. El comunicador describió el momento en el que se dio cuenta de que se debía hacer una película, para la cual se necesitaba dinero. Contó que decidió ir a ver a sus amigos Paco Casal (momento interrumpido por los silbidos de la tribuna) y el Tano Gutiérrez, quienes le dijeron: “Adelante, Uruguay se merece una película de Maracaná”. Garrido se despidió refiriéndose a las hojas de su libro, “impregnadas por el salitre de esas sudestadas” y “por el sol que cae con la imagen de Carlos Páez Vilaró”. Los directores realizaron un breve agradecimiento y aseguraron que antes ya se había hablado demasiado.
De andar lejos
Wilfredo, de 71 años, dice que tuvo la suerte o la desgracia de vivir el maracanazo. Decide ir al estadio porque su hija y la amiga “no saben nada”. Piensa que tal vez vea alguna cosa que no conozca, pero cree que le repetirán anécdotas de las muchas que sabe. Su tío [Juan Carlos Viapiana] fue delegado por Uruguay; por él se enteró de muchas cosas, “contadas en la sobremesa”. Como la de Schubert Gambetta, antes de salir a jugar la final del campeonato: “Cuando estaban por salir del vestuario, donde había unos bancos largos, lo tuvieron que despertar, porque se había echado una siestita. ¡Justo antes de jugar el Campeonato del Mundo! Cuando terminó el partido, mi tío se mandó a los vestuarios. Lo agarró a Gambetta, y le dijo: ‘¿Cómo le va a pegar así a Chico?’. Gambetta le respondió: ‘Pero, escribano, usté sabe: le pegué en Montevideo, le pegué en Chile... si no le pegaba acá, iban a decir que soy un maricón”’.
Wilfredo escuchaba el campeonato con los demás vecinos (tenía ocho años). Cuando los brasileños hicieron el primer gol, les dijo que no se pusieran nerviosos: “Les vamo’ a ganar igual”. “En ese momento, mi viejo me agarró, cruzó dos cuadras y me metió adentro del cine Roxy. En el medio de la película, pusieron: ‘Gol uruguayo de Schiaffino: 1 a 1’. Se prendieron las luces, y se levantó la función. Me fui caminando temeroso, porque para llegar a mi casa había que cruzar lo que ahora es Bulevar España. Pero no pasaba nadie, ni tranvía, ni bicicleta, ni taxi. Con el segundo gol, a mi viejo se le caían las lágrimas, y a mi abuelo... Fue brutal. Mi viejo me llevó a festejar. Joaquín Requena, Maldonado, Bulevar, todo derecho hasta 18 de Julio. Era increíble ver los tranvías parados, con dos o tres personas que se pasaban la damajuana de vino. La gente tomaba, gritaba por Uruguay. Lo del cuarto puesto de esta selección fue un poroto”, recordó.
Cuando llegaba el momento de la proyección, la tribuna se impacientaba. La extensión de los cortos publicitarios luego de anunciada la película provocó silbidos y abucheos por parte del público, ansioso por el comienzo dilatado. Luego de una breve interrupción al comienzo, todos vitorearon los goles y las alegrías como si estuvieran viviendo la final en tiempo real.
La película alterna a los protagonistas uruguayos y brasileños con la situación política y social tanto de Uruguay como del país norteño. Si bien reproduce el mito del 50, sin traslado al presente, Maracaná cuenta con un importante valor documental en cuanto a los archivos recopilados: la visión de los compañeros sobre Obdulio, la huelga y Julio Pérez, y los testimonios de Zizinha y Barbosa, entre muchos otros.
Lo que queda claro es que el triunfo de Maracaná fue el último mito que contribuyó a crear determinada identidad nacional, aunque ya se haya convertido en un mito-monumento. Aunque en el Uruguay de hoy los mitos fundadores caducaron, son caricaturas que continúan en la memoria colectiva. Fue el contexto de pobreza de los jugadores, contrastado con la heroicidad y la lucha, lo que dio lugar al mito.