“Me crié en el mangue (palabra portuguesa para “manglar” y de donde proviene la definición de “manguebeat”)”, dice Lenine al otro lado del teléfono. “Allí se confunden la vida y la muerte, la podredumbre y la exuberancia. Es la cuna de todo, donde la descomposición alimenta a la nueva vida. Esa idea de readecuación, de construir y deconstruir, de hacer y rehacer, de querer hacer diferente, tiene mucho que ver con esas condiciones geográficas en las que me crié”.

“Mis Beatles fueron Led Zeppelin”, afirma un tanto sorpresivamente. A pesar de cargar con orgullo su cultura nordestina de origen, Lenine dista mucho de ser un músico regional brasileño. No sorprende, entonces, la interminable lista de artistas con los que ha colaborado. Un ejemplo reciente es el espectáculo The Bridge, con Martin Fondse, un director de orquesta de jazz holandés, que girará por Europa en julio. “Ejercito el intercambio, la suma, la multiplicación de una forma casi proletaria, dentro y fuera de América Latina. Prefiero pensar que la música no precisa pasaportes, y eso me lleva a intercambiar con personas de varias partes del mundo. Soy flexible porque la música siempre fue muy flexible conmigo. Representa una dimensión mucho más grupal y diversa del planeta, es una herramienta de aproximación muy poderosa entre las personas”.

“Ruido” es otro término clave para abordar la música que compone, tal vez luego de que el rock and roll adolescente lo pusiera en contacto con el aspecto más crudo del sonido y le habilitara la experimentación. De hecho, alguna vez se ha definido como un “percusionista de la guitarra”, un concepto que refiere a su forma de componer. “Mi camino no fue académico”, tuvo mucho más que ver con el ejercicio de la composición. Como ese proceso era bastante solitario, era natural que en cada canción que hacía, quisiera reproducir lo que estaba imaginándome en mi cabeza en cuanto a sonidos para la batería, para el bajo… Entonces la música que estaba creando sólo con la guitarra tenía que llenar todas esas frecuencias. Así pasé a usar todo lo que la escuela académica prohíbe: empecé a explorar el ruido, el trasteo, el barullo. Sin querer, fui descubriendo una manera de expresarme con el instrumento”, explicó.

Su padre le puso Lenine como segundo nombre en homenaje al líder de la revolución bolchevique de octubre de 1917. De hecho, el contenido de sus canciones a menudo recuerda algunas letras del cantante popular uruguayo Daniel Viglietti, como “La mano impar”: “No puedo ver / el equilibrio de esa mesa / cuatro patas / tengo ganas de romper una / Porque yo amo el equilibrio / desajustado / tensión viva, lo que falta / angustia abierta de lo impar / por eso vivo”. “Es la idea de cuestionarse”, dice el músico nordestino. “Es decir: ‘vamos a verlo de otra manera’. Con el tiempo, nos vamos poniendo muy rígidos y nos volvemos incapaces de deconstruir y construir de nuevo. Es fundamental adaptarnos. Las cosas suceden con una velocidad tremenda y no tenemos tiempo de digerir toda esa evolución. Todo lo que una persona opina es fundamentalmente un reflejo de lo que ya conoce”.

Proviniendo de un país que suele estar de espaldas al resto de la América musical. ¿Considera Lenine a Brasil un país culturalmente endogámico: “Más que endogámico, prefiero decir autofágico”, contesta este amante de la botánica. “Porque de hecho, tenemos lo endémico, que es algo que sucede en un mismo lugar. Pero si estamos hablando de un país de dimensiones continentales, esa endemia se vuelve algo extremadamente plural. Entonces, la idea de endogamia, o sea, la fecundación dentro de la misma especie, no sucede en Brasil. Porque tenemos regiones muy distintas con culturas bien diferentes.”

“El relativo aislamiento que tenemos creo que es responsabilidad del tratado de Tordecillas”, amplía, “porque de alguna manera eso nos aisló como el único país de Sudamérica que habla una lengua diferente. Y debido a las dimensiones de ese país es muy difícil romper ese bloqueo”. Pero reconoce que, más allá de su propio trabajo, eso sucedió fluidamente con los rockeros de los 80, como Paralamas do Sucesso o Titãs. “Es muy bueno que suceda, ya que las raíces son las mismas, hay una herencia latina que nos une. Hay muchos músicos brasileños rompiendo ese paradigma en Brasil, y el caso de Jorge Drexler es paradigmático del traspaso de fronteras.

Sobre Cantautores y su relación artística con Maria Gadú, Lenine dice: “Ambos tenemos la característica de que la guitarra es una extensión de nuestros cuerpos. Y toda la obra de composición está íntimamente ligada a este diálogo que se traba entre voz e instrumento”. La cooperación entre ambos, sin embargo, no es nueva, sino que data de algunos años. “No sólo ya nos habíamos juntado, sino que también trabajé con otros músicos de su generación”, explica Lenine, refiriéndose a artistas como Vanessa da Mata. Sin embargo, esta sí será la primera presencia de Maria Gadú en Uruguay. En el encuentro, los cantautores reviven sus influencias, los “elementos que están en su ADN” y que acompañaron la evolución de sus composiciones, la cual es también, por qué no, parte de la evolución de la música brasileña.

Consultada sobre este proyecto inédito, Maria Gadú comenta: “Hace años que Lenine me enseña. Musicalmente me formé teniendo como base lo que él hacía, escuchando, experimentando. Hoy, cuando nos reunimos, él me enseña sobre plantas y orquídeas. Él ama y yo aprendo”.

Por su parte, el músico, de 55 años, manifiesta que sufre de “una compulsión de ser comprendido siempre”, por lo cual le resulta saludable tocar en estas latitudes y no tanto en otras. “Es mucho más interesante para mí tocar en Uruguay, Chile o Argentina que tocar en Alemania, Dinamarca o Islandia. Tengo la certeza de que se me comprende mejor, y eso para mí marca una gran diferencia”.