En una entrevista a Michel Foucault publicada en 2004, Roger-Pol Droit le pregunta si desea que lo consideren un historiador. Foucault responde que pese a su interés por el trabajo de los historiadores, su cometido como pensador es otro. Tampoco se considera un filósofo: “Lo que yo hago no es de ninguna manera una filosofía”, alega. “¿Cómo se definiría usted, entonces?”, termina por preguntar el entrevistador. “Soy un artífice. Fabrico algo que sirva finalmente a un sitio, a una guerra, a una destrucción. Para que podamos proyectar, para que podamos avanzar, para que podamos derribar los muros”, responde el pensador francés. Cumplidos 30 años de su muerte, nadie puede negar la vigencia que el artificio de Michel Foucault sigue teniendo en el pensamiento contemporáneo. Casi como un contra dispositivo filosófico y político, la vasta producción del pensador francés sigue ampliándose, resignificándose, accionando.

Si de un horóscopo intelectual se tratase, diríamos que 2014 es sin dudas “el año Foucault”: publicaciones inéditas, disputas institucionales por el legado personal del autor, coloquios, artículos y nuevas polémicas reafirman la vigencia de uno de los pensadores más leídos, más citados y más controvertidos del siglo XX.

Ninguna publicación póstuma

Pas de publication posthume, había dejado escrito Michael Foucault en su testamento algunos años antes de su muerte, acaecida el 25 de junio de 1984. “No me hagan el golpe que Max Brod le hizo a Kafka”, les habría dicho a sus allegados, en relación a la edición del material personal del escritor luego de su muerte. Pese a la advertencia, sus herederos decidieron que más allá de su desaparición física, aún había Foucault para rato y durante los últimos 30 años han sido múltiples las publicaciones que se han sucedido bajo firma del filósofo francés. Hace poco menos de un mes, la salida al mercado de Subjetivité et verité, que reúne los cursos en el Collège de France durante 1980 y 1981, marca la continuación de una gran empresa editorial que comenzó en 1997 con Il faut défendre la société, primer curso publicado, en el que el autor analiza el nacimiento del racismo de Estado a partir de la emergencia de un biopoder cuya finalidad sería la de combatir los elementos degenerativos albergados en el seno de la sociedad. Éste fue seguido de Les anormaux, de 1999; L’herméneutique du sujet, de 2001; Le pouvoir psychiatrique, de 2003; Sécurité, territoire, population y Naissance de la biopolitique, de 2004; Leçons sur La volonté de savoir, de 2011, y La société punitive, de 2013, curso que en su momento ofició de antesala al célebre Surveiller et punir (Vigilar y castigar). En paralelo a estas publicaciones periódicas a cargo de la editorial Gallimard se han sucedido también múltiples compilaciones de entrevistas, intervenciones públicas y conferencias, entre las cuales la más distribuida en el Cono Sur son los dos tomos de Dits et écrits.

Como un atrapado en una historia borgiana, las múltiples y vastas publicaciones post mortem hicieron de Foucault un autor fantasma, un escritor sin cuerpo, cuya obra continuó escribiéndose y reviéndose años después de su desaparición física. ¿Hasta cuándo habrá Foucault?, se preguntan los seguidores. Sólo sus legatarios saben lo que aún queda del prolífico autor. En lo que respecta a sus intervenciones públicas, ya no queda mucho más por publicar. Subjetivité et verité, aparecido en mayo, es el penúltimo curso de los dos que aún quedaban en el tintero y viene a completar las reflexiones del autor sobre la sexualidad y la estética de la existencia individual como un dispositivo destinado a la construcción del yo. La saga se terminará el próximo año con la publicación de Théories et institutions pénales.

La lucha por el legado

En lo que refiere a la documentación personal de Michel Foucault, hace poco más de un mes acabó una ardua batalla institucional por la compra del legado del autor. Desde hace más de un año, la Universidad de Berkeley en Estados Unidos libra una campaña intensa para comprar los archivos personales del pensador francés a Daniel Defert, pareja del autor, heredero y administrador de un vasto y cuantioso fondo intelectual. La república francesa no iba a dejar que este affaire se resolviera sin más y arremetió con toda su maquinaria institucional para que los fondos quedasen finalmente en suelo galo. Un derecho nacional indiscutido para muchos, una trampa del dispositivo del saber que el mismo Foucault intentó combatir para los más cínicos.

