Desde que ese invento inglés llamado fútbol echó raíces en nuestro país, de inmediato se popularizó hasta transformarse en un elemento por demás característico de la idiosincrasia uruguaya. Por eso no es extraño que otra expresión popular como el carnaval fuera la primera en dedicarle una canción al glorioso deporte. Corría 1927, la selección uruguaya era la vigente campeona olímpica y había ganado su sexto Campeonato Sudamericano, el año anterior, en Chile. La murga Patos Cabreros estrenó una retirada que tomaba la melodía del tango “La brisa”, de Francisco Canaro -grabada por Carlos Gardel en 1922-, con una nueva letra de Omar Odriozola; su estribillo decía: “Uruguayos campeones / de América y del mundo. / Esforzados atletas / que acaban de triunfar. / Los clarines que vieron / las dianas en Colombes / más allá de los Andes volvieron a sonar”.

“Uruguayos campeones” fue el puntapié inicial de una lista de canciones murgueras convertidas en standards, que como tales perdieron la conexión con sus orígenes y se volvieron parte de la cultura popular. Son canciones que probablemente cualquier seguidor de fútbol podría corear con total autoridad en un asado. Porque no existe transmisión de fútbol vernácula -ya sea radial o televisiva- que no las haga sonar. Es el caso de, por ejemplo, “Vayan pelando las chauchas”, “Celeste” y “Gloriosa celeste” (sí, son dos distintas). Además, a éstas hay que sumarles las dedicadas a los cuadros. Cada institución tiene su “himno” murguero, y algunas tienen más de uno, sobre todo Peñarol y Nacional. Varias de estas canciones (en particular, las dedicadas a la selección uruguaya) tomaron fama de definitivas en las versiones interpretadas por Washington Canario Luna, el Frank Sinatra del carnaval. O, al menos, sus versiones parecen ser las preferidas de los señores que musicalizan 
las transmisiones.

Pero hace rato que la canción futbolera dejó de ser una exclusividad del ámbito del carnaval para acomodarse en casi todos los géneros musicales. De cualquier forma, sean del estilo que sean, los temas nacionales dedicados al balompié tienen una característica que atraviesa a la mayoría de sus letras: su contenido es explícitamente uruguayo. Esto no es una casualidad, porque no debe de haber una actividad pagana que exalte más el nacionalismo (y a veces, el chovinismo) como el fútbol. Por eso gran parte de las letras se basan en las gestas deportivas uruguayas y en la mitología que éstas dejaron, más que en el fútbol en general, como deporte o concepto. Así resulta que palabras como “celeste”, “Maracaná” y “50” son tan fáciles de encontrar en una canción futbolera uruguaya como “baby” en un blues de Chicago o de cualquier otra ciudad.

Un ejemplo claro se encuentra en “Cuando juega Uruguay”, de Jaime Roos. Si bien su música es poco convencional (ya la introducción es inconfundible), su letra, escrita junto a Raúl Castro (por encargo de la Asociación Uruguaya de Fútbol, en 1992), apela a los lugares comunes del fútbol nacional. Incluso tiene un grito tribunero por excelencia, “¡Uruguay, que no ni no!”; y antes de un pequeño break instrumental, Jaime nos recuerda una de las primeras frases legendarias de nuestro fútbol: “¡Tuya, Héctor!” (dicha por Tito Borjas a Héctor Scarone en la final de Ámsterdam 1928).

Una marca registrada del fútbol uruguayo es ganar de atrás, con el inevitable sufrimiento que esto trae. Algunos temas lo retratan: “Hoy juega la más linda / y la torre se inclina. / Camiseta divina / que me hace sufrir, / empapada de gloria / ganando desde atrás”, dice “La más linda”, de Mauricio Ubal. Las canciones más nuevas se adaptan y mezclan los mitos de siempre con los sucesos futbolísticos más recientes (y más humildes). Por ejemplo, “Descolgando el cielo”, de Pitufo Lombardo: “Somos de la sangre de Maracaná / y somos la locura que picó el penal”.

Los campeonatos internacionales importantes siempre representaron una oportunidad para crear un nuevo tema pelotero. Así fue que para la Copa de Oro de 1980 (“el mundialito”), celebrada en Uruguay, Roberto da Silva y Alberto Triunfo compusieron “Te queremos ver campeón”, una canción con una música bastante diferente de todas las demás dedicadas a la selección: con una línea de bajo y una batería de ribetes discotequeros, y un coro pegadizo al mejor estilo de una propaganda. Quizá sea una de las canciones a las que peor trató el paso del tiempo. También es imposible olvidar la Copa América de 1995: la definición por penales contra Brasil, el festejo de Sergio Manteca Martínez luego del tiro final, y “Todos goleando”, el pop-rock de Pájaro Canzani, con aquel “chu ru ru ru ru”, también pegadizo.

Para ellos

Así como el amor tiene cara de mujer y una buena cantidad de baladas llevan el nombre de una, el fútbol tiene cara de hombre y son varios los jugadores que se ganaron su “balada”. “Obdulio, esta se la debía, patrón”, arranca Canario Luna en “Negro jefe”. También canta “Entre el príncipe y el rey”, una ofrenda para Enzo y Diego (¿hay que aclarar que son Francescoli y Maradona?): “Entre el príncipe y el rey, / cuánta historia se ha tejido. / Un arte verlos jugar, / estilos incomparables, / y el detalle como toque inolvidable: / la mandaban a guardar”.

