Desde su escueto nombre oficial -Revista de ensayos-, el producto pergeñado por Sandino Núñez y compañía rescata una tradición intelectual dejada de lado por la academia actual, por ser puramente cualitativa y no encajar cómodamente en un currículo académico: el ensayo. No es de extrañar cuando se trata de Núñez, filósofo apartado de los canales académicos formales desde hace mucho.

La Revista de ensayos (que se presenta con la “grifa” del programa televisivo Prohibido Pensar, guionado y conducido por Núñez entre 2008 y 2010, que se emitió en el Canal 5) tiene su antecedente directo en Tiempo de crítica, un suplemento también editado por Núñez que salía hasta hace poco mensualmente con la revista Caras y caretas, y conserva su impronta: textos escritos por académicos pero no para la academia, y esto principalmente por dos aspectos, el formato elegido (nada más alejado de un paper, el tipo de texto que cunde en la universidad actualmente, que un ensayo, que da más espacio a la subjetividad y la reflexión), y una postura política explícita y combativa.

Siguiendo esa línea, entonces, el primer número de la revista, “Lucha de clases” (correspondiente a marzo/abril) reivindica con particular fuerza el marxismo -el de Marx y el de autores posteriores-. Como observan los escritores varias veces a lo largo de la revista, hablar de “lucha de clases” en la academia actual es visto como obsoleto, y éste es el gran mérito de este primer número: rescatar ese concepto (que hoy en día sólo se menciona seriamente en actos anarquistas) y no sólo defenderlo sino usarlo productivamente para analizar la situación actual de Uruguay y el mundo.

La revista se divide en dos: en la parte ensayística de este número escriben Núñez, Gabriel Delacoste, Jorge Notaro, Daniel Bensäid, Nicolás Marrero, Alma Bolón y Mariana de Gainza, mientras que en la sección “Etcétera” encontramos textos de Alain Badiou, Soledad Platero, María José Olivera Mazzini, Delacoste (repite), Esteban Kreimerman y Guillermo Milán.

El primer texto, “Zoom politikon/homo economicus”, de Núñez, tiene ese estilo curiosamente no académico, en el sentido de que no sigue ninguna de las convenciones especializadas que se podrían esperar (y por eso esto es una revista de ensayos y no una publicación arbitrada; libertad under the radar académico) pero no deja de ser intensamente intelectual. Mediante una intertextualidad constante (entre Walter Benjamin, Michel Foucault, Jacques Lacan) explora la relación entre el concepto de sujeto y el de lucha de clases, en un ejercicio de filosofía pura.

Los textos de Delacoste y de Notaro, por otro lado, se anclan firmemente en la situación política actual de Uruguay y se atreven a analizarla utilizando el tamiz de la lucha de clases: el resultado, sin duda, demuestra la productividad de este concepto para entender estructuras y coyunturas nacionales muy concretas. Tal vez sean los textos más provocativos, porque en ambos se denuncia explícitamente el ocultamiento de la lucha de clases que se produce tanto en la derecha como en la izquierda actuales, lo que es particularmente relevante estando a finales del segundo gobierno de izquierda de Uruguay. En palabras de Notaro: “Clases sociales y lucha son palabras que molestan de otro modo. Molestan a los explotadores, incomodan a los que las borraron de su diccionario, recuerdan tiempos mejores a los militantes de izquierda que mantuvieron sus raíces, llaman la atención sobre la agenda de problemas pendientes. Pero, sobre todo, son palabras que acusan”.

Delacoste se enfoca en los índices que maneja el gobierno (y gran parte de la ciencia social) para determinar en qué estrato de la sociedad se encuentra cada persona. Los deciles, que cuantifican el nivel de ingreso y mediante los cuales el gobierno asigna la pertenencia a cada clase (los deciles 4, 5 y 6 corresponden a la “clase media”, por ejemplo), estratifican la sociedad únicamente basándose en el nivel de ingreso de las personas, y olvidan (ocultan) cuáles son las relaciones de producción entre éstas. Esta forma de ordenar la sociedad deja, por lo tanto, desamparados a los trabajadores, que se encuentran liberados a la competición entre ellos “como buscadores autónomos de recursos” en vez de sentirse pertenecientes a una clase con reivindicaciones en común.

Notaro, por otro lado, ensalza la efectividad que los Consejos de Salarios han tenido en regular los niveles de ingreso de los trabajadores, pero este ensalzamiento implica, a su vez, una profunda crítica: si bien los Consejos funcionan como un mecanismo de protección del trabajador, también son un mecanismo que ayuda a establecer y cristalizar las relaciones entre capital, empleadores, obreros y Estado, inhabilitando otras formas de entender las relaciones de producción; al naturalizar este estado de cosas, la posibilidad de una revolución se esfuma.

