Esta nota se escribe a minutos de que finalizara el show de apertura del Mundial, con la canción escandalosamente olvidable de Pitbull, Jennifer López y Claudia Leitte como cierre de la ceremonia. Habría demasiadas cosas para señalar sobre una presentación en la que en todo momento López pareció incómoda, como si le hubiesen puesto una bolsa en la cabeza y la hubieran llevado en una camioneta desde Miami a Brasil, y mostró un registro vocal similar al de un niño con asma. Los tres que estaban en el escenario carecían de la más mínima química; parecía que fuera la primera vez que se veían -y si no era la primera, posiblemente fuera apenas la segunda o tercera vez que mantenían contacto-, sumidos en un playback en el que se notaban todas las cuerdas del marionetista (el único que parecía tener el micrófono prendido era Pitbull, que tiraba enunciados aleatorios como “unite”, “put your hands in the air” y “Brasil”).
La canción en sí misma ya había sido objeto de numerosas críticas, enfocadas no sólo en los clichés caminantes del videoclip (la inclusión de las vedettes de carnaval parece una adaptación al estilo de videos de Pitbull, y no viceversa), sino en la prácticamente nula presencia del idioma portugués. La aparición intrascendente de Leitte no pasaba de ser una forma de marcar un tic en el criterio de cuotas necesario, en un país donde el fuerte de la industria, casi a contrapelo de la mayoría en la era globalizada, siguen siendo producciones nacionales. Sin embargo, al retroceder cuatro años y dar con la mucho menos criticada “Waka waka”, de Shakira, la canción oficial del torneo de Sudáfrica, se percibe que se le puede criticar básicamente cada uno de los mismos puntos. Ésta es, entonces, una oportunidad para repasar algunas de las canciones del Mundial y pensar cómo fue que llegamos acá.
En una primera instancia, llama la atención en las últimas canciones mundialistas su específico anhelo globalizador. Con la pretensión de acceder a la mayor cantidad de mercados posible, generan, sin embargo, una especie de guiso en el que ninguno de los ingredientes tiene un sabor particular. Llama la atención que la idea de internacionalismo esté construida principalmente a la americana, algo curioso, teniendo en cuenta lo poco relevante que es el fútbol para la cotidianidad estadounidense. Con el paso del tiempo lo latino ha llegado a ocupar en Estados Unidos un lugar similar, pero no exactamente igual, al del the magical negro, es decir, personajes o referencias que sirven para dotar a lo que sea de un exotismo perdido, en el que se puede aprender a ser más espontáneo o sensual. En esta línea, los latinos -quizá justamente por ser los extranjeros más limítrofes que tiene dicho país- son una especie de molde autodeformante en el que pueden representar absolutamente cualquier otra nacionalidad. Shakira -que no sólo puede rellenar el casillero de latinidad, sino también el de Medio Oriente (más que nada por la danza del vientre, que se cansó de realizar en casi todos sus videoclips como un certificado de autenticidad) y algo del africano, vaya uno a saber por qué- es un ready-made, algo así como la Anthony Quinn de la música popular actual.
Los himnos a dedo
De todos modos, se podría pensar “bueno, pero eso siempre fue así”, y lo curioso es que aquello que concebimos como eterno no siempre fue así. De hecho, el enfoque globalizado y blando de las canciones del Mundial comenzó a fijarse a partir de otro latino. “La Copa de la vida” fue para Ricky Martin la más perfecta puerta de entrada al mercado mundial. Fue la perfecta plataforma para la colocación de su posterior tema “Living la vida loca”, que inauguró la oleada latina en la música estadounidense, con artistas, como Christina Aguilera, que aprovecharían el camino pavimentado por el puertorriqueño como un crustáceo pegado a la superficie de una ballena.
Antes de “La Copa de la vida”, los temas elegidos para los mundiales solían ser versiones características del país anfitrión, incluso en situaciones que iban completamente a contramano de los criterios pop de la época. Pensemos, por ejemplo, en la tradicionalísima “El Mundial”, de Plácido Domingo, en pleno 1982, tres años después de que se declarara la muerte del disco en el famoso evento de quema de vinilos en el Comskey Park de Chicago, y cuando los pelos batidos y baterías electrónicas ya se aprestaban a fagocitar el sonido de la época. O incluso “Un’estate italiana”, posiblemente la mejor canción de un Mundial de todos los tiempos (producida por nada menos que Giorgio Moroder), un tema que si bien no iba tan a contrapelo del sonido de la época, es italianísimo en la tradición del pop sentido y barroco de ese país.