En Argentina nadie ha escrito más canciones futboleras que Ignacio Copani. De hecho, tiene discos completos dedicados al club de sus amores: River Plate. Y sí, no falta la canción dedicada a Francescoli, ídolo absoluto de los millonarios: la empalagosa balada “Inmenzo”, que contiene un par de metáforas guerreras que son inherentes al lenguaje futbolero (piénsese en la terminología: “ariete”, “artillero”, “disparo”, “bombazo”, “ataque”, “defensa”; todas dignas de Sun Tzu): “Enzo lleva su talento como lanza, / sin usar la fuerza bruta ni el temor; / sin embargo, retrocede el invasor, / derrotado cuando el príncipe avanza”.

De vuelta a Uruguay, Jaime Roos incluyó “Al Pepe Sasía” -con letra de Enrique Estrázulas-, en El puente (1995), y Mauricio Ubal y la murga Contrafarsa dedicaron una a otra leyenda, José Andrade: “Maravilla negra”. Los 8 de Momo grabaron “Profesor de la alegría”, para Pablo Bengoechea, y por ahí anda dando vueltas una cumbia dedicada a Sebastián Abreu. Pero la lista es mucho más larga y es imposible desplegarla aquí.

El mito de Maracaná es tan grande y abrumador que incluso existe una canción dedicada a Moacir Barbosa, el malogrado arquero de la selección de Brasil de 1950: “Barbosa”, de Tabaré Cardozo: “Cuida los palos Barbosa / del arco del Brasil. / La condena de Maracaná / se paga hasta morir”.

Sin banderas

Hay músicos que, a riesgo de ligar la tarjeta amarilla, se sacan la camiseta -incluso la celeste- para componer una canción sobre fútbol y no aluden a selección ni jugador alguno (al menos de forma explícita). La más conocida es “Al fondo de la red”, del primer disco solista de Mauricio Ubal, Como el clavel del aire (1989). Es un candombe con tintes melancólicos que describe al jugador habilidoso que quiebra la cintura y la razón, la esencia del jugador “diferente”, que ya se destaca por la forma de pararse en el medio de la cancha y del que nunca se sabe qué jugada sacará de la galera.

El lenguaje futbolero está tan adentro del uruguayo promedio que se utiliza para describir cualquier otro aspecto de la vida, o la vida misma (es famoso el recitado de “Brindis por Pierrot”: “Te largan a la cancha sin preguntarte si querés entrar...”). Uno de los primeros usos de la metáfora futbolera en una canción está en el relativamente desconocido tango a pura guitarra “Mi primer gol”, que grabó Carlos Gardel en 1933. La mayoría de los tangos le hablan a una mujer (los demás, a más de una) y éste no es la excepción: “Ni el foul de tus intenciones / podrá evitar la caída / cuando en la red de tus labios / te acomode el primer gol. [...] Yo sé que sin darte cuenta / te vas a encontrar mareada / cuando te esté peloteando / el arco del corazón”. De cualquier forma, el tango futbolero por excelencia es “El sueño del pibe”.

“Pelota al medio”, del disco homónimo de Jorge Lazaroff, de 1989, es un caso curioso: si bien nombra a Uruguay una vez (y al “diablo de Maracaná”), la letra en su conjunto puede interpretarse como una metáfora futbolera sobre la coyuntura política de la época. En particular, sobre el debate en torno a la Ley de Caducidad y el plebiscito para anularla: “Al túnel, muchachos, al túnel el tiempo. / Adentro, muchachos, metiendo y metiendo. [...] No hay más pa’ perder, / que el viento está soplando y nos viene bien / pa’ romper la red”.

Rock & gol

El rock nacional también le da pelota al fútbol, pero por sus letras parece ser el género menos proclive al nacionalismo explícito. De hecho, se da la paradoja de que la canción que se convirtió en casi un himno de la selección uruguaya en los últimos años ni siquiera versa sobre la pelota. Se trata de “Cielo de un solo color”, de No Te Va Gustar, lanzada en Aunque cueste ver el sol (2004). Su letra fue escrita en la época de la crisis de 2002, y habla de la gente que se iba al exterior y de la esperanza en que todo mejore.

“Desde el Cerro al Parque Central, / los muchachos no quieren parar, / banda Marley no deja de cantar / y la cana que la ve pasar”, es la oda a las hinchadas creada por Trotsky Vengarán sobre la música de “Police On My Back”, de The Equals (aunque su versión es más similar a la de The Clash): “Hay que saltar”. En “Uruguay 1, Brasil 1”, Cuarteto de Nos muestra con su clásico humor que la alegría nunca es completa y que cuando se gana en el fútbol se puede perder en la vida, y al final, es un empate.

Por último, una visión muy distinta -y de las pocas disidentes- es la de La Tabaré, que editó la canción “Demasiado fútbol” en Sopita de gansos (2002), que es la antítesis de todas las que repasamos aquí: trata sobre la omnipresencia del fútbol en las conversaciones cotidianas, y sus consecuencias: “De tanto hablar de fútbol todo el día / está quien no notó las porquerías / que en el noticiero nunca nos dijeron / pero que ocurrieron por ahí”.