Aunque empezó a publicar tardíamente, a los 39 años, su obra es extensa y variada: abarca desde la novela al ensayo, desde la poesía al teatro. Además de haber estado siempre cerca de la literatura -como lectora, como vendedora de libros, como docente, como correctora, como tallerista-, es una observadora lúcida de ese ámbito y una batalladora de una “literatura sin adjetivos”, en referencia a aquella que se destina a niños y jóvenes.

-En una entrevista con Página 12 decías que haber recibido en 2009 el premio iberoamericano SM y en 2012 el Andersen te permitió una apertura, primero fronteras afuera de tu país y luego de tu lengua materna. ¿Cómo ha sido el vínculo con Uruguay?

-Me parece que hay cosas que debemos revisar en los modos de circulación de los autores en Latinoamérica. Yo soy admiradora de la literatura uruguaya, que tiene algunos nombres fundamentales, muy importantes en el ámbito de la literatura latinoamericana y que han sido fundamentales para mí. Onetti, básicamente. Circe Maia es una poeta que adoro. Son autores que tienen mucho que ver con mi construcción como lectora y como escritora. Armonía Somers. Felisberto Hernández. Muchos escritores, poetas; los poetas uruguayos parecen bendecidos. Hay una literatura muy sólida y a ciertos lectores en Argentina naturalmente les llega, pero estamos hablando siempre de un cierto sector de lectores entrenados. No obstante, a nivel más general en toda Latinoamérica tenemos mucho para hacer en materia de circulación de la obra más reciente. Parecería que en las últimas décadas dejamos de validarnos a nosotros mismos para leernos si éramos validados desde la metrópolis. En algún momento hubo una triangulación de la circulación: desde un país latinoamericano a uno europeo y luego el regreso a otros países latinoamericanos.

-En 2008, en el Seminario de Literatura Infantil Latinoamericana que organizó la Universidad de Buenos Aires, presentaste la conferencia “Hacia una literatura sin adjetivos”. ¿Cómo se articula ese concepto con la especificidad de la literatura para niños y adolescentes?

-He luchado siempre esa batalla contra la infantilización de la literatura para niños, ese aniñamiento que a veces atraviesa esa zona de escritura y de lectura. Por un lado, tiene que ver con entender la escritura que se va a destinar a niños y jóvenes como una escritura con todas las letras. Por otro, soy una escritora que publica en distintas zonas y desde afuera muchas veces me llega ese encasillamiento como una escritora adjetivada en una zona. Del mundo de los libros para niños y para jóvenes lo que más me gusta son expresiones artísticas que no aniñan la escritura. Son escrituras que alimentan, que conservan una alta carga de sugerencia y permiten distintos ingresos como lector, y habilitan la posibilidad de ser leídas no sólo por niños sino también por adultos, de impactar en una subjetividad, más allá de la edad. A mi entender, los buenos libros que puede leer un niño o un joven no están cerrados a un lector que haya transitado por zonas de mayor complejidad.

-En esa ponencia ponías en cuestión la tendencia a producir una escritura “correcta” para niños…

-Claro, correcta para lo que se espera que lea un niño, para lo que se espera que un maestro lleve al aula, para lo que se espera que un papá le compre a su hijo... Pero la literatura es siempre un desacomodo, algo difícil de encasillar. Es una experiencia de lenguaje. Y eso es siempre algo inesperado para quien escribe, en el momento de la escritura, y para quien lee, en el momento de la lectura. El desvío que la literatura provoca es siempre un desvío de la norma, un desvío de lo políticamente correcto, un desvío hacia la propia cosa de la que habla Clarice Lispector.

-En “Algunas cuestiones en torno al canon”, de 2006, hablás del abandono que la academia ha hecho de la literatura infantil y juvenil. ¿Ha cambiado en alguna medida esta situación?