Aun así, el germen de canciones cosmopolitas y orientadas al mercado puede retrotraerse mucho antes que Ricky Martin. Tiene un antecedente en la canción “Hot Hot Hot”, de Arrow, hit bailable al que la FIFA prefirió recurrir, en vez de pedir que alguien lo compusiera especialmente para el evento, y que es casi una cortina musical de turismo playero. Esta suerte de traición de Malinche dejaría el germen no sólo en lo que respecta al borramiento del perfil nacional en las canciones, sino al de lo estrictamente futbolístico en las canciones de Mundial. Al escuchar canciones como la infumable “World Cup Willie” (en la que el escocés Lonnie Donegan cantaba un tema sobre la mascota del Mundial de 1966), o “Fussball Ist Unser Leben” (cantada a coro -al menos en el videoclip- por todo el equipo alemán) se sabe que, de alguna manera, el tema principal es el fútbol. El manual de instrucciones de una canción mundialista actual se basa, por el contrario, en que sea adaptable a cualquier deporte (algo así como la “olimpización” de las canciones de los mundiales). Los términos son recurrentes: “luchar para ganar”, “gloria”, “unidad” y -en lo que más se ha hecho foco en los últimos años- “fiesta”. Pensemos en el medley pseudo rapeado de Jennifer López: “Tonight watch the world unite, world unite, world unite / For the fight, fight, fight, one night / Watch the world unite / Two sides, one fight and a million eyes” (Esta noche veamos al mundo unirse, al mundo unirse, mundo unirse / para la pelea, pelea, pelea, esta noche / Vean al mundo unirse / dos lugares, una lucha y un millón de ojos). Es evidente que se trata de luchar y al mismo tiempo unirse, pero más allá de la necesidad de mantener la rima como sea, la permutación de términos sin sentido no difiere gran cosa de la lógica del gordo de la Colombes (“¿Para qué hay que pelear? Para ganar ¿Para que hay que ganar? Para unirse ¿Para qué hay que unirse? Para ganar”). Esta tautología eterna, aunque no parezca relacionada a simple vista, es la misma lógica que marca el tema de los rasgos característicos de cada país.
Obviamente, hay respuestas y alternativas, pero casi siempre suelen estar en temas no oficiales, por fuera de los criterios de la FIFA. Una de las mejores canciones pop que se hayan compuesto para una selección posiblemente sea “World in Motion”, aquella que New Order le dedicó a su selección para el Mundial de 1990 y que incluía una participación rapeada curiosamente digna del delantero John Barnes. También, sin exagerar en nuestro nacionalismo, la aún emocionante -mucho más que todas las nuevas bandas y músicos que intentaron subirse al vagón de nacionalismo- “Cuando juega Uruguay”, de Jaime Roos.
Por fuera de lo horrible de la canción oficial, Shakira no quiso dar el brazo a torcer y hacer por tercera vez consecutiva el tema más recordado del Mundial (cabe recordar que el certamen de 2010 también contó con su presencia en la inauguración con “Hips Don’t Lie). Curiosamente, de todos modos, la canción más recordada de Sudáfrica no fue “Waka waka”, sino “Waving Flag”, tema específicamente armado por Coca-Cola, así como lo había sido “A Little Less Conversation”, la versión remixada del tema de Elvis Presley, la canción que sacó Nike para el Mundial Corea-Japón 2002.
En este mundo globalizado, en el que las marcas parecen definir cada vez más los estándares, uno podría pensar, para cerrar, que quizá no es culpa de la FIFA, sino del mundo. Los escenarios donde se disputan los partidos han devenido, después de todo, en un no-lugar, con turistas con pelucas extrañas que intentan vivir la experiencia mundialista de una forma tan mediatizada por las marcas como estas mismas canciones que dan marco al no-evento.