“-Si sabés de alguien que precise un cantante... -¿Qué tipo de cantante sos? -Canto de todo. -¿A quién te parecés? -A ninguno”. Éste fue parte del diálogo que mantuvo Marion Keisker, la mujer que trabajaba en Memphis Recording Service -luego Sun Studio-, con un botija de 18 años que cayó con su guitarra acústica y cuatro dólares, con la intención de grabar dos canciones para sorprender a su madre el día de su cumpleaños. La señora del estudio probablemente pensó que se trataba de un cantante con exceso de autoestima, o de ésos que le dan color para venderse. Cuando el muchacho empezó a cantar en la cabina de grabación, Marion se dio cuenta de que había algo en él, pero quedó por ésa. Con la guitarra al hombro, un disco de acetato con su atesorada grabación y cuatro dólares menos, el joven Elvis Aaron Presley abandonó el lugar. Pero volvería.
A principios de enero de 1954 Elvis trabajaba como conductor de camiones en una compañía de electricidad. Después de juntar unos dólares y a pocos días de cumplir 19, volvió al mismo estudio para grabar dos canciones más -estos demos amateurs que grabó solo con su guitarra y que consisten básicamente en baladas populares están disponibles por primera vez oficialmente en el álbum A Boy from Tupelo (2012, RCA)-. Esa vez estaba allí el propietario del estudio, el productor Sam Philips, también creador del pequeño sello discográfico que ocupaba el edificio: Sun Records. Sam ya tenía experiencia en el asunto de la música; por ejemplo, en 1951 había descubierto a un blusero con voz de cloaca, rasposa, que se hacía llamar Howlin’ Wolf, quien en su estudio grabó su primer single, “How Many More Years”.
El señor Philips le dijo a Elvis que si sabía de alguien que buscara cantante le avisaba. Por esas cosas de la vida, unos meses después, el guitarrista Scotty Moore precisaba un vocalista, entonces Marion y Sam le hablaron de Presley y le dieron su número de teléfono para que lo contactara. A los pocos días sonó el timbre de la casa de Scotty, y cuando la esposa de éste abrió la puerta vio a un tipo de camisa negra, pantalones rosados, zapatos blancos y un engominado peinado hacia atrás. Lo que sucedió gracias a ese contacto es un momento más que bisagra para la historia de la música. De allí surgió una de las piedras fundamentales sobre las que se edificó la iglesia del rock & roll.
Luego de conocerse un poco, Moore, Presley y el contrabajista Bill Black decidieron grabar algunos temas bajo la tutela de Philips, a principios de julio de 1954. Las primeras sesiones en el diminuto y caluroso estudio de Memphis no dieron muchos frutos. Ensayaron principalmente baladas country, como “I Love You Because”, pero en la sala de control al señor Philips no le convencía nada lo que escuchaba y les dijo que se tomaran un descanso. Mientras se refrescaban con bebida cola, Elvis recordó un viejo blues de Arthur Crudup titulado “That’s All Right”, de 1946.
Según contó Scotty Moore después, en los testimonios que recoge el libro Último tren a Memphis (Peter Guralnick), Elvis empezó a cantar esa canción saltando y actuando “como un tonto”, entonces Bill se sumó con el contrabajo, también paveando, y por último Moore. Philips tenía la puerta del control abierta, asomó la cabeza y preguntó: “¿Qué están haciendo?”, los músicos contestaron con total honestidad: “No sabemos”. “Bueno, vuelvan, traten de buscar el inicio y háganlo de nuevo”, replicó.
Casi como un chiste, zapando, mezclaron la clásica progresión blusera de tres acordes con el tempo más acelerado del country; con esto, sumado a la forma desfachatada de cantar de Elvis, crearon un torbellino de ritmo y swing al que hoy conocemos como rockabilly, uno de los primeros estilos de rock & roll.
“That’s All Right” fue lanzada como single el 19 de julio de 1954. En la grabación Elvis se encargó de la guitarra acústica que guía el ritmo desde el principio y Scotty Moore metió los constantes diálogos de guitarra eléctrica que serían una firma de las primeras canciones del Rey. Si bien no fue un éxito rotundo como los singles que vendrían después, le bastó a Elvis para empezar a hacerse conocido y largar para siempre el trabajo de camionero. A partir de entonces la historia es más que conocida.
Antes del Rey
“That’s All Right” suele ser considerada por diversos críticos y especialistas musicales -empezando por la revista Rolling Stone- “la primera canción de rock & roll”. Obviamente, es harto difícil rastrear la génesis de un género, por lo tanto no hay unanimidad al respecto. Pero sí es poco discutible que Elvis representó el primer símbolo del rock & roll a nivel masivo y uno de los principales íconos culturales -y quizá la voz- del siglo XX. Pero si dejamos por un rato de cautivarnos con el poder hipnótico de su voz, podemos encontrar varias canciones lanzadas antes del debut de Elvis a las que perfectamente les caben el título de pioneras del género.