Marrero, por su parte, luego de explayarse sobre el proceso histórico de la clase según Marx (este segmento es especialmente útil para refrescar algunos conceptos que atraviesan la revista entera), se concentra en las nuevas formas del proletariado, que surgieron con especial fuerza luego del desmantelamiento socioeconómico que generó la dictadura de 1973-1985 en Uruguay y el consiguiente giro hacia el neoliberalismo que ocurrió una vez recuperada la democracia. Particularmente, se interesa en los trabajadores que se agrupan en la Federación Uruguaya de Empleados de Comercio y Servicios, y las recientes huelgas en supermercados y shoppings, que desmitificaron, si era necesario, la idea de que el cambio de las modalidades de trabajo significara el fin de la explotación capitalista y del movimiento obrero. Marrero recalca: “Ciertamente, aunque las formas de acción sindical cambien [...] no modifican la categoría analítica ni histórica bajo la cual deben ser comprendidas las mutaciones de la clase obrera”.

El artículo de Bensaïd profundiza sobre una idea que postula Núñez en la primera nota: La “hipertrofia de las pequeñas luchas” (raciales, de género, ecologistas, etcéra) debilitaría la lucha de clases, ya que, si bien estas diferencias no son irreductibles entre sí con las diferencias de clase, su reivindicación por sobre todo lo demás puede ocultar el poder que el capital mantiene sobre todos los sujetos, más allá de las (necesarias, para denunciar injusticias concretas) distinciones -culturales, sexuales o étnicas- que se pueda hacer entre éstos.

Este nexo entre Bensaïd y Núñez, por supuesto, es sólo uno de los muchos que se pueden encontrar entre los distintos autores. Al versar todos los artículos sobre un tema en común, son interesantes las relaciones intertextuales que se dan entre ellos; a veces reforzando una idea; otras, expandiéndola y otras, contraponiéndola. Sin duda, cada artículo vale por sí mismo, pero leer la revista como un todo enriquece la reflexión.

Para continuar con la reseña, Alma Bolón, mediante una operación de arqueología literaria, rescata un episodio ocurrido en la Montevideo de 1900, cuando 5.000 trabajadores y estudiantes se manifestaron por la muerte -que posiblemente fuera un asesinato- de Émile Zola, escritor reivindicado por la clase obrera, particularmente por su novela Germinal, en la que describe las durísimas condiciones de vida de los mineros franceses.

De Gainza cierra la parte ensayística con un artículo de impronta más filosófica y de análisis textual, en el que complejiza la postura de Louis Althusser respecto del marxismo clásico. Althusser argumenta que la teoría marxista, necesariamente, se fue transformando con el discurrir histórico (“la filosofía es un campo de batalla”), por lo que no quedó obsoleta luego del fracaso de los primeros gobiernos comunistas, sino que tuvo que seguir desarrollándose por nuevas líneas.

La sección “Ectétera” hace honor a su nombre; en ella encontramos de todo un poco: un adelanto del próximo libro de Alain Badiou (que en el próximo número debuta en la parte ensayística), un análisis de Soledad Platero sobre un folleto estilo “hágalo usted mismo” de la escritora de policiales negros Camilla Lackberg y una reflexión sobre Barthes y la muerte del autor; María José Olivera nos habla de la película Lego -de la sorpresa y la ironía de que haya sectores estadounidenses que la consideren “anticapitalista” e incluso “comunista”-; Delacoste habla de un curioso libro de economía publicado por la Udelar en la predictadura en el que se habla de la lucha de clases y se cita a Vivian Trías “con seriedad”; Esteban Kreimerman analiza un texto particularmente desolador de Michel Foucault sobre su decepción respecto de la revolución en Argelia, en el que se pregunta si tiene sentido sublevarse, y Guillermo Milán reseña un libro sobre psicoanálisis que le da pie a desarrollar algunas reflexiones propias.

La lucha continúa

El número dos de la revista, que salió esta semana a la venta, se llama “Capitalismos de izquierda”, por lo que se puede esperar más provocación (en el sentido de estímulo) a la autocrítica izquierdista. Cuenta con ensayos de Núñez, Bolón, Badiou, Beatriz Stolowicz y Sebastián Barros, mientras que en la sección “Etcétera” escriben Olivera, Delacoste, Platero, Mariana Moraes y Guillermo Miñino. Las ilustraciones que acompañan cada ensayo y que en el primer número fueron hechas por Diego Cristóforo, esta vez correrán a cuenta de Federico Murro.

La Revista de ensayos es una publicación bimensual editada por Hum que se puede obtener mediante suscripción ( http://prohibidopensarrevista.blogspot.com/p/suscripciones.html ) o comprándola en la librería Lautrémont (Maldonado 2045, Montevideo).