Las gradas del Teatro de Verano estaban bastante raleadas en la primera fecha del Rock N’Fall, algo bastante difícil de explicar, ya que se ofrecía uno de los programas a priori más interesantes que se hayan visto alguna vez en Montevideo. Se puede aventurar muchas explicaciones, de las cuales la sobreabundancia actual de shows internacionales posiblemente sea la más plausible, pero no deja de ser una pena, teniendo en cuenta la calidad de los músicos que se iban a presentar.

Luego de una introducción más que digna y enérgica a cargo de los locales Los Hermanos Láser, subió al escenario el ex guitarrista de The Smiths, Johnny Marr. A los 50 años, Marr está en un estado físico que envidiarían varios veinteañeros futbolistas profesionales de nuestro medio, y lo demuestra atravesando el escenario en todas direcciones, bailando permanentemente o saltando como un guerrero masái. De excelente buen ánimo y con ese savoir faire que dan décadas sobre un escenario, Marr se compró al público desde el primer tema y ofreció un repertorio impecable y tribunero, en el que alternaba los no muy conocidos temas de su flamante primer disco solista The Messenger (2013) -temas de corte más rockero y eléctrico que el trabajo previo de Marr- con una selección de hits de The Smiths y el tema más popular (“Getting Away With It”) de su breve paso por el supergrupo Electronic, que formó junto a Bernard Sumner, cantante de New Order, a los que agregó una gran sorpresa al interpretar el clásico de Sonny Curtis “I Fought the Law” en una versión calcada de la de The Clash. Elogiar la capacidad de Marr como guitarrista es a estas alturas descubrir la pólvora, y aunque se fracturó recientemente la mano, fue imposible notar alguna consecuencia de esa lesión, más allá de que tocó varios temas con requinto, posiblemente para no tener que hacer la cejilla con la mano izquierda. Como cantante es expresivo y perfectamente afinado, aunque algo falto de personalidad, algo que también se podía decir del correcto pero desabrido trío de músicos que lo acompañaban.

Pero ¿qué importa cuando se tiene a un Marr generoso, interpretando versiones extensas y sentidas de temas como “Bigmouth Strikes Again” o “How Soon is Now?”, canciones que son tan suyas como del letrista Morrissey y que, a más de dos décadas de editadas, ya son clásicos no sólo de The Smiths, sino del rock en general? El final, con una versión particularmente sentida de “There is a Light That Never Goes Out” -de por sí una de las canciones más románticas y melancólicas que se hayan escrito jamás- dejó con los ojos brillando y la piel de gallina a muchos de los presentes.

El futuro llegó hace rato

Luego llegó el momento de Vampire Weekend, recientes ganadores del Grammy a Mejor Disco de Música Alternativa y primer puesto en casi todas las encuestas del año pasado en cuanto al mejor disco editado en 2013 con Modern Vampires of the City. Los neoyorquinos eran la banda más joven -al menos de las internacionales- que se presentaba en el festival, y la oleada de elogios que los precedía era como mínimo impactante; por ejemplo, la revista online Pitchfork -tal vez la más leída mundialmente entre el público de rock independiente- le dio a su último disco el puntaje de 9,3, es decir, la casi perfección (mientras que el nuevo EP de The Pixies, la principal atracción de la noche de ayer, apenas había conseguido un mísero 1,0), y los ditirambos acerca de la magia feliz de su rock independiente con influencias africanas han llenado todos los medios respetables.

