De lejos se podía ver al canciller Luis Almagro y a la embajadora de Estados Unidos, Julissa Reynoso, rodeada de veteranas con celulares prontos para la foto. La fila para ingresar a la sala de conferencias y eventos del teatro Solís -donde se presentaría John Maxwell Coetzee- era inusualmente numerosa, al punto de que la organización tomó la feliz decisión de habilitar la sala principal del teatro, que fue rápidamente ocupada por el público y la prensa.
Si bien en el escenario se podían ver las identificaciones como oradores del director nacional de Cultura, Hugo Achugar, y el director de Cultura de la Intendencia de Montevideo (IM), Héctor Guido, sólo hicieron uso de la palabra la jefa de Misión de la Embajada de Sudáfrica en Uruguay, Ellen M Hajie, quien realizó un repaso genérico de la biografía en inglés del Nobel 2003; y los responsables de obsequiarle tres medallas: el premio Delmira Agustini, entregado por Óscar Gómez (subsecretario de Educación y Cultura), la medalla de Honor del Libro, por Alicia Guglielmo, y la medalla que lo distinguió como Visitante Ilustre, a cargo de Ana Olivera, quien no dejaba de sostenerle fuerte el hombro mientras le hablaba (sin que él pudiera contar con traducción para descifrar las efusivas palabras que despertaba su visita).
Coetzee nació en 1940 en Ciudad del Cabo en una familia rural de habla inglesa, que compartía su cotidianidad con el idioma afrikáans. En el primer volumen de su autobiografía en tercera persona Infancia: escenas de la vida en provincia (1997), Coetzee recuerda esos años: “Debe ir a la granja porque no hay ningún otro lugar en el mundo que ame más o que pueda imaginarse amar más. Todo lo que resulta complejo en su amor por su madre se torna simple en su amor por la granja. Sin embargo, desde que tiene memoria, este amor tiene un punto de dolor. Puede visitar la granja, pero nunca vivirá allí. La granja no es su hogar; nunca será más que un huésped, un huésped difícil”. Más adelante agrega: “Él tiene dos madres. Ha nacido dos veces: ha nacido de una mujer y de la granja. Dos madres y ningún padre”.
Vidas cruzadas
Coetzee es profesor de literatura, lingüista, crítico literario y traductor, además de ensayista y escritor. Y es, también, el sudafricano más premiado en lo literario: además del Nobel recibió el Booker Prize en dos ocasiones, y otros premios como el Fémina ètranger, el Jerusalem Prize y el International Fiction Prize. Probablemente lo más atractivo de su obra se pueda rastrear en su prosa lacónica, despojada, que transluce las contradicciones socioculturales de Sudáfrica -como la descarnada por el apartheid de Desgracia (1999) o su desplome, como en La edad de hierro (1990)-, la vejez, las miserias humanas y el primitivismo.
Abandonó su país a comienzos de los 60 rumbo a Estados Unidos y Londres. En el segundo tomo de sus memorias, Juventud (2002), escribe sobre ese país del que se siente un exiliado -aunque en verdad nunca lo haya percibido como suyo-: “Le desconcierta advertir que aún escribe de Sudáfrica. Le gustaría dejar atrás su identidad sudafricana del mismo modo en que dejó atrás a la propia Sudáfrica. Sudáfrica fue un mal comienzo, una desventaja”. De este modo, el autor de Vida y época de Michael K no sólo manifiesta sus renuncias geográficas, sino también la familiar. En muchas de sus novelas las familias disfuncionales e “incompletas” son el centro de la historia. En Las vidas de los animales (2000) se presenta a la renombrada novelista australiana Elizabeth Costello, quien debe dar una conferencia en la universidad estadounidense donde trabaja su hijo. De manera persuasiva e irritante, Costello habla sobre el papel del Homo sapiens en la naturaleza, y el lector es quien comparte los sentimientos ambivalentes del hijo, mientras sociólogos y filósofos intentan refutar sus firmes argumentos. En su último libro, La infancia de Jesús, el sudafricano vuelve a su línea narrativa más pura, despojado de los ensayos que nutrieron sus híbridas novelas anteriores. Vuelve a dialogar con sus influencias literarias, como Samuel Beckett y Dostoievski, en una reflexión sobre un niño sin padres y un hombre que decide hacerse cargo de él al abandonar el barco que los conduce a un país desconocido, y donde comienzan su vida de nuevo: las condiciones serán olvidar su pasado y aprender a hablar español. Como definió de manera precisa Juan Villoro, en un tiempo en el que hasta los lemas de las camisetas debían pasar por la censura, los personajes “outsider de Coetzee circularon como sonámbulos que atraviesan de milagro una ciudad con toque de queda”.
Vida y época
Cuando el público esperaba ansioso que Coetzee comenzara su conferencia, el sudafricano agradeció en español la posibilidad de estar por primera vez en Montevideo, antes de comenzar a leer un texto en inglés. Se propuso hablar sobre las bibliotecas personales, centrando su charla en la tradición de Jorge Luis Borges, quien creó dos bibliotecas para sus editores, La biblioteca de Babel (33 volúmenes pertenecientes al género fantástico) y la Biblioteca personal, y en nombrar “un puñado de escritores” que le han dejado una gran marca. La colección de su biblioteca personal son 12 obras de la literatura universal prologadas y seleccionadas por él mismo, y que la editorial argentina El hilo de Ariadna terminará de publicar el próximo año. Esta propuesta se concretó en 2011, cuando el escritor fue invitado a la Feria Internacional del Libro en Buenos Aires, donde conoció a Soledad Constantini, una de las directoras de la editorial.
