El estreno de esta nueva versión de Godzilla no estuvo exento de polémicas, especialmente en su tierra natal -conocido bajo el nombre de Gojira-, en donde se señaló que no sólo el origen de la criatura había sido desviado (en un principio era una consecuencia de los bombardeos atómicos estadounidenses, y ahora es más responsabilidad de los propios japoneses), sino que al presentar la mayor de las versiones del monstruo reptiliano -unos 100 metros de altura en comparación con los escasos 50 de la versión original de 1954-, el pobre bicho ha sido acusado de gordo.

Críticas menores en relación a las que despertó en 1994 la estúpida versión de Roland Emmerich, que convirtió al rey de los monstruos en una versión maleducada de los dinosaurios de Spielberg en Parque Jurásico, pero que son representativas del culto purista que mantiene la criatura desde que fuera creada por el productor Tomoyuki Tanaka luego de un viaje al atolón de Bikini, escenario de varias pruebas nucleares, que le dieron la idea de inventar un dinosaurio gigantesco (mezcla de tiranosaurio, iguanodonte y estegosaurio) que es revivido por la energía atómica y destruye 
Tokio.

A pesar de su capacidad destructiva, Godzilla/Gojira no es -como en la versión de Emmerich- una bestia maligna, sino más bien una fuerza de la naturaleza alterada por el hombre, y se ha vuelto casi un emblema de Japón, siendo la principal figura del cine de kaiju, palabra que suele traducirse como “monstruo” pero que originalmente significa simplemente “criatura extraña”. El cine de kaiju, caracterizado por el tamaño gigantesco de sus creaciones (durante mucho tiempo interpretadas por actores dentro de trajes de goma, deambulando por maquetas de ciudades), es tal vez el más japonés de los géneros o los subgéneros, aunque su inspiración posiblemente provenga del occidentalísimo simio gigante King Kong (con el que Godzilla tendría su cruce en una película de 1962, siendo derrotado por el mono). Aunque el reptil es el más célebre de los kaiju, sus enemigos han adquirido autonomía (y merecido sus propios films), estructurando una constelación de amenazas sobredimensionadas por efecto de la radiación. Entre las más célebres están sus archienemigos clásicos voladores Mothra -una especie de polilla del tamaño del Palacio Salvo- y Rodan -similar a un dinosaurio volador y supersónico-; pero también Ghidorah (el más poderoso de los kaiju -también se suele llamarlo “el rey”-, parecido a Godzilla pero con tres cabezas), Gamera (una megatortuga feroz y espiritual), Anguirus (el primero de los antagonistas de Godzilla, también reptiliano y pinchudo), Hedorah (monstruo mutante compuesto de millones de organismos menores), Varan (similar a Anguirus), Gigan (un Godzilla con ganchos en lugar de brazos y una sierra eléctrica en el abdomen), Kumonga y Minilla (ambos hijos de Godzilla), y otros cuantos más.

Esta proliferación de monstruos inhumanos tuvo como consecuencia también la aparición del mecha, otro subgénero, referido a las series o películas que tratan de robots de enorme tamaño, diseñados para enfrentarse con las amenazas biológicas de los kaiju. La última película de Guillermo del Toro, Pacific Rim (2013), puede considerarse un homenaje de Hollywood a ambos géneros, el daikaiju y el mecha, que junto a los anime y las películas de samurái se convirtieron en la principal exportación cinematográfica de Japón. Las películas de kaiju, como las de mecha, suelen repetir situaciones y ser simples variables de las mismas historias, pero siguen siendo unas historias gigantescas, ya pertenecientes al imaginario de cualquier cinéfilo mundial.