En su columna de opinión sobre el retorno de Marcelo Tinelli a la televisión publicada en la diaria (ver http://ladiaria.com.uy/ACkm), Emiliano Tuala ensaya una adecuación forzosa del método comparativo con la intención de demostrarnos que tenemos el Tinelli que merecemos, porque la aburrida y enrevesada cultura uruguaya es incapaz de penetrar sus dominios, la diversión tutifruti.

En tránsito hacia la atrabiliaria comparación entre un zar farandulero argentino y el sistema cultural uruguayo, el autor comienza por sugerirnos reparar en la viga del ojo propio: aquí también los medios, la política y la sociedad reproducen las canalladas que repudiamos en Showmatch. Por lo cual justo sería, advierte, reconocer a Tinelli más como un producto de nuestras taras que como gran contribuyente a su proliferación.

El conductor argentino, además de interpretar el sentido común de ambas orillas del Plata, posee una perspicacia que más de un desprevenido descontaría en cualquier humorista de ómnibus, “comprende a la perfección la esencia de ese medio de comunicación formidable que es la televisión: se trata, básicamente, de un entretenimiento”, observa Tuala.

Razona, a partir de esta epifanía, que puesto que el problema no es Tinelli sino las sociedades que lo prohijaron, deberían, ellas, esforzarse en desplazarlo en buena ley, esto es, con productos culturales que le hagan sombra. Pero, según el opinante, la cultura uruguaya no puede cumplir ese noble objetivo porque “entre las gentes de las ‘artes superiores’, la academia y la intelectualidad, y, por qué no, la izquierda ilustrada, está muy extendida la idea de que lo masivo es necesariamente malo, de baja calidad e indigno”, y “difícilmente se consiga generar contenidos alternativos y atrayentes partiendo de que lo masivo es siempre condenable, de que el arte y la cultura deben ser aburridos y selectivos, o de que la cultura es sinónimo de documental y el arte, de ballet del SODRE”.

Ardua tarea sería descifrar desde qué plataforma teórica, pragmática o sensible decoló el columnista hacia tal eslabonamiento de prejuicios y falsas oposiciones en torno al concepto de cultura y sus derivados. Especular al respecto fatigaría al lector. Tienta, sin embargo, espigar una de sus asociaciones libres, la que le permite emparejar tedio y elitismo con el ballet del SODRE.

El último espectáculo del Ballet Nacional del SODRE (BNS), El Corsario, vendió un récord de 20.417 entradas y destinó 180.000 invitaciones a formación de públicos y extensión. Requirió una inversión de 300.000 dólares y recaudó 350.000, con entradas desde 140 pesos. En octubre del año pasado, durante su gira por el interior del país, el BNS decidió, ante los interesados que hicieron cola para agotar las entradas, agregar una función extra en el Club Urupan, de Pando. Postales por el estilo se repitieron en otros rincones patrios.

No parecen cifras, ni escenas, correspondientes a un público aburrido o amedrentado por elites. Mucho menos con uno engrillado a la bufonesca televisión de cada día.

Hay más ejemplos, como el grado de expansión obtenido por los programas especiales de la Orquesta Filarmónica de Montevideo, o la creciente adhesión de distintos sectores a la estrategia de inclusión social por la música que desarrolla la Orquesta Juvenil del SODRE, pero basta con el consignado para intuir que no vivimos, como sentencia Tuala al cierre de su columna, una derrota cultural, sino, quizás, el fragor clandestino de una resistencia. Felizmente ocupada en dar al César lo que es del César, y dejarle a Tinelli la diversión.