“La biblioteca de Borges fue mi inspiración, aunque él era un gigante y yo no”, dijo, antes de analizar la colección del escritor argentino: aseguró que con ella Borges nunca se propuso ser la simple afirmación del canon de su tiempo pero tampoco asumió la tarea de convertirse en un canon alternativo. Si bien reconoció no estar entre los lectores que se sintieron defraudados con esta biblioteca personal, aclaró no haber leído a muchos de los escritores incluidos: “Los que conozco no me infunden gran confianza con respecto a aquellos con los que no estoy familiarizado. En un nivel sorprende; Borges era un hijo de su tiempo”, y por eso Coetzee considera que pueden haberlo asombrado autores que no “soportarían el paso del tiempo”.
También se refirió a variadas colecciones que surgieron en Estados Unidos con mucho éxito comercial, como The Harvard Classics, que difieren mucho de su modelo de biblioteca, a la que definió “una colección de libros con traducción al castellano que significaron mucho para mí como escritor”, y que además han tenido un rol muy importante en su formación como tal. “Les sorprenderán las ausencias”: no se incluyen La guerra y la paz, El Quijote, Ulises ni El hombre sin atributos, entre otros. “¿Qué clase de autor opta por esas ausencias?”, se preguntó, antes de confesar que en la actualidad “no hay ningún escritor” que lo haya marcado tanto como Cervantes o Joyce. Pero al tratarse de una “modesta editorial”, el hecho de encargar una nueva traducción de alguno de esos escritores sería “un peso enorme”. Debido a que la ley internacional de derechos de autor protege sus derechos hasta 70 años después de fallecido éste, sólo los que murieron antes de 1944 son los que se encuentran en el dominio público. A Coetzee le interesaban algunos de los numerosos autores que fallecieron después de esa fecha, como William Faulkner y Albert Camus, pero “por desgracia” no obtuvieron los derechos de traducción. En cambio “sí logramos los derechos de traducción al castellano de Samuel Beckett y Patrick White” (ver http://ladiaria.com.uy/UEa) .
En vida
“El tipo de marca que me importa dejar a mi biblioteca no es específicamente en el pensamiento sino en la forma de pensar”, sostuvo, y dijo que su experiencia le demostró que muchos narradores en actividad pasan poco tiempo leyendo ficción, incluso contemporánea. “Yo soy un novelista al que le gusta leer poesía, desde poetas anónimos pertenecientes a la tradición oral africana y australiana hasta poetas jóvenes”.
Su biblioteca personal está basada “exclusivamente en el gusto”. Así, optó por hablar de tres escritores. El primero fue Daniel Defoe, sobre el que inspiró una de sus novelas (Foe). Planteó que la idea general sobre Defoe ha sido la de un novelista “aficionado”, idea con la que no está necesariamente en contra pero que considera irrelevante, ya que contaba con un “genio práctico”, “conocía de primera mano las ventajas y desventajas de las relaciones humanas”, y sus novelas fueron escritas en un “súbito estallido”. Comparó a Defoe con un músico que improvisa con su teclado: “Una forma de escribir factible cuando no existía el género de la novela como tal”.
El segundo fue Henrich von Kleist: “Cuando nos sumergimos por primera vez en una historia de Kleist, se siente la energía fluyendo dentro de uno”, pero no como un estilo verbal, sino como una fuerza intempestiva que va hacia adelante. El último fue el suizo Robert Walser, lo que le dio pie a ironizar sobre su nacionalidad: “En 600 años Suiza no ha producido artistas sobresalientes”; “estaban condenados a ser menores, como dirían ellos mismos”; “el hecho de ser suizo es diferente, es un país de cuyo idioma principal (el suizo-alemán) se burlan los alemanes”. La obra de Walser en la que se enfocó fue la novela El ayudante.
De los 12 libros de la colección, hasta ahora se han publicado cinco: El ayudante, de Robert Walser, Tres mujeres/Uniones, de Robert Musil, Madame Bovary, de Gustave Flaubert, La marquesa de O, de Henrich von Kleist, y La letra escarlata, de Nathaniel Hawthorne. Entre los próximos títulos se encuentran obras de Franz Kafka, Defoe, Lev Tolstoi, Ford Madox Ford, un último ejemplar que estará dedicado a una antología de poesía “de la antigüedad al presente”, y Beckett. Una de las pocas renuncias de su juventud en la que Coetzee se mantiene firme es no utilizar la lengua afrikáans. Y precisamente es escribir en una segunda lengua lo que lo acerca al irlandés Samuel Beckett. El sudafricano descubrió con él que hay maneras muy distintas de escribir novelas, e incluso en su universo indefinido encontró una dimensión propia en la que desenvolver sus propias ficciones.