La oferta lanzada por la Universidad de Berkeley no es azarosa. A partir de 1975, año de su primera visita, Foucault establece con dicha universidad una estrecha relación. Tal es así que California se volverá su segunda residencia intelectual, como para muchos pensadores franceses de la posguerra. En la biografía que Daniel Defert escribe para Dits et écrits en 1982 Foucault sueña con dejar su cátedra en el mítico Collège de France para establecerse definitivamente en Berkeley, donde le habían propuesto un seminario permanente. En una entrevista realizada ese mismo año, el autor declara: “No termino nunca de integrarme completamente a la vida social e intelectual francesa. Siempre que tengo una ocasión, me voy de Francia. Si hubiese sido más joven, habría emigrado a los Estados Unidos”. Es cierto también que la recepción del autor francés en Estados Unidos fue de una envergadura tal que a finales de los años 70 se hablaba de una suerte de foucaultmanía en muchos campus americanos, influyendo a la formación de departamentos especializados en profundizar sus conceptos o alimentando el área de la llamada french theory, un sincretismo peculiar que mezcla al mencionado autor con otros bien diferentes como Derrida, Deleuze, Barthes, Lacan y Baudrillard. Foucault trascendió las fronteras de los campus universitarios de Estados Unidos y se instaló en el lenguaje de muchos de los nuevos movimientos sociales. No es ninguna sorpresa, entonces, que Berkeley haya sido el primer postor. Tampoco es sorpresa que el dispositivo francés se haya desplegado rápidamente para defender el legado de uno de sus más prolíficos pensadores. Lo cierto es que la Biblioteca Nacional de Francia (BNF), luego de una intensa campaña en busca de mecenazgo y de conseguir varios inversores privados, acaba de finalizar la compra por 3,8 millones de euros de un archivo excepcional: la integralidad de los documentos que se encontraban en el apartamento de Foucault el día de su deceso. El fondo cuenta, entre otras cosas, con 37.000 hojas manuscritas entre las cuales se encuentra el último tomo de la Historia de la sexualidad -subtitulado Les aveux de la chair- más 29 libretas de su diario intelectual. Este material acaba de ser trasladado a la BNF, una de las máximas instituciones francesas del saber, y se encuentra en proceso de inventariado. La última publicación periódica de la BNF celebra la noticia y declara que la BNF es el sitio indiscutible para la preservación de dicho fondo, no sólo porque el legado quedó en suelo francés, sino porque es allí donde Michel Foucault prefería trabajar para la preparación de sus cursos y la exploración de archivos que los sustentaban.

El GIP: un ejemplo del intelectual específico

Pero a 30 años de su muerte, el legado de Foucault no se mide sólo en hojas y en publicaciones. Su praxis como intelectual, defensor de la idea de “intelectual específico” frente a la de “intelectual universal” al estilo sartreano, es una noción aún necesaria, sobre todo en nuestras latitudes. Su reflexión y su acción en lo que respecta al sistema penitenciario resulta un buen ejemplo de esto y coloca la obra del autor en el centro de ciertos debates que se libran hoy en Uruguay. En su texto “La sociedad punitiva”, publicado en Dits et écrits (Gallimard, 1997), afirma que la prisión no corrige nada, simplemente nos reenvía, una y otra vez, a los mismos culpables. La prisión construye poco a poco una población marginalizada en la cual todos nos apoyamos para presionar contra las llamadas “irregularidades” que no podemos tolerar. Foucault no llegó a estas conclusiones a partir de un mero ejercicio de la especulación, sino que alimentó este ejercicio con una implicación directa en la militancia y en la investigación testimoniales. En 1971 funda el GIP (Gurpo de Información sobre las Prisiones) junto con múltiples intelectuales y militantes de izquierda, entre los que se encuentran como colaboradores Jacques Rancière, Robert Castel, Gilles Deleuze, Jean-Paul Sartre, Hélène Cixous y Maurice Merleau-Ponty, entre otros. Una de las medidas de acción de dicho grupo fue llevar a cabo una investigación sobre el sistema carcelario. El proyecto, propuesto por Daniel Defert, militante de la izquierda proletaria, recoge un gran número de testimonios de presos y de familiares en más de 20 prisiones francesas. La idea fue “dar voz” a estas poblaciones “doblemente aisladas” y conocer las condiciones de vida de los prisioneros (el fruto de este trabajo será publicado posteriormente bajo el título común de “Intolerable”). Por otra parte, el GIP decide apoyar una serie de motines acaecidos en las cárceles de Ney de Toul, y posteriormente en las de Nancy, de Nîmes, de Lille y de Fleury-Mérogis, en diciembre de 1971, acompañando el proceso de los insurgentes. El Théâtre du Soleil de Ariane Mnouchkine se involucra también en el asunto, poniendo en escena algunas partes del proceso judicial de los motines, donde, valga la anécdota, Foucault y Deleuze actúan como policías.

“Ninguno de nosotros puede estar seguro de escapar a la prisión. Hoy más que nunca. En nuestra vida de todos los días, el perímetro policial se cierra. En la calle y en las rutas, alrededor de los extranjeros y los jóvenes [...]. Estamos bajo el signo de la vigilancia. Nos dicen que la Justicia está desbordada. Y lo vemos bien. ¿Pero si fuese la Policía quien la desbordó? Nos dicen que las prisiones están sobrepobladas. ¿Pero si fuese la población que está sobre-encerrada?”, así comienza el Manifiesto del GIP, distribuido en la prensa el 8 de febrero de 1971. Si bien el GIP duró pocos años, fue la antesala para que Foucault dedicara dos años de sus cursos en el Collège de France al análisis de la sociedad punitiva y publicara en 1973 su obra Vigilar y castigar, uno de los libros del autor que más han circulado en nuestras latitudes, y que ha adquirido particular vigencia en los últimos tiempos por motivos obvios.