Sin ir más lejos, dos meses antes de “That’s All Right”, Bill Halley & The Comets lanzaron el himno “Rock Around The Clock”, una canción que también tiene una progresión de blues y un tempo rápido, pero se suman una batería que marca presencia al instante y un saxo que hace de las suyas cuando dobla la guitarra en un adictivo break. Fue el primer rock & roll que tuvo un éxito masivo a nivel mundial, gracias a su uso al inicio de la película Semilla de maldad (Richard Brooks, 1955). Es probable que a más de un espectador le dieran ganas de mandar la película al diablo y ponerse a bailar en la sala de cine.
Las líneas que separan los géneros son difusas, más aun en una época de tanto ida y vuelta musical como los Estados Unidos de principios de los 50. “Algunos lo llaman rhythm and blues y otros rock & roll, pero es sólo música con ritmo”, dijo una vez Fats Domino, quien editó su primer single, “The Fat Man”, en 1949, cuando Elvis no tenía edad ni para manejar un camión. Domino canta sobre un piano que chorrea boogie-woogie por las paredes y qué hoy puede catalogarse como otra semilla sobre la que creció el rock & roll.
“Rocket 88”, de Jackie Brenston, fue un tema que supo llegar al número uno en el chart de rhythm and blues de la revista Billboard, en 1951. La canción la editó el sello Chess, de Chicago, y fue producida y grabada justamente por Sam Philips en su estudio de Memphis. Éste es un ejemplo, ya no de una semilla de rock & roll, sino de un árbol bien crecidito; tiene todos los ingredientes: piano con frenéticos dibujos agudos -la introducción es idéntica a la que luego tocaría Little Richard en “Good Golly Miss Molly”-, guitarra distorsionada que lleva el ritmo con un boogie que después sería omnipresente en el género, un solo de saxo que te vuela la peluca, y, para darle el toque final rocanrolero, una letra que invita a las damas a pasear en un auto con motor V8.
Reclaman el trono
“El rock es un medio para rebajar al hombre blanco al nivel del negro” fue la deplorable frase que espetó el infame Consejo de Ciudadanos Blancos de Alabama (debería escribirse en minúsculas), en 1956, cuando el rock & roll estaba en pleno auge en todo Estados Unidos -Elvis llegaba a su primer número uno con “Heartbreak Hotel”-. El racismo imperaba, y si bien Elvis les abrió la puerta a los demás músicos del género, no es descabellado pensar que los músicos negros, que fueron tan pioneros como él y que merecían igual crédito, no tuvieron ese carácter de símbolo máximo ni el mote de reyes simplemente por su color de piel.
Porque Elvis le puso voz y presencia escénica al rock & roll, pero fue Chuck Berry el que mandó al frente a la guitarra eléctrica y la convirtió en protagonista a base de punteos y solos que luego fueron imitados por todo guitarrista de rock de la faz de la tierra. No será el rey del género, pero sí su padre. “Maybellene” fue el primer single de Berry, editado por Chess en julio de 1955, tan sólo un año después del debut de Elvis, y ya marcaba las diferencias. No es rockabilly minimalista, es rock & roll en estado puro. Además, Chuck es un song- writer: desde el principió escribió sus canciones; como buen padre biológico engendró el género con sus propias semillas. Por supuesto, sus bases rítmicas siguen la misma progresión blusera de tres acordes de siempre -si existe una canción de Chuck Berry con más de tres acordes es producto de un error-, con el clásico jugueteo de sextas, pero sin guitarras acústicas, con una rítmica eléctrica imparable como un tren.
Otro músico negro que a veces da la sensación de que no se lo pone en el podio de los pioneros como se merece -quizá también porque, al igual que Berry, sigue entre nosotros- es Little Richard, otro songwriter que con sus alaridos y su piano dejó una marca imborrable en el género. Richard nunca tuvo pruritos en reclamar su puesto a toda pompa, como declaró para un canal de televisión estadounidense en 1971: “Cuando Creedence sacó su ‘Travelin’ Band’, todos dijeron ¡uauuuu!, pero yo sé que sólo estaban haciendo mi “Long Tall Sally”, como los Beatles, los Stones, Tom Jones y Elvis. Yo soy como todos ellos juntos, Little Richard, verdaderamente el más grande, el más bello”.
Pero en lo que Elvis se destacaba más que cualquiera de los músicos de rock & roll de los 50 era en la voz, cantara lo que cantara. Ya fuera en los viscerales rocanroles como “Jailhouse Rock” o en las más tiernas baladas -en ellas directamente les pasaba el trapo a todos-. El rockero más ortodoxo y cerrado no dará crédito, pero basta con escuchar “Can’t Help Falling In Love”, “Love Me Tender” o hasta su ignota versión de la tradicional canción napolitana “Santa Lucía”, para darse cuenta de que a la voz de Elvis no había con qué darle.
Luego de aquel primer single, el Rey grabó la meteórica cifra de 700 canciones más, que conforman una media centena de discos y 30 películas, y todo eso a pesar de que murió a los 42 años. La odisea que empezó como un regalo para su madre terminó en uno de los músicos con más discos vendidos de la historia. Y 60 años después se siguen vendiendo, porque cada día canta mejor.