En ocasión del reciente fallecimiento de Robert Dahl, Adolfo Garcé dedicó una de sus habituales columnas de opinión en el diario El Observador (http://ladiaria.com.uy/UET) a realizar una semblanza del pensamiento de quien ha sido considerado uno de los cientistas políticos contemporáneos más importantes. El entusiasmo con que Garcé recorrió la trayectoria intelectual de Dahl me retrotrajo muchos años atrás, a sus clases de Ciencia Política en la Facultad de Economía, donde por primera vez escuché hablar de este profesor estadounidense.

Sin embargo, tengo la impresión de que la caracterización que Garcé ofreció de la concepción democrática de Dahl quedó incompleta por la omisión de referencias a sus escritos sobre democracia y economía. Las ideas del académico sobre este punto están dispersas en numerosos artículos y condensadas en su libro de 1985, A Preface to Economic Democracy.

Dahl reflexionó sobre las condiciones que debía reunir un sistema económico para generar una distribución de recursos que contribuyera a los objetivos de igualdad política, participación efectiva y control de la agenda pública por parte de todos los ciudadanos. En este sentido, se mostró partidario de una variante de socialismo de mercado, un sistema económico descentralizado basado en empresas de propiedad colectiva y gobernadas democráticamente por quienes trabajan en ellas.

Simpatizó, sin adherir plenamente a ellos, con los argumentos esgrimidos por otros teóricos, según los cuales la democracia en la empresa podría favorecer el cultivo de las virtudes cívicas de los ciudadanos y propiciar una distribución equitativa de la propiedad que se correspondiera con el principio de igualdad política (“una persona, un voto”).

Sin embargo, su justificación más potente se basó en un argumento adicional. Si la democracia se justifica para gobernar el Estado, entonces también debería estar justificada para gobernar las empresas. Quienes critican tal analogía sostienen que existe una diferencia sustancial: alegan que los ciudadanos están obligados a respetar las leyes de un Estado (incluso bajo pena de ser coaccionados a ello), pero los trabajadores no tienen similar obligación respecto de las decisiones de su empresa, y les queda siempre la libertad de abandonarla voluntariamente si las condiciones les resultan insatisfactorias. Ante esto, Dahl responde que las decisiones de gobierno a nivel del Estado y de una empresa privada no son tan disímiles como en apariencia podría pensarse. La naturaleza voluntaria del contrato laboral oscurece el hecho de que los costos de abandonar una empresa para un trabajador son sustanciales, especialmente porque las economías reales siempre operan con cierto nivel de desempleo y la ocupación alternativa no se encuentra a la vuelta de la esquina. Ese costo de perder el empleo es esencial en una economía capitalista para disciplinar el comportamiento de los trabajadores dentro de las empresas y alinearlo con los intereses y decisiones de los propietarios. Dahl entendió que si los empresarios ejercen tanto poder sobre los trabajadores, ese poder debería estar sujeto a controles democráticos por parte de los afectados, como los que disponen los ciudadanos respecto del poder estatal.

Además de establecer un fundamento normativo, Dahl se preocupó por las condiciones de eficiencia de un sistema de empresas democráticamente controladas. A la luz de la teoría y evidencia de que disponía, alertó sobre los dilemas que afrontan los trabajadores de estas empresas en cuanto a la distribución de excedentes y el ahorro para la inversión, las potenciales trabas al crecimiento, los problemas de acceso a capital y personal gerencial adecuado, etcétera. Sin embargo, consideró que se trataba de debilidades remediables mediante instituciones de soporte inteligentemente diseñadas y mecanismos de gestión adecuados.

En definitiva, su concepción democrática involucraba también una visión particular de la economía. En ese ámbito se mostró crítico tanto con el socialismo burocrático y centralizado como con el carácter autoritario del sistema de empresa privada capitalista. Me parece que revisitar esa parte de la obra de Dahl resulta imprescindible para entender a cabalidad su radicalismo democrático.