-¿Podrías ampliar tu comentario sobre la música en la obra de Sergio Leone?

-Uno de los elementos que posicionan a Leone como el fundador del cine de acción de nuestra época es la música. Fue el primer director que se especializó en usarla para guiar y desarrollar secuencias enteras de escenas, en lugar de usar la típica música de película. Y luego de sacar a ese genio de la botella, jamás volvió a entrar. Yo vi El bueno, el malo y el feo en el cine cuando tenía cuatro años y la amé. ¿Entendí toda la película? No, pero la amé, así como otros padres llevaron a sus hijos que también la amaron, porque los niños se subían a la espectacularidad, y gran parte de ese viaje era la música. Con Leone, la música se volvió un vocabulario.

-¿Por qué siempre utilizás música de otras películas, en lugar de encargar la composición de música nueva?

-Básicamente porque no quiero contratar a un compositor que jamás conocí para que haga la música de mi película. No puedo encargar a nadie el alma de mi película, no confío en nadie a ese nivel. Si la música la elijo yo me siento más seguro; no estoy esperando que alguien más me muestre el alma de mi trabajo.

-La gente siempre está esperando tu próxima película y siempre asume que la siguiente también va a ser excelente. ¿Cómo vivís con esta presión?

-Francamente, ¿te parece que eso significa más presión? La presión está siempre, porque viene desde dentro de mí: yo quiero que mi próxima película sea excelente. Y me genera placer que la gente espere lo mejor de mí, que aguarde con anticipación mi próxima película. Recuerdo ese sentimiento; yo esperaba con ansiedad cada película de Brian de Palma, las dos semanas previas se me volvían insoportables. La semana que se estrenaba Scarface era “Scarface week”. Seis días para Scarface, cinco días... Luego empezaba a soñar con Scarface. Luego se estrenaba y yo iba a la primera función del primer día, y nadie podía venir conmigo, tenía que ir solo. Después rumiaba sobre la película todo el día y volvía a verla a la medianoche. Entonces sí podía acompañarme algún amigo. Ese tipo de emoción es una de las cosas que mantienen vivo el cine. No lo considero una presión. Al contrario, es un lujo. No me gustaría que fuera de otra forma. Sería horrible si yo estrenara una película y a nadie le importara un carajo.

-¿Qué tan importante fue para vos ganar la Palma de Oro en el Festival de Cannes con Pulp Fiction en 1994?

-Lo más importante de ganar la Palma de Oro es el prestigio que brinda, te posiciona como uno de los realizadores de cine del mundo. En cuanto a laureles, la Palma de Oro fue mi mayor logro. De todos los trofeos que he ganado, es el que tiene el lugar más privilegiado en mi casa. Quiero otra antes de que se apaguen las luces.

-Jean-Luc Godard te insultó públicamente, te llamó “un hombre sin valor”. ¿Cómo te pronunciás 
al respecto?

-No te creo que dijo eso. A menos que puedas probarlo o que venga él a decírmelo en la cara, asumiré que estás exagerando.

-¿Por qué tendés a mostrar siempre el costado más violento de tus personajes?

-No lo hago sólo por mi particular simpatía por el demonio. Empecé a crear estos personajes a comienzos de los 90, en respuesta a una tendencia que dominó el cine de los 80: cientos de historias que seguían cierto patrón obligatorio, represivo, que dictaba que todo personaje, por malvado que fuera, debía redimirse al final de la película. Para mí, un personaje puede ser un perfecto bastardo y, al mismo tiempo, completamente encantador.

-¿Qué pensás de la nueva tecnología digital?

-La producción digital es la muerte del cine tal como yo lo concibo. No se trata ni siquiera de si filmás tu película en fílmico o en digital. El hecho de que la mayoría de las películas hoy no se presenten en 35 milímetros significa que la guerra está perdida. Las proyecciones digitales no son más que televisión para mí. Aparentemente, todo el mundo está conforme con esa televisión, pero lo que yo conozco como cine está muerto.

-Pese a tu resistencia a lo digital, ¿vas al cine a ver películas?

-Tengo una gran colección de películas en 35 milímetros y una todavía más grande en 16 milímetros, y las proyecto todo el tiempo en casa. Una de las cosas más lindas de mi vida es que, como me ha ido bastante bien en el cine, puedo darme el lujo de tener una vida de académico. Siento que estoy estudiando para mi profesorado en Historia del Cine Mundial, y el día que me muera será el día que me gradúe. Siempre estoy estudiando algo, ya sea conociendo el trabajo de algún director que no me es familiar, redescubriendo el trabajo de un director que ya conozco, o algún subgénero de cine o el cine de algún país. Miro las películas vorazmente y hago anotaciones, quizás para un futuro libro o para una película o simplemente para educarme. Luego de cada estudio, mi cabeza está llena con nuevos conocimientos y espero una nueva tarea. Siendo ahora todo digital, el hecho de que pueda proyectar las películas en mi propia sala a 24 cuadros por segundo es un lujo.

-Si ése es el caso, ¿qué podemos hacer para revivir el cine?

-Tengo la esperanza de que sólo estemos sumergidos en un período de enamoramiento tonto, generado por las facilidades de lo digital. Y sé que esta generación está perdida, pero quizá la generación siguiente demande algo verdadero. Así como después de 20 años los vinilos están volviendo, tengo la esperanza de que las generaciones futuras sean más inteligentes que ésta y se den cuenta de lo que han perdido.