Tal vez la diaria no sea un medio tan respetable, pero a quien esto suscribe el show de Vampire Weekend, así como sus elogiadísimos discos, le parecen el globo más inflado que se haya visto desde que el Hindenburg reventó en el cielo de New Jersey. Los Weekend tienen una soberbia base rítmica y tocan con un excelente sentido del espacio de cada instrumento (en muchos aspectos fueron la banda que sonó mejor en la noche del martes), relevándose en los timbres con elegancia y excelente dinámica. Pero para ser la vanguardia del pop-rock mundial, no hay un acorde o un arreglo que no se haya escuchado antes en los discos tardíos de Talking Heads, en Graceland (1986) -el disco afro de Paul Simon- o en bandas pop de origen tercermundista como Paralamas o Alpha Blondy. Teniendo en claro que a estas alturas puede ser un exceso pedir derroches de originalidad, estas influencias alevosas no tendrían por qué ser un demérito importante, pero los Weekend suenan como una versión lavada de todas ellas. La voz delgada e inexpresiva del guitarrista Ezra Koenig no ayuda mucho a levantar temperaturas ni a despertar entusiasmos, y al final del set había más gente haciendo cola para comprar una cerveza que bailando frente al escenario. Evidentemente, Vampire Weekend tiene sus momentos de interés e inteligencia pop bien diseminados en sus canciones, y es una formación más que competente en lo técnico, pero tal vez sea víctima del mismo entusiasmo crítico que la ha elevado desmesuradamente en relación con sus modestos aciertos diferenciales: cuando se ha leído a muchos críticos hipsters de elogio generoso compararla en pie de igualdad con los Talking Heads de Fear of Music (1979), es difícil no sentirse decepcionado. Sí, se parecen, pero no son lo mismo. Ni ahí. Seamos un poquito serios.

Los Weekend pasaron sin pena ni gloria por el Teatro de Verano, dejando el escenario libre para una banda a la que se han cansado de pegarle los mismos medios que coronaron a estos dráculas de fin de semana como lo mejor de la actualidad: unos veteranos llamados The Pixies.

Los dinosaurios furiosos

Había muchas dudas previas respecto de este regreso de la banda de Frank Black a Montevideo. En primer lugar, la banda llegaba sin su integrante más carismático, la bajista Kim Deal, quien abandonó el grupo el año pasado, siendo brevemente sustituida por Kim Shattuck (a quien la banda echó sin muchas ceremonias, luego de pocos meses) y luego por la argentina-estadounidense Paz Lenchantin. Muchas turbulencias internas, acompañadas además de una serie de EP de nuevas canciones mal recibidos por la crítica, que los trató como una banda definitivamente caduca.

Pero lo que generaba más desconfianza era simplemente la experiencia del show de Pixies en el Teatro de Verano en 2010. Allí la banda se había limitado a reproducir con fidelidad los temas más populares de su repertorio, sin la menor variación respecto de las versiones grabadas, y sin demostrar el menor entusiasmo en la ejecución. Un recital correcto pero decepcionante para los fans que consideraban un sueño hecho realidad su llegada a Uruguay.

Cuatro años después, y sin la simpática Deal en sus filas, no había muchos motivos para esperar algo mucho mejor, pero desde la apertura, con los golpes brutales de batería de “Bone Machine”, se notó que había algo distinto. Después de Vampire Weekend, la llegada de los Pixies fue como si una expedición de vikingos llegara a una fiesta de 15. Como si quisieran recordar que son una banda de aristas extremas, dedicaron los primeros 20 minutos de su show a detonar, una tras otra, sus canciones más veloces y feroces: “Crackity Jones”, “Rock Music”, “Something Against You”, “Isla de Encanta” y “The Sad Punk” pasaron como un tornado por el teatro, dando la impresión de que una banda de puro punk hardcore hubiera tomado el escenario. La velocidad y el peso de la ejecución dejó en claro que la llegada de Lenchantin al bajo no sólo no había significado una gran pérdida, sino que en lo musical se podía considerar una mejora, ya que es una instrumentista mucho más dotada en lo técnico, más rápida y más potente.

A diferencia de la presentación de 2010, el martes los Pixies sonaron como una banda rejuvenecida y de buen humor. Además de sus temas clásicos, desenterraron alguna rareza como la exquisita “Havalina”, introdujeron varios temas nuevos que no desentonaron en calidad, y rearreglaron algunas viejas canciones, como “Planet of Sound”, convirtiéndolas en versiones demoledoras. También se mostraron de buen humor y, aunque no hablan con el público, hasta se dieron el gusto de que el baterista David Lovering hiciera un truco de magia sobre el escenario. Es decir, dieron lo que tiene que dar una gran banda: pura magia, pura sangre.