Posiblemente muchos de los que vieron el debut de Buitres -entonces Buitres Después de la Una- hace un cuarto de siglo ya tienen hijos. Incluso muchos de esos hijos ya tienen sus hijos propios, y mientras las generaciones se siguen sucediendo, Peluffo, Parodi, Rambao y los suyos siguen impertérritos con su máquina de rock'n'roll clásico, épico y romántico, teñido de punk.

No deja de ser simbólico que lo festejen en el Velódromo Municipal, uno de los mayores escenarios de Montevideo, si se recuerda que la disolución de Los Estómagos -al fin y al cabo, uno de los grupos más populares del rock posdictadura- dejó a su dupla compositiva otra vez en punto cero, en un año oscuro, 1989, en el que la nueva cultura rockera, aún verde, parecía haberse derrumbado ante una depresión generacional producida por el no cumplimiento de las promesas de libertad, justicia y creatividad que había traído consigo la primavera democrática. Buitres no protestó y se dedicó, con paciencia, a reconstruir circuitos, a recorrer los escenarios improvisados en las universidades, a esquivar con elegancia el repertorio de Los Estómagos para proponer otro menos ligado a la protesta inmediata del punk y más a la introspección melancólica.

Desde entonces han pasado 11 discos de estudio, cuatro en vivo y tres recopilaciones, que los mostraron creciendo sin apartarse mucho en ningún momento de un diseño de canción basado en melodías a prueba de balas, guitarras fuertes y estribillos compartibles. Los años han visto la introducción gradual de algunos arreglos acústicos, una guitarra extra en vivo (a cargo de Orlando Fernández) y otros timbres eventuales, pero la de Buitres es una de esas raras carreras musicales en las que una banda está definida en su propuesta desde el primer disco, editado hace ya dos décadas y media, pero cuyas canciones siguen siendo coreadas como si hubieran llegado ayer.

Aunque hay bandas locales que han conseguido mayor trascendencia fuera de fronteras, el pacto de Buitres con su público es notoriamente diferencial, con conciertos que se volvieron una especie de ritual en el que dos o tres generaciones se reúnen en los mismos coros celebratorios de la vida pasional, el rock, y la comunión que se festeja en los conciertos. Con una colección de éxitos que han pasado a ser parte del imaginario rockero uruguayo, cada toque de la banda es de por sí un evento colectivo en el que la sucesión de melodías reconocibles -“No te puedo matar”, “Natalia”, “Condenado el corazón”, “Calaveratur”, “Carretera perdida” y una larga sucesión de clásicos- va encadenando una fiesta que no se parece a ningún otro concierto de una banda uruguaya. Es un show de Buitres; está todo dicho.

Así, Buitres festeja este sábado sus bodas de plata con un público con el que, más que una relación de simple fidelidad, ya tiene una suerte de vínculo familiar. Vale la pena saludar esa persistencia en el objetivo claro y estruendoso de hacer rock en uruguayo.