-Ha cambiado bastante. Todavía hay mucho por hacer, pero hay una cantidad creciente de gente con formación en literatura que investiga y se interesa por la literatura para niños y jóvenes. Hay algunos espacios donde se investiga, como la Universidad de San Martín en Buenos Aires, la Universidad de Córdoba, en Salta, en Cipolletti. Hay espacios, todavía pequeños en relación al volumen de lectores que tiene esta zona de la literatura, pero van creciendo. Por otra parte, se ha extendido la cantidad de tiempo de la formación docente y esto permite a los profesores de literatura trabajar con parte de esta producción.

-¿Se ha desarrollado una crítica?

En Argentina la literatura infantil, cuando se instala como campo, en los años 80, nace huérfana de esos espacios de decantación. En los primeros tiempos la gente que observaba ese espacio con interés estaba más próxima a la educación. Eso ha ido cambiando y hoy quienes trabajan desde la crítica, desde la reseña, desde la divulgación, tienen formación en literatura. Ya nadie diría que es un apéndice de la transmisión de conocimientos o de la educación. Pero también es justo decir que a veces lo que se escribe da algunas vueltas y en otros lados reaparece como una escritura servil, sobre todo a ciertas condiciones de mercado. Hay que tener en cuenta que los niños que van a la escuela son lectores cautivos. Hay que saber que la literatura para niños se incluye en compras estatales, y todo eso que es excelente, y algo de lo que tenemos que estar orgullosos, a la vez lo vuelve un campo muy apetecible para producciones extraliterarias.

-Participaste con un cuento en el libro Quien soy/¿Quién soy? Me llama la atención la producción en Argentina de libros para niños en torno a la temática de la memoria y de la historia reciente.

-Es de un modo muy intenso que se ha vivido y se vive esa reconstrucción de la memoria histórica. La literatura se ha hecho eco de eso porque no es más que una manera que la sociedad encuentra para decirse a sí misma sus verdades, para marcarse sus errores, sus dolores, sus horrores. En la novelística para adultos, desde los primeros años 80 hasta hoy, se puede ver cómo ha habido distintos modos de contar ese gran trauma social. En un primer momento han sido los testimonios de las víctimas, ha habido relatos quizá más maniqueístas, y luego eso ha empezado a complejizarse cada vez más, se han comenzado a narrar las zonas grises. Ha abarcado distintos géneros: lo realista, lo fantástico, la parodia, el humor, el grotesco... Todo eso vuelve a decir de distintas maneras algo que es lo mismo y no lo es, porque es también otra cosa. La literatura ha podido salir de la denuncia directa porque de eso se han ocupado los espacios de justicia: los juicios y el relato de los testigos y de las víctimas. Al suceder eso como sociedad, la literatura se puede ocupar de otras cosas, de otras zonas más metaforizadas. En la literatura para niños este tema ha aparecido en otro contexto, ha sido más retardatario. Hay un texto pionero, El golpe y los chicos, de Graciela Montes. Es un libro informativo que marca un pivote. También algunos cuentos de Laura Devetach, de La torre de cubos y de Monigote en la arena, algunos de Un elefante ocupa mucho espacio, de Elsa Bornemann. Luego hay un libro muy interesante, Abuelas con identidad, de Iamiqué. Y este Quien soy/¿Quién soy?, que va a otro lugar: la ficcionalización de lo real. Ni es un libro informativo ni es un libro puramente ficcional; viene a ocupar otra zona que no estaba en la literatura para chicos, y es un libro por demás complejo. Quizá lo más interesante sea lo que pueda provocar en un grupo de chicos, las preguntas que despierte. Porque finalmente, ante esto que nos ha pasado y que como sociedad dolorosamente construimos, ya sea por participación directa, ya sea mirando hacia otro lado, ya sea olvidando, ya sea no siendo conscientes, estamos tratando de reconstruir, de desarmar ese horror, de reparar y de mirarnos. A nadie le gusta mirarse en el horror que ha sabido causar. Que una sociedad sea capaz de practicar distintas instancias para verse en esa zona tan desagradable de sí misma tiene su cuota